jueves, 25 de enero de 2007

TRANCED RANDOM NOISE

Historia de la poesía colombiana, siglo XX, de José Asunción Silva a Raúl Gómez Jattin
Juan Gustavo Cobo Borda
Bogotá, Villegas Editores, 2003 (587 pp)

“La poesía esta aquí: basta con oírla”

(el inicio)

Haré uno o dos comentarios breves y quizás concisos sobre el aspecto técnico del libro, para después, entrar de lleno en el comentario sinuoso, amplio y esotérico de la obra:

Uno) el asombroso parecido de Cobo Borda, en algunas frases del comienzo del libro, con Borges. Frases cotidianas que parecen un diálogo del autor con aquel texto que escribe, que parece un guiño socarrónico para con el lector de parte del texto mismo. Un juego, sí, pero que carece de pasión al tratarse de, ya dijimos, una imitación que bien podría tomarse como un homenaje.

Dos) al tratarse de una obra que se presenta en su tercera edición –aumentada y corregida-, se nota un sube y baja en cuanto a la forma en que el autor afronta a los diversos autores que decide tratar. Veamos por qué: a veces aparece cruel y objetivo como frente a Silva, siendo muy respetuoso. Cruel y objetivo, pero someramente burlón, frente a Valencia. Alejado frente a Maya. Cómplice y virgen frente a Gómez Jattin. Amigo y obituario frente a su amiga Carranza. Y profusamente emotivo, casi hasta el delito de las lágrimas, frente a Arturo.

¿Qué se puede precisar al respecto? Bien, se notan los cambios. Incluso se pueden notar los diferentes momentos en que Cobo trata de domar a uno de los poetas. Se le ven, por decirlo de una forma coloquial, las costuras.

Pero esto no quiere decir que sea malo. Es decir, se puede tomar como una cierta ausencia de rigor, mas no de esencia, puesto que, por paradójico que parezca, Colombia es así: un país que son muchos país(aj)es. Así que qué podemos hacer excepto perdonar al bueno de Coba Borda y a partir de este instante, apresurarnos a continuar los diletantes e inquietos caminos que nos muestra en ese siglo maldito, en ese siglo XX, extracto de dolor y ruina.

FACE TO FACE

(interior-auditorio)

En alguna ocasión, la poeta Piedad Bonnett entrevistó a un selectísimo grupo de bardos colombianos (ver: Imaginación y oficio (editorial U de A, 2003)) y a unos de ellos les hizo la siguiente pregunta: “¿Creen que la poética colombiana sigue una tradición de pobreza?”, en obvia y clara alusión a la propuesta que Cobo Borda entregó en forma de título: La Tradición de la Pobreza (Carlos Valencia Editores, 1980) y que inicia el grupo de ensayos que corresponde en esta ocasión comentar. La respuesta de los entrevistados fue un tajante, indudable y seco “no”, derramándose, al instante, en una ringlera de poetas colombianos con, cosa curiosa, Silva a la cabeza.

Sí, considero que aquí en Colombia la tradición poética reviste algún valor que sin lugar a dudas, puede representar al país en un hipotético listado de lo que se salvaría del país en caso de que se hunda indefectiblemente.

Y visto desde afuera, la propuesta de Cobo Borda puede ser brutalmente atrevida, malignamente arriesgada. Pero lo que él dice es completamente diferente a lo que se viene a la cabeza al pensarlo superficialmente. Cobo Borda dice esto: “Vale, aquí en Colombia hay muy buenos poetas, como hay también muy buenos poemas, ¿pero alguno de ellos es conocido fuera del foco selecto que los conoce dentro de estos cuatro rincones de una patria llamada Colombia?”. Entonces la propuesta atrevida y arriesgada no es tan fácil de ser respondida, porque al salirle al paso y responderle de una forma fugaz e irresponsable, lo que se hace es aumentar la confusión.

