jueves, 25 de enero de 2007

CERCA DE LA MIEL, LA LUZ SE REFLEJA MÁS PODEROSA

Generación mutante-nuevos narradores colombianos
Orlando Mejía Rivera
Manizales. Editorial Universidad de Caldas. 2002. 307 pp.

“¿Cómo encontrar el sentido de la vida en una comunidad
que está dejando de ser humana?"

I. VS

Sí el mismo Mejía Rivera lo anuncia en un epígrafe de Shklovsky: “las nuevas formas artísticas se crean mediante la canonización de las formas periféricas o marginales”, Potdevin, adentro, se encarga de confirmarlo: “el valor puede estar en poder convertir lo profano en algo místico, sagrado.”
A veces, para descubrir esa extraña clase de joyas dentro del vacío de estos tiempos, es necesario acercarse de una manera desprevenida, tal como si a un hada, un duende o un gnomo nos fuésemos a dirigir. Y desafortunadamente no todos, aunque lo intentan, tienen esa capacidad angélica de lograr el contacto, descubrirlo, obtenerlo y traducirlo a las masas.
La academia y cierto sector “intelectual” agrupado alrededor de revistas, grupos de publicación y un corto etcétera, han fallado. Y lo han hecho, porque muchas veces optan por un lenguaje exageradamente técnico y frío para el público común, o sencillamente se prestan espacios a quienes no detentan la suficiente gracia, talento e interés para tratar algo como la literatura colombiana contemporánea.
Mejía Rivera, médico, escritor y profesor, deja a un lado el miedo horrible al qué dirán, y se lanza casi anónimo y absolutamente solitario al charco donde los renacuajos culminan su metamorfosis, alejado del asco, la duda y a sabiendas de que cualquier contacto con esta agua desconocida no será maligna, sino que contendrá una serie de elementos necesarios y valiosos para reiniciar una senda que hoy en día, en este país, ha quedado en el olvido: el cazador de talentos en cuanto a literatura se refiere.
Seleccionando a ocho escritores de un grupo original de veinticinco, el autor confiesa que realiza este trabajo desde un punto de vista de fan y no de científico, es decir, antepone la calidad subjetiva al ortho objetivista que en muchos casos se convierte en el pasaporte a la muerte de la relación “comentador de libros” vs lector.
Y dice al respecto: “mi texto busca motivar a otros lectores a conocer estos narradores y sus libros. Por ello no he querido hacer uso explícito de ninguna herramienta teórica específica ni de jergas científicas, aunque creo que ello no invalida que ésta sea una aproximación seria y conceptual a las obras y autores analizados.”
Siendo esa la razón por la que acepto de buena manera la propuesta del médico, contraria a la de Jaime Rodríguez, cuya pesadez de ingeniero, a pesar de tener toda la curiosidad y las buenas intenciones del caso, no permite crear un puente que comunique con el lector común, y si se dirija con una voracidad inútil, hacia el núcleo exigente académico.

II. CRÍ(P)TICA

Existe una nueva narrativa colombiana, es innegable. Y Mejía Rivera lo dice amparándose en Abad Faciolince, cuando éste anuncia “la literatura colombiana no está en crisis”. Lo que no me deja de perturbar y obligar a realizar una pregunta tan sencilla como “¿qué es, entonces, lo que sucede?”. ¿Por qué aun existen titubeos cuando de actualidad literaria se trata, y se prefiere mirar cómodamente hacía un pasado, por más inmediato que sea?

Y empiezo a responderme: por un lado, la evidente y maligna ausencia de una crítica seria, responsable y comprometida, aparte de veraz, juiciosa, preparada y atrevida. Por otro lado, el pavoroso acercamiento de la Academia a lo nuevo, que lo mira con severas sospechas e incomprensible actitud, al escuchar un lenguaje que puede romper algunos de los cánones que tanto trabajo y años les ha llevado construir.

Es por eso que mientras los unos se refugian en los salones de glamorosos recintos, con una copa de un buen licor en la mano, atendiendo al mundo cultural europeo actual o del pasado, no importa, y los otros se encargan de construir una y otra vez los diques de contención que impedirán cualquier filtración de lo nuevo, Mejía Rivera, sin ambages de ningún tipo, decide echarse una soga al cuello y tirarse al lugar común de las propuesta que apunten hacía una construcción de crítica actual, una compleja estructura que no tenga miedos, cuyo manto sea equilibrado y al cual no le de ni miedo ni pena de acercarse a las nuevas contrataciones del circo de la literatura colombiana.

