sábado, 6 de diciembre de 2008

DE PARTE DE DIOS

EL HOMBRE DE DIAMANTE
Enrique Serrano
Seix Barral. Bogotá. Septiembre de 2008. 157 pp.


El necio, resulta siendo sabio. Dice el dicho popular.
A Serrano parece pasarle factura el futuro bajo esta afirmación.
No hace mucho decíamos que la exigencia del barramejo es frenar un impulso lector, comparado con sus pares generacionales, o con los hilarantes escritores de menor edad que hacen fila para obligar a la lectura que marcha acorde a (nuestros) los tiempos.

Se puede o no estar de acuerdo con un escritor. Se puede seguir a lo largo de los años cayendo como un asteroide sobre cada planeta obra. Se puede contradecir o se puede no estar de acuerdo con los planteamientos, forma, resultados y un sin fin de probabilidades mudas que harían sólo estorbo aquí nombrándolas. Pero no se puede negar a un buen escritor con un dedo. Ni con una ofensa. Ni con una reseña que hable en contra de un libro. Ni con un ensayo. Ni con la voz.
Lo que palpita es lo verdadero. Lo que se siente. O lo que vive.
Es ese el poder de la palabra. De una o de toda la que arrastra, tras de sí, invisible al ojo común, un escritor.

Orígenes de Alejandría (185-254) es la excusa de Serrano para exigirnos viajar en el tiempo, en esta ocasión.
Apéndice –y según él, cierre del ciclo- de “De parte de Dios” (Seix Barral, 2000), traza la vida de un místico exegeta en los albores del cristianismo, perdida historia incluso para los más fervorosos creyentes, puesto que aún –ese nacimiento- está fabulado en el idioma griego y se acostumbra a ubicar en la iglesia ortodoxa.
Como suele suceder con las novelas del barramejo, lo que se lee resulta ser encontrado por alguien: Clímaco de Cilicia, y ha sido escrito por un personaje más dentro de la historia: Antonino el Griego, esclavo de Orígenes que fue liberto por él en los últimos años de su extensa relación. Clímaco, un cristiano de miedo, halla la anécdota en el escritorio de Antonino –ya fallecido- y pide que quemen esa blasfemia, que no es otra cosa que un presagio de lo que será el cristianismo: una fatigante religión que a causa de tener un solo Dios, exige demasiada sangre. Antonino hace una serie de reflexiones en torno a esa figura del Dios egoísta y purista una y otra vez; el esclavo fue una de las pocas personas que no fueron convertidas por El Hombre de Diamante, llamado así por su “Prístina tenacidad y su estoica resistencia” en tiempos que, sin embargo, todavía eran difíciles para los cristianos.

Como hoy. “Se puede llevar un caballo al agua, pero la fe es otra cosa”, dicen The Black Crowes. Serrano empieza el “prefacio” con la frase: “En un mundo sin fe…”. Y dice en el “prólogo” de “De parte de Dios” que los tiempos que corren necesitan de las vidas de los místicos para no caer en simplicidades o ramploneras consolaciones.
¿Qué es lo importante hoy en día? La respuesta es muy clara y no vale la pena nombrarla aquí. Las necesidades o las señales de los tiempos, por supuesto. Pero también a dónde conducen.
¿Es un estorbo hoy en día esa parte invisible de nosotros?

Pero aparte de la fe, el otro cuestionamiento que hace Serrano a lo largo del libro, es la de los límites, o las zonas, o el fanatismo.
Cuando Orígenes debe ser curado por médicos egipcios, ya que los cristianos no saben cómo solucionar sus problemas físicos, el protagonista de la historia se da cuenta de que existen muchos caminos para llegar a Dios, como meta. Y el cambio empieza a gestarse. Quizás se trate del momento favorito de la obra, porque la tensión por difundir un mensaje o una idea sólida, empieza a convertirse en gas. Orígenes se calma, porque ve que la diferencia es válida y sobre todo vital. Y tal vez en eso radica su grandeza. Antonino, pagano como él solo, lo sabe sin haberlo aprendido. Y se burla en la soledad de sus recuerdos escritos, al ver a su amo empezar a quitar la línea recta de su vida.

A veces no todo lo puede la razón. A veces no todo lo puede el nombre. O la idea. O la creencia.
Siempre parece haber algo mucho más poderoso más allá, y con o sin fe, muchos nunca alcanzarán a tocar ese horizonte, esa línea, porque ni siquiera la ven.
La Tierra es plana, por ejemplo.
Los equivocados siempre son los otros, por ejemplo.

Serrano, quizás, no me responde la estúpida pregunta de “para dónde va la literatura contemporánea”, pero me hace preguntar “para dónde vamos como seres humanos” a partir de este aquí y ahora. Y la respuesta no es fácil. Lo primero que se me viene a la cabeza, es la hilera de cerdos poseídos, en la historia bíblica. Lo segundo, es ese capítulo de Los Simpsons, en que Homero, Barney y Moe llevan a Bart a cazar para que se convierta en hombre y homófobos los tres adultos, resultan siendo salvados de los renos por un gay. “Si todos los gays pudieran salvar la vida de un homofóbico alguna vez”, dice aquel de quien se me fue el nombre. O si “todos los ateos o paganos pudieran salvar la vida de un cristiano extremista alguna vez”. O si…en fin, creo que ya entienden la idea.

La obra de Serrano, en general, no es fácil o no es acorde a los tiempos en cuanto a ritmo se refiere. Llueven las quejas. Y siempre se le exige algo más de concreto, más de calle, de parque, de smog. Sólo espero que nunca vaya a caer en esa absurda tentación.
A veces las respuestas no están en el imaginario colectivo.
A veces hay que mirar hacia otro lado para responderse las inquietudes.
Y a veces las soluciones están en el lugar menos pensado de las posibilidades.
Como en el consultorio de un médico egipcio que sigue una línea de creencia totalmente opuesta a la que yo vivo…

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