Y vuelvo a Cobo Borda: “lo digo porque hasta la década del 40 no existía ningún poeta colombiano que fuera conocido de forma masiva en otros países, como el caso de Borges, Paz, Vallejo, Lorca…”. Y es cierto, no lo hay. Y siendo radicales, continuemos con las palabras de Cobo: “el único escritor colombiano que ha llegado a la categoría de universal ha sido y es GGM” (Silencio en el auditorio…)

Así que lo pregunto esta vez yo: “¿será que es cierta esa tradición de pobreza dentro de nuestra literatura?”, y el primero que me responde es el mismísimo GGM, con un certero y preciso dardo que quema: “la literatura colombiana es un fraude a la nación” (Revista Eco, # 203), agregando: “se reduce a tres o cuatro aciertos individuales, a través de una maraña de falsos prestigios”. La gente, ahora, se lleva las manos a la boca, otros se cubren la cara, escucho –incluso- un par de sollozos.

Y me pregunto: “¿vale la pena hurgar en la herida?, una menesterosa llaga que se acostumbró a mendigar y que parece, no quiere aceptar ningún tipo de ayuda…o, ¿ignoramos el agrio dolor y entramos a la fiesta?”

Cobo Borda optó por esto último. Así que sigámoslo:

DEAD BY DAWN

Tal como el subtítulo lo indica, ésta es una reunión que recoge desde José Asunción Silva, hasta Raúl Gómez Jattin, ambos límites, como no, signados por el suicidio. ¿Qué representa eso para Colombia?, es decir, ¿qué representa que los límites escogidos por Cobo Borda para su panorama de la poesía colombiana del siglo XX empiecen y terminen con un par de suicidios ejemplares? Significa lo que es ser poeta en estas tierras violentas: un severo desconocimiento; un sórdido enjambre de ruido; una tragedia carnal; un desasosegado destino; un signo maldito; una locura trágica; un final cuya última estancia ya se conoce; una bizarrada; una apología a la marginalidad; un, como diría Hendrix, “elevar la bandera freak bien alto”.

Cobo se sumerge en cada uno de los autores: Valencia, López, de Greiff, Maya, Arturo, Gaitán, Charry, Rivero, Jaramillo, Rojas, Posada, Chaparro, Bonnett; dando una lección de poco vértigo y bastante audacia conservadora, empleando una metodología que inscribe al poeta de turno dentro de la tenaz realidad vivida en determinada época, informando fielmente de qué iba la poesía en Colombia: modernismo, piedracielismo, los cuadernícolas, Mito, el nadaísmo, los desencantados, llegando hasta obras publicadas en 1999, como es el caso de “La isla era el tesoro”, poemario colectivo que integra, entre otros, a Juan Torres y a Felipe Robledo.

Seguramente, como no, una ardua selección que presenta las verdades más representativas de una tradición que brinda el espectáculo de la duda. Lista que como todas las selecciones antológicas, merece un comentario breve y leve que se hará a su debido momento.