Y es el mismo Mejía el que se encarga, desde el foso oscuro de enviar mensajes al estructuralismo serio y responsable de los insiders. Sencillas y directas preguntas lanzadas al aire, como para que sean libres de ser respondidas:

¿Alguien se atreve a meterse al charco de los talentos en formación?

¿Quién quiere probar estéticas que rompen con lo conocido?

¿Existirá, allá afuera, una persona que no tema acercarse a los lenguajes narrativos de última generación que contienen bonus bizarros de sensibilidad virgen?

¿Cuál será el atrevido que acepte seguir a los marginales?

¿En quién creer para que lo regional sea traducido al idioma capital?

¿Alguien se atreverá a cruzar la línea horizontal de esta literatura colombiana?

¿Quién dará el primer paso para atisbar una crítica que dialogue de manera natural con los libros?

Porque se trata, definitivamente, de un cambio. Se habla de otro lenguaje. Se habla de otros métodos: hibridación de géneros, mixturas de códigos culturales, multiplicidad de referentes, en fin, el arribo de la postliteratura.

¿Por qué no son los riesgos poco comprendidos en su presente temporal los que llegan a abrir nuevas sendas que el común de la gente necesita asimilar con calma y a un ritmo silencioso?

Es así como la nueva generación necesita de una nueva crítica, simplemente porque presentan una ruptura estética para con la historia de la literatura colombiana. Es decir, se necesita un crítico capaz de leer a los nuevos. Una nueva generación con una “afinidad estética, temática y formal en sus narraciones”, aunque muchos de ellos lo nieguen categóricamente. Una nueva generación que Mejía bautiza como Los Mutantes, porque se alimentan del caos que rige el destino de estos sórdidos tiempos. Mutante porque ha realizado un salto abrupto que los ha alejado de su inmediata generación precedente, es decir, del poderoso influjo memorístico de GGM, para acceder a la memoria local, urbana y personal de cada uno de los autores menores de 45 años. Dice Mejía Rivera: “a la literatura colombiana del siglo XXI le aguardan caminos narrativos inexplorados hasta ahora, fragmentos de arquetipos regionales que esperan ser universalizados en la literatura, en la medida de que esta nueva generación se conecte con sus auténticas memorias y revelen los mundos simbólicos de los recuerdos colectivos.”

III. PRESENTES FUTURISTICOS

Mejía Rivera, como pocos, se atreve a proponer, sin temores y sin una ambición ciega o desmesurada, y si con una naturalidad de órdago, mezclar lo colombiano con lo universal, a introducir en el maremagnum de la Historia, a alguien más que no sea nuestro macondiano P.N., afincando una voz que, junto a la ya conocida de McOndo, exige la vuelta de vista a una nueva metodología con resultados listos a ser llevados al juzgado de la Narrativa Cósmica.

Han perdido el miedo y van a cualquier época o lugar. Lo urbano, lo tecnológico, la velocidad, refleja la alienación que se vive y de la que a veces parece huirse. Se exalta lo marginal y subcultural. Demasiada ironía como único remedio para paliar el horrible y eterno descontento con el poder. Descreen de la Obra Maestra, por lo que ya no la buscan, sencillamente se dedican a copiar -paródicamente- los cánones impuestos por sí mismos.

Londoño, Franco, Potdevin, Gamboa, Abad, Escobar, Gil y Mejía, son los escogidos. Dividiendo a cada autor en tres segmentos: una presentación tanto del escritor como de la persona, un comentario de la obra narrativa, y una entrevista: formas nuevas de acercamiento para crear una visión más completa y cercana del autor para con el lector curioso que pretenda dar un paso más allá de la obra hacia el creador.

“Sólo siguen escribiendo aquellos que no han perdido por completo las esperanzas”, dice Mejía Rivera. A lo que Abad completa: “el que no tenga el pellejo para aguantar el fracaso, es mejor que cambie de profesión”.

Los Mutantes son juiciosos, alejados de los vicios que marcaron a los escritores en el pasado, puede decirse que semejan una cultura straight edge. Y en ellos ahora, están puestos los deseos de alcanzar un peldaño más alto dentro del estrecho núcleo de la Historia Oficial de la Literatura Universal. Detentando más esperanzas aún, cuando para la publicación de este libro, Abad no escribía “Angosta”, ni Gamboa “El Síndrome De Ulises”, obras ambas que elevan de forma considerable el universo literario colombiano, subiéndolo de nivel un poco.

“La literatura es una forma privilegiada de conocimiento”, nos dice el autor. Conocimiento quizá marginal. Conocimiento quizá independiente. A veces furioso. Pero innegablemente poseedor de un valor artístico, creativo, cultural y político que al lector curioso, no se le puede permitir obviar, ignorar u olvidar.



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