sábado, 13 de septiembre de 2008

ALGUNAS VECES ESTO Y OTRAS VECES, LO DEMÁS

LA QUINTA DEL SORDO

Nelson Romero Guzmán

Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Agosto de 2006. 64 pp.

Veinte años de publicaciones sostenidas en poesía es una buena noticia. Es decir, es bueno porque se trata de Romero Guzmán, un poeta tolimense, nacido en 1962, y que desde ya ese lejano y perturbador 1988, entregó “Días Sonámbulos” (Mundo Nuevo), para después de abierta la esclusa, permitirse el lujo de ganar algunos importantes concursos y dejar la huella –de sus poemas- a la vista de los curiosos; siendo éste, el que nos convoca hoy a esta sesión, el penúltimo de la tanda, puesto que un año después, en 2007, ganaría el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con “Obras de mampostería”, que, a lo sumo, atenderemos a su debido tiempo.

“La quinta del sordo”, como tal vez intuyen en el nombre, es un volumen dedicado íntegramente a Goya, el pintor español del siglo XVIII. Un tipo de acercamiento que ya se había dado en el libro “Surgidos de la luz” (Universidad de Antioquia, 2000), con la figura de Vincent, siguiéndolo a través de las cartas que le enviaba a su hermano Theo. Y no es algo fuera de lo común. Poetas colombianos que traen a sus poemas tanto obras de arte como pinturas en sí, no son raros: Ramón Cote, Elkin Restrepo, Hugo Chaparro. Pero curiosamente, y no puedo explicar el por qué sencillamente porque no lo entiendo, frente al Romero Guzmán macro, es lo que menos me interesa.

Leer sobre lo cotidiano de la vida de una persona que alberga alguna clase de psicótica esperanza, o encontrar pedacitos cuasi simuladores de automutilación vital, o armar una casa con delicados poemas muy disckinsianos, o incluso, esa otra costumbre o capítulo entomológico de nuestra poesía, permite que la obra de Romero Guzmán sea una roca sólida frente a los ataques histéricos de un lector que se funde muy pronto en el paisaje de la cotidianidad, mientras esos sembradíos de palabras se mantienen vigentes, ante el paso sutil del frío, del viento, de las tormentas de arena, y sobre todo, de la indiferencia y el desconocimiento.

El prólogo, como es costumbre en esta colección, lo hace Guillermo Martínez, y resulta muy apropiado para quienes no gustamos del resto. Y lo repito. No quiere decir que sea un mal libro ni mucho menos. La imposibilidad de conexión con algo que no pude descifrar es lo que hace que esta historia se lleve a cabo de manera anómala. Dice Martínez: “El Goya de las tinieblas de España, el Goya sordo y alucinado de los sótanos del alma, el de los monstruos del sueño de la razón, el Goya escindido entre la luz y los terrores de lo desconocido es el tema que obsesiona a Nelson Romero Guzmán. Un desafío riesgoso y exigente.” Dividido en tres partes: “Casa Alucinada”, donde se muestran los últimos años del pintor ya en el siglo XIX; “Galería”, con sus espeluznantes cuadros manteniendo la vida y luchando por hacer enloquecer a los espectadores o al autor; y “Aquelarre”, esa sutil maldición en la que cae quien toca u obtiene lo que no debe – “Hay un color que no ha sido revelado al hombre” se lee en “Noticia”. Por lo que esos tonos tan lúgubres, tan decadentes, son tan apropiados para los imperios cuando están ya cayendo y pretenden continuar erectos. Y estos poemas son eso. Forman parte de un coágulo de una herida que no tardará en volver a abrirse, y que se calma en un entretanto que luce fenomenalmente esperpéntico, anómalo, fundido, “cada vez los círculos son más estrechos”. Por lo que tomo este libro como una advertencia. Como una señal. Un aviso desde una parte más profunda del precipicio mientras sostenemos una caída libre tan apática, que no sabemos para dónde vamos. “¿Perduramos de verdad en los retratos/o es el olvido el que no quiere olvidarnos?”, dice en Preguntas a un retrato, y yo pregunto a quién quiera responder, sí no será una venganza del olvido el que no quiera o no pretenda olvidarnos. Lo curioso es que aquí no hay vacío. El diálogo fundado para ir detrás de un doble fantasma o de un doble real, en un sótano, desconocido, y a lo sumo maldecido, recibe una puñalada de luz, que en el mejor de los casos, es un aviso directo y divino para seguir adelante. Es decir, son los heridos de su época, los rechazados, los ignorados, los ausentes, los que atendieron el llamado de la decadencia y la perturbación y supieron hacer lo correcto. Aunque monstruoso, aunque paralelo, aunque lateral.

¿Romero Guzmán será uno de ellos?

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