Mientras tanto, veamos qué sucedió en el siglo pasado y cómo un poeta como Valencia, candidato a la presidencia de la república, es el máximo ejemplo de exageración retórica y límite leguyesco en un país cuya capital se hacía llamar la Atenas sudamericana; para pasar a ejemplos como los de Maya y Carranza, seres imbuidos en los gobiernos de turno, capaces incluso, de componer la letra para el himno de alguno de los partidos de turno que han llegado durante el Frente Nacional, en una precaria muestra de patriotismo nazi; y desembocar en un grupo de escritores, ensayistas, poetas e intelectuales alrededor de la revista Mito, que por primera vez le abrió las puertas del mundo a un país que se preciaba de ser aséptico de extranjeros: comenzaba a temblar la relación poeta-poder, pero el riesgo valdría la pena, porque 42 números de una revista cultural que se transformaría en el paradigma eterno de este tipo de publicaciones, cambiaron la forma de hacer arte en Colombia, y eso, al sol de hoy, nadie lo pone en duda, todos, en cambio, quieren ser testigos de un nuevo embate que reúna el poder suficiente para hacer levantar de un aparente agónico letargo a la población escritora, crítica y ensayista de este país, pero como todo lo bueno es breve, con la repentina y trágica muerte de su líder: Gaitán Durán, el sueño muy pronto terminó, y lo hizo de una manera muy clara y especial, digna, honesta y significativa: con un número dedicado al nadaísmo; quienes recibirían, entonces, la bandera ya vieja y delicada de la tradición poética colombiana, para que ellos, oh inquietos bardos ridículos y adolescentes, en un acto de pulcra irreverencia, la destrozaran y amparados en una tonelada de publicidad que ocultaron algunos pocos gramos de verdadera poesía, dejaran al país y a la generación que compartía la parte cronológica mas no la ideológica y a todos cuantos venían detrás, cegados para esa irreal realidad llamada Historia de la Poesía Colombiana, cuyo resultado no sería menos que una generación desencantada; aquellos seres medianamente sensibles hallados, de repente, en un foso cuyas herramientas tecnológicas estaban a la par de la época, años 70, al mismo tiempo que el único manual que encontraban a la mano era del comienzo del siglo que vivían. Estaban en problemas, y no eran ellos solos, críticos y ensayistas se dieron cuenta del cruel vacío al que se irían a someter en momentos en que no existía un objeto al cual asirse, por lo que empezaron como instigantes pero necesarios directores técnicos, a reunirlos, antologarlos, analizarlos, explicarlos, mostrarlos, reproducirlos, y así, quizás por la cantidad semi-sabia de libros y títulos, algo resultara y algo los representara dentro de esa monstruosa historia; dando paso, por último, a una generación que ocupa poco espacio dentro de este relato, ya que al comenzar a publicar en 1990 tienen, frente a Cobo Borda, muy poco tiempo de asentamiento para decir algo certero, algo coherente.

THE KIDS OF TODAY SHOULD DEFENSE THEMSELVES AGAINST THE 70’s

Trataré, por mi propia seguridad, de acercarme bordeando la montaña, y no subirla de frente, ya que no quiero resultar malherido, muerto, o peor aún desencantado.

Desde la ya comentada tradición de la pobreza hasta la desolada década de los setenta, existe una historia que se aferra a la raíz de su propio nombre y que no deja dudas. Es decir, pobreza o no, nombres como los de Charry Lara, Arturo, Mutis, Silva y de Greiff, por no nombrarlos a todos, siempre van a aparecer como acérrimos representantes de una época.

¿Pero cuál es el temor que acecha de los 70 en adelante?

No toda la culpa, desafortunadamente para algunos, se le puede achacar al nadaísmo. Es curioso que este movimiento, el último que ha existido en Colombia, tuviera pares en otros países latinoamericanos, todos con profundas raíces dentro de la tradición: Los Mufados, en Argentina, Los Tzanticos, en Ecuador, El Techo De La Ballena, en Venezuela, El Corno Emplumado, en México. Todos, como no, obligadamente bajo la influencia y el influjo liberador dentro de la desesperanza del movimiento beatnik. La culpa, como no, también la tenía la situación real a la que se habían de enfrentar, porque la gran mayoría de nadaístas fueron chinos nacidos en el campo, víctimas indirectas de la violencia, testigos de primera o segunda línea de las torturas y exagerados métodos de muerte que se empleaban. En ese sentido, agradezcamos y tomemos el ejemplo de estos desaforados chicos que, incapaces de seguir el camino de las armas, optaron por la fluidez creativa, tal como unas décadas atrás el movimiento Piedra y Cielo decidió cerrar filas a la realidad y cantarle, en cambio, al sueño, a la amada, a la flor, en contravía de lo que pasaba en Europa, de lo que pasaba en el mundo.

