jueves, 25 de enero de 2007

PARAPETADO EN EL VACÍO

Pistoleros/Putas y dementes (greatest hits)
Efraím Medina Reyes
Bogotá. Editorial Planeta. 2005. 93pp

“Un jodido poema te afina las ideas”

“Pistoleros/Putas y dementes (greatest hits)” me recuerda algo. Me recuerda un tiempo pasado que se vivió con inútil intensidad, pero que después de todo fue capaz de dejar resultados.

“Pistoleros..”, lo siento, me es inevitable compararlo con “El Automóvil Sepia” (a.k.a.) “Chupa Nena, Pero Despacio” (WGC Editores, 1990), que reunía los primeros pasos del escritor cartagenero. Un espacio de quince años que media entre “ambas orillas”, y sin lugar a dudas se trata de “un mismo mar”.

Y si en aquel lejano inicio de década, Medina Reyes parapetado en un cómodo pero doloroso sexto piso, veía y deglutaba lo que sus ojos comían, en este ejemplo se muestra más que oculto, absorbido por un vacío kármico, correspondiente a la mayoría de habitantes de estos momentos existenciales, cundido de un efervescente aroma que recuerda, sin sospechas, a alguien.

Porque este libro gira en torno al vacío que provoca la ausencia. Ese vacío que se abre, aparentemente de la nada, justo cuando alguien se va. Justo cuando alguien ha decidido marcharse para siempre. Creando un manto de dolor incómodo, frío, filoso y nutritivo.

Y es eso lo que pasa con la lectura de este poemario. Medina Reyes opta por desnudar su alma, en un show alejado de lo que nos tiene acostumbrados en sus novelas. Efraím, por primera vez, no se desnuda para la portada de su libro, sino que lo hace lentamente en medio de sus poemas que son canciones o canciones que son poemas, de una manera más sobria, mucho más serio, como para que los lectores se den cuenta de que el muchacho terrible de las letras colombianas ha crecido.

Sí Mejía Rivera en su libro “La Generación Mutante” (Editorial Universidad de Caldas, 2002), decía que la memoria de un escritor, para hacerse colectiva, debía regresar a la infancia, leyendo “Pistoleros..” me pregunto en dónde quedará la memoria colectiva de un hombre que jamás ha dejado de ser niño. Pero entrar a este territorio no deja de ser redundantemente riesgoso, porque quién dice qué sobre la vida, sobre el dolor, sobre los métodos de afrontar el mundo, y sobre eso tan personal y sagrado como lo son los recuerdos, la memoria, los sueños,…el vacío…

Medina, por ejemplo, se atreve, sin medir las consecuencias, en “Un Tal Ciro”, que comienza: “Recuerdo que esa noche (mientras mi amigo era atropellado por un auto fantasma delante de un montón de hijueputas que después juraron no estar allí) yo estaba viendo en la tele La Noche De La Iguana y que apunté algunos versos del viejo poeta –el personaje que centra ese filme- para compartirlos después con mi amigo, pero no hubo un después.”

La nostalgia, a veces, es peligrosa.

El presente, casi siempre, también.

II.

Medina, declaración de principios por doquier, se lanza con este libro, proclamando las ventajas que produce “un jodido buen poema”: afina las ideas, mejora la percepción de la realidad, da estilo…sin dejar a un lado su peculiar forma de acceder a estos prosaicos ejemplos: “cuando escribo entro en trance y golpeo con toda la fuerza de que soy capaz mis propios miedos” ¿Y alguien dice algo? No. O no de forma coherente. Porque si Cobo Borda anunciaba en “Historia De La Poesía Colombiana Siglo XX” (Villegas Editores, 2003) que la poesía de principios de siglo XXI, iba a estar ligada a otros formatos creativos, la música resulta estar entre ellos. Porque la manera en que Medina se pone a crear, es muy parecida a la manera en que un músico improvisa sobre el escenario, con un instrumento entre sus manos, atravesando los velos místicos y misteriosos de la música.

Lo único que queda, como virutas, después de leer a Efraím, son sus propios nervios desparramados, a los que, como cualquier maldito que se respete, serán pocos los lectores que se tomarán el trabajo de recogerlos.

Pero aparte del vacío, la ausencia, el dolor y sus desaparecidos, ¿la obra de Medina habla de algo más?

Sí, pero aquí los ejemplos son más bien pocos o parcos, y no se tienen la confianza suficiente como para cazar peleas gratuitas al modo efectivo que lo logró su primer poemario. Aquí ese tipo de anuncios misóginos quedan relegados bajo densas capas de equilibrio tensionante, por lo que no creo que esta obra, primera de una serie de cuatro, vaya a entrar a la hoguera de la discordia.

III.

“Una salvaje necesidad de expresar lo absurdo e inapropiado que me he sentido siempre es la razón por la que escribo y si recurro esta vez a los poemas es porque para los asuntos más jodidos la prosa no basta”, dice el autor en la introducción del libro.

Uno, por ejemplo, lee “Érase Una Vez El Amor Pero Tuve Que Matarlo” (Proyecto Editorial, 2001), y siente la soledad de un hombre que creyéndose rabioso y rudo, termina golpeado por el amor, recorriendo las calles de una ciudad que le es desconocida y lejana.

Medina es una jodida víctima de las relaciones, como todo el mundo alguna vez en la vida, pero contrario a lo que puede creerse sobre el cartagenero, al expulsar sus demonios internos, la catarsis resulta mirando para adentro, alimentando las entrañas de quien parece complacerse en los vericuetos del masoquismo, entrando una y otra y una vez más a la máquina que le exprimirá el corazón y le secará el alma, quizá no para aliviarse, sino para condenarse a continuar existiendo, es decir, escribiendo.

Es muy posible que esa sea la razón por el desmedido afán en endiosar a los asesinos y despotricar de las víctimas: “mi palabra no hace estremecer al asesino”, porque él es más víctima que cualquier otra cosa, y eso se nota en cada línea que el escritor produce. Como si sus poemas buscarán llamar angustiosamente al asesino.

IV.

Escritor especialista en levantar polvaredas por quienes estén dispuestos a seguirle la corriente extraliteraria, dice: “el destino de un libro jamás estará en manos de quien lo escribe sino de quien lo lee.”, por lo que vuelvo a decir lo que dije al inicio de este críptico informe, estamos frente al Medina más sobrio y calmado desde que hizo su quiroptérica aparición en 2001, y eso hay que aprovecharlo, pues puede tratarse de un espejismo.

En “Pistoleros..”, las fuerzas parecen minadas. No así el lenguaje. Cristalino, aguerrido, lúdico como pocos en este país. Pero si la mayoría de poemas aquí incluidos pertenecen a bandas sonoras de filmes independientes, bizarros y ocultos, o a agrupaciones seudo-inexistentes, se trata de versiones en demo. Ejemplares a las cuales les falta un poco más de tratamiento para dejar cierta prisa low-fi, y sin dejar a un lado un talento que va creciendo con creces, ofrecer un producto más completo.

Porque así es Medina Reyes. Un poeta sin subterfugios. Sin miedos. Pero con muchos temores. Un poeta para el que narrativa y poesía son una sola cosa. Un poeta cuya obra existe para ofrecerle a la historia de este país un capítulo ansiadamente esperado, inevitablemente irreverente, angustiosamente necesitado.

La nueva generación empieza a escoger el lugar que el mausoleo de la literatura colombiana les guardará….


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