sábado, 24 de octubre de 2009

RECOMIENZO (Planas obligadas)

A LAS PUERTAS DE EL UBÉRRIMO

Iván Cepeda + Jorge Rojas

Debate. Bogotá. Diciembre de 2008. 155 pp.

La pasión, esa obligación irracional

Nos cuesta mirarnos a sí mismos con los ojos reales que tenemos, con los ojos que hemos negado desde siempre, los ojos de “creer en lo nuestro” desde el centro mismo de esa Colombia políglota, politeísta, múltiple, plural y coloreada.

Reconocer esa variedad es la pesada carga que ha residido sobre las espaldas de una Historia hecha y acomodada a cualquier antojo –del poderista de turno-.

Así, la facilidad de mirar hacia otros lados –cuando todos los ojos están puestos ahí encima- cuando de autenticidad se trata, es la respuesta común reflejada en la capilla confesional del espejo diario –uno frente a uno- que, al fin y al cabo, no exige una respuesta ante la pregunta diaria.

¿Qué significa ser colombiano?

¿Qué significa vivir en Colombia?

¿Qué implica atravesar la vida en este territorio “tierra de locos”?

El engranaje catastrófico que sostiene a la Patria, es el punto de inicio de todas aquellas personas anhelantes de “sacar adelante está vaina”, inclusive refundándola. Sea lo que sea que ello significa.

Creer que todo es de ellos, incluyendo el derecho a existir; supongo.

A partir de ahí, con la ayuda del Poder, temeroso de perder lo suyo, el negocio comienza, en esa clase de súbito silencio que luego acalla todo.

“La derecha elige el pasado porque prefiere a los muertos”.

El fuego que todo lo limpia

A mediados de los años 60 del siglo XX, organizaciones guerrilleras empezaron a adoctrinar a los campesinos abandonados a su suerte. Les enseñaban a exigir. Y si no los atendían, a tomar por la fuerza. “La tierra es de quien la trabaja” y ese tipo de consignas.

A finales de los 70, los guerrilleros, con la confianza que se tenían, empezaron a seleccionar a ganaderos y terratenientes para secuestros extorsivos.

Era la manera de financiar una guerra por un pueblo que ya comenzaban a olvidar.

Los hermanos Castaño enceguecidos por la venganza de un padre que habían asesinado en cautiverio, empezaron a dictar la cátedra contraria, la de la defensa propia ante la ausencia de un Estado invisible o perfectamente cómodo en las altas esferas de la capital.

La integración a la nueva comunidad comienza a tomar forma, a romper cercos de miedo, a resolver las inquietudes y a pelear por la unicidad.

No sólo replegaron a la guerrilla, sino a todo el estamento social en que se sustentaban.

A finales de los noventa, Córdoba era el único departamento de Colombia que orgullosamente mostraba cifras en las que no sólo no cabía ningún guerrillero, sino que no habían datos de la izquierda.

En reino de ciegos…

Las autodefensas dominaban toda estructura social, política, académica, empresarial, institucional. Y nadie ignoraba eso. Los retenes eran solamente una forma de excusa para no perder la costumbre.

“Las autodefensas somos todos”, decían por doquier. Desde el tendero o el botones del hotel, hasta arriba, porque gobernadores o rectores de la Universidad de Córdoba, eran puestos por las manos de “esos señores”.

Esa es la hipótesis del libro, porque el señor Uribe Vélez compró la finca El Ubérrimo a comienzos de los años 80, y a mediados de la década, ya era un conocido político en la región que siempre fue bendecido por el apoyo no sólo como gobernador del departamento vecino, sino como precandidato a la presidencia.

Y si todos sabían lo que sucedía, ¿cómo esta persona lo ignoraba todo?

¡Hasta Mancuso confiesa que pasaba frente a la entrada de El Ubérrimo haciéndose el loco!

…el tuerto es…

“Todas las Convivir son nuestras”, dijo Ever Veloza, alias H. H. O “Álvaro Uribe Vélez es, en el fondo, el hombre más cercano a nuestra filosofía”, dijo Carlos Castaño.

La refundación de la Patria firmada en el Pacto de Ralito era el abrebocas para la visión monoteísta, profanamente sacra, llanúrica, exageradamente ensimismada, unívoca y sin prohibiciones desde que se siguiera la ruta convenida.

Era el país que tenían en mente, el país del que ahora no podremos desprendernos, la nación manca, coja y tuerta que siempre ha visto por debajo del hombro a quienes poseen menos de lo que creen que es lo apropiado.

Apague y vámonos

Ricardo Silva habla de los beneficios de pertenecer a una minoría limpia y no condescendiente con el Mandatario; de votar por los partidos políticos reales incapaces de cambiar de bando a mitad de partido.

Luis Afanador manda a diestra y siniestra esa frase de Borges en la que pide inscribirse a un partido político que no tenga ninguna probabilidad de ganar algunas elecciones.

Felipe Zuleta trata a ese 80% con el Síndrome de Estocolmo.

José Gaviria no espera utilizar jamás viagra porque espera otra erección de cuatro años.

Incluso mequetrefes de la calaña de las Marías –Elvira, Isabel- ponen sobre el mantel algunos peros que pueden convertirse en bumerangs para más adelante, según qué, acomodarse.

Mi vecino me pregunta cada vez que me ve: ¿Y si no es él, quién?

La mayoría de columnistas de opinión –mientras no los echan- ya empieza a cansarse de poner a la vista de quienes quieran leer las mentiras del régimen.

Alfredo Molano y Ramiro Bejarano apelan a hechos históricos latinoamericanos para mantener esa esperanza del juicio o de la caída.

Residente dice que El Presidente no es un País.

Incapaces de asimilar una crítica externa, contradictoriamente jamás nos enseñaron a pensar qué había más allá de ese ombligo aleph que lo concentra todo.

Máxime cuando el todo es una persona, ese sujeto aparentemente intocable.

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