Pero al igual que el movimiento punk londinense nació para estrellarse contra el primer muro que se encontraran, los nadaístas no sólo chocaron, se despedazaron y fragmentaron, sino que en contra de todos los pronósticos, siguieron adelante, cumpliendo algunos de ellos, su eterno papel de payasos ligados cómodamente a ese sistema que con tanto ahínco criticaron.

El paisaje desolado en que se halla(ba) Colombia, no es la mejor inspiración para escribir poesía. El único paisaje que quedaba era el interior, tal como lo confirma Octavio Paz en “in/mediaciones”, y Chuck Pahlaniuk en “el club de la pelea”.

No, lo nadaístas no dañaron todo, sólo una mínima parte. A la manera de “12 monos”, sólo fueron un grupo que fomentó el escándalo, desafortunadamente de tal volumen, que opacó a quién expandió el gas…

Habían empezado los setenta, y cada uno, como ley divina, tenía que defenderse por sí mismo. Bien o mal, la capacidad, la potencia, la actitud que dicha aseveración despertara, será definitiva para evaluar lo que vendrá: poetas consagrados y reconocidos por las masas, como Roca, como Carranza, como Jaramillo Agudelo, poetas que vibraban a otro nivel “impedidos para la inocencia” como diría Cobo Borda, poetas cercanos a un riesgo individual que, desafortunadamente, tampoco representaría una explosión atómica: Bonnett, Garcés, Martínez González, a quienes no les queda más que su propia vida para escarbar en busca de palabras con resultados que de tan personales, confunden y hasta llegan a gustar. Poetas como Posada, Potdevin, Denis y Junieles, que ya no caben dentro de un solo núcleo, que necesitan de la intertextualidad parta ordenarlos, la variedad y la multiplicación para el encasillamiento. Si la poesía se dividiera en géneros, estaríamos en problemas.
La liquidación de un país, la no tan crisis de la tradición, los horribles continuadores de un trabajo innoble, la confusión entre maestros y discípulos, y cómo lo preguntaba Rogelio Echavarría “¿quién es quién en la poesía colombiana?” (Eláncora editores, 1997), sin que nunca nadie le respondiera, y fuera él mismo el encargado de tomar el suicida pero necesario riesgo de poner, así sea alfabéticamente, orden a esto, conforman el llamado panorama de lo que se leyó, se vivió, se creó y editó o publicó desde ese inicio de década.

BENEATH THE REMAINS

¿Cuál es la situación, posición y disposición de los que nacieron después de 1960?, porque es aquí cuando lo único que puede hacer Cobo Borda es dar unos cuantos suaves nombres, bastante calientes aún, y que aplicando el consejo de Jaramillo Escobar, es mejor esperar a que se enfríen, razón ésta que llamo de riesgo extremo por parte del historiador y del cual queda, de mi parte, exento de cualquier culpabilidad por incorporar a…e ignorar a…, ya que como lo dice él mismo, casi compadeciéndose a sí mismo, “hacer una antología que abarque los años de 1988 a 1998, es sencillamente imposible”, ¿y por qué? Se preguntarán, lectores, siendo el mismo Cobo B. quien responda: “aglutinar tal variedad de propuestas y tal cantidad de títulos publicados, es inútil”, y sigue,” mi propuesta es que a través de investigaciones, monografías, comparaciones y búsquedas, se empiece a mostrar ese aparente submundo que acecha en las sombras culturales de Colombia”. Y en esas estamos. Atendiendo el llamado de alguien que cierra un ciclo en una época con la que se siente a gusto, que vivió a plenitud, que él mismo representa. Pero con los más jóvenes, él ya no pudo, y antes que causar confusión/controversia, cede el espacio…¿a quién?

