sábado, 20 de febrero de 2010

CONFIDENCIAS SOSEGADAS

CANTOS POPULARES DE MI TIERRA

Candelario Obeso

Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Bogotá. Agosto de 2009. 78 pp.

Tarda en llegar y al final hay recompensa, se leo ye cantar a Gustavo Cerati en una canción perfectamente oculta de su famosa banda.

La exculpación nacional, desde un Ministerio comandado por una afrodescendiente, en torno a esa dupla dorada: Obeso – Artel, hizo que 2009 fuera un período dedicado a rescatar de la oscuridad a los dos escritores negros.

La pluralidad hace de las suyas en tiempos políticamente correctos para brindar nuevos guiños –culturales donde impera lo económico- al Tratado de Libre Comercio que parece pender de un ligero hilo, invisible por lo demás.

Aquí abajo, sin embargo, se hace fiesta y se disfruta.

El maná, aunque moledor de estómagos y otros puntos más peligrosos del tracto digestivo, no deja de ser santo.

Y junto a él, la música celestial cantada por las voces más blueseras de la dicotomía colombiana en lides poéticas desde los márgenes más extremos de los que se tengan noticias entendibles.

Lo clásico, lectorxs, no quita lo gozado.

Las sombras que desde el más allá dictan, encriptada y posiblemente conspirativa –la libertad de la mujeres, por ejemplo-, un camino a destiempo, ahora forman el surco para diseminar, vuelta de hoja, una semilla rabiosa, granulada y con intenciones de morder, cual hongo, el sacro mausoleo de una poética nacional.

Sólo los necios sobreviven.

Así hayan tenido que cometer por su propia mano el hallazgo del feliz término final.

No fue el primero, no fue el último.

La fortuna acompaña a dichos especímenes, volviéndolos raros, exquisitos, insondables y reeditados, quizás, más de la cuenta.

Una suerte de ritual los hace más envolventes, y más cercanos a medida que transcurre el tiempo.

Esa zona que inevitablemente nos hará estar del otro lado un poco más tarde o temprano de lo presupuestado.

Las risas, sin embargo, se oyen desde cada orilla del canto.

El sol también.

Las sombras, la noche, la oscuridad.

Y por fin, después de mucho bregar, la palabra.

El elemento constitutivo de la llaga que jamás, su portador, permitirá tratarse con dignidad.

La amputación no es más que la pérdida del instinto.

Y aquí, con esta guía en la mano, no hace falta mayor latido.

Los orificios palpitantes piden más.

Hay que alimentar a los muertos con nuestras propias bestias.

Larga vida a los fallecidos vueltos en forma sacra para un canon –oh nación bárbara y pútrida- nacido muerto; aquí cualquiera puede optar por su trono.

Aunque, claro, para acceder primero, hay que quitar la manigua que lo domina todo.

Sutil verde espectro que respira.

¡Qué vive!

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