sábado, 16 de agosto de 2008

THEY ARE THE CHILDREN OF THE UNDERWORLD

LOS SUICIDAS DEL FIN DEL MUNDO-CRÓNICA DE UN PUEBLO PATAGÓNICO

Leila Guerriero

Tusquets. Buenos Aires. Septiembre de 2005. 230 pp.

Lo primero que llama la atención de la forma en que fue escrito el libro –la historia es un punto aparte- son los detalles. Guerriero es una cronista, y como tal se hunde hasta el desespero en el ambiente que debe descubrir, sintiéndolo hasta volverse invisible para, al punto, empezar su labor. El paisaje lento, milenario y desnudo que rodea a Las Heras. Las inconformes composiciones naturales familiares que se forman desde un punto neurálgico petrolero. El tiempo transcurrido desde que alguien desde alguna parte decidió instalarse justo ahí albergando la posibilidad de una mejor clase de vida. Y más allá, las miradas que se sienten detrás de cada rostro atacado por algún suicidio cercano. Aferrándose a casi lo primero que aparezca, lo que implica que muchas veces se trata de un certero vacío. O un silencio. O alguna clase de religión perdida en el inframundo vegetativo espiritual.

Después viene el sutil acercamiento a las familias, a las personas, a las novias, madres, esposas, amigas, conocidos, hermanos, paisanos. Como cuentan sus vidas, sus sueños que alguna vez quisieron realizar, unos pocos deseos, y esa lucha constante entre un espíritu y el fuerte viento que golpea la zona, robándose toda clase de ímpetus, sin importar qué o quién.

Y lo tercero, el instante en que son descubiertos. Aquí o allí. O las sospechas, o ese nunca saber qué fue realmente lo que sucedió, o por qué, o con quién. “La muerte ya goteaba de sus manos”. No había nada que hacer. Excepto, en algún tiempo, una línea amiga de ayuda, una suerte de artificio que cansó primero a los que la semilla suicida no había correspondido, mientras al acecho, esperaban a por un detonante, cualquiera que fuese. “¡Mami, mai, mirá lo que hizo Carolina!”.

Que no hay oportunidades, que la distancia y la desolación, que falta comunicación intrafamiliar, sitios de esparcimiento, un poco más de color….Es como si el viento se lo llevara todo. “Hasta el viento disfruto. No es que me dé alegría, que sea algo placentero, pero el viento te da algo distinto, te demuestra que estás en un lugar específico. El viento es como el sinónimo que te hace acordar que no tenés la menor duda que estás en Las Heras. Vas a otro lugar y no te pasa lo que te pasa acá. Es algo particular. Si estás acá, tenés que amar el viento, reconocerlo y aceptarlo como algo cotidiano de Las Heras. Porque, ¿alguna vez viste un viento como este?”.

O lo que decía Lorenzo: “Es que acá nosotros somos para adentro. Nos cuesta ser amorosos.” Y tras ello, explicaciones psicológicas que no aceptan otra cosa que la teoría, o psicólogos que no llegan a hundirse hasta el fondo porque el camino no se halla.

“Fueron 12. Entre marzo de 1997 y el último día de 1999 se suicidaron en Las Heras 12 hombres y mujeres. Once de ellos tenían una edad promedio de 25 años y eran habitantes emblemáticos de la ciudad…”

Guerriero llegaría al pueblo en otoño de 2002, no había habido más casos desde ese 31 de diciembre, pero entre el 3 de enero y el 3 de septiembre de 2003, 8 personas de diferentes edades se suicidaron. Y en 2005, en febrero, ya llevaban tres. Guerriero ya estaba en Buenos Aires, y buscó la noticia en periódicos, pero lo único que salió fueron los suicidas de una secta japonesa. Entonces supo que ya todo había terminado.

¿Sirve para algo la literatura?

¿Se debe hacer caso a una crónica desde el punto de vista moral o social?

¿Realmente debemos ser políticamente correctos? Ya sea desde el lado del cronista, del periodista, del lector, del paisano.

¿Desde qué punto de vista entender eso que sucede en La Patagonia?

¿Vale la pena seguir?

¿Quedarse?

¿Distanciarse?

¿Protegerse?

¿Camuflarse?

¿Sobrevivir?

¿Habitar?

¿Respirar?

¿Fundar?

¿Amar?

“¡Ves! Además el viento se lleva todo”.

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