El pintor ibaguereño Darío Jiménez (1919-1980), dijo alguna vez: “sobre la ruina de mi ser levantaré una fortaleza llena de imágenes”, y a mi modo de ver, vivir y entender, es la frase que mejor puede definir a una generación que recibió la más palpable muestra de vacío de manos de una generación que casi en un lenguaje autista, legó un mensaje en clave personal, tan abstracto, que se hace necesaria la cirugía para su comprensión. Pero como de valores generacionales no se habla aquí, los nacidos en los sesenta, setenta y ochenta, sólo pueden acercarse a la creación para edificar a partir de unas ruinas de las que nunca tuvieron la culpa directa. De las manos, de repente, desapareció cualquier clase de manual telúrico, lo que hizo redescubrir las antenas para obtener una comunicación cósmica de tipo más espiritual. Era, como no, la evolución natural de un legado autista que de tanto verse a sí misma, tendió un puente que fue recibido por los más jóvenes, al que, como todo, no se le ha dado el uso adecuado, excepto un ejemplo valioso y elegante: Felipe García Quintero.
Ya no es que el poeta sea mal visto por la sociedad, es que el poeta ya ni siquiera existe. Pero desde las ruinas, “su palabra sagrada y su canto continuo” vive, así se trate de un destino indivisible para el único ghetto que acoge dicha voz.

THE END IS THE BEGINNING IS THE END


El fin del siglo, como lo dice Juan Gustavo, representa “otra poesía”, y frente a esa novedad pregunto: ¿continuará la tradición?, ¿se obtendrá algo novedoso?, ¿se asumirán por fin, los riesgos que implica dicha continuación?, ¿se llegará al poema como tal?, y de nuevo, la gente del auditorio llega a un silencio incómodo, y de repente, como si de un fantasma se tratara, llega una dama a lanzar una pregunta que liquida a los más débiles, es decir, a los más complacientes: “¿fuera de León de Greiff cuál de los poetas mencionados ha transformado la poesía colombiana, definiendo lenguaje o sensibilidad de época, o anticipando nuevos valores?”, gritando a continuación, enfurecida y acompañada de una nostalgia poderosa y tierna: “¡ninguno!”, para alejarse tal como llegó.

No. No lo hay. Los riesgos que se corren al asumir el respeto hacia una tradición. Riesgo que debe ser mutado mediante un sencillo ritual: descabezar al padre. Acto parricídico que se necesita para, una vez alimentarse de su alma difunta, proseguir el nuevo camino alejado de la tradición, pero tan cercano. Porque a la tradición el respeto no la nutre. Una tradición que espera, fantasea y ansía ser violada, ultrajada, desbaratada para, una vez desconocida, presentarse ante el palacio de la Historia como esa novedad que se pide a gritos desde hace mucho tiempo.

El ser fantasmal aparece una vez más y pregunta al auditorio: “¿alguno de ustedes es capaz de asumir el riesgo?”. Y veo que algunos asistentes se ponen de pie y empiezan a dar los primeros pasos, cuando añade:”riesgo que exige un compromiso desde lo más profundo de la vida y de tiempo completo”, haciendo tambalear a algunos de los caminantes, devolviéndolos a su lugar de origen, de donde, sin embargo, surgieron una manada de opacos seres. Riesgo, que implica la vida misma: víctimas que caerán en los abismos insondables de la locura, de las drogas, del sexo, del misticismo, pero cuyos resultados, en contra de una sociedad aparentemente digna, centrada y cuerda, sólo se saborearán décadas después.

El éxito, el triunfo, el reconocimiento para esas pocas personas que continuaron caminando hasta el lugar donde la fantástica fantasma se encontraba, jamás va a llegar. La luz que los alumbrará en su camino, a la manera que a Michael Jackson le sucedía en “beat it”, serán los postes callejeros en un silencio cómplice, fuerte, hermoso y verdadero. Y de ese puñado de seres, uno, quizás dos, a lo sumo tres, entrará(n) a formar parte de esa Historia que adolece de un vacío, espero, momentáneo.




No hay comentarios: