sábado, 13 de marzo de 2010

CONTEMPLANDO EL VACÍO (Grandes Éxitos; ¿primera parte?)

BUDA BLUES
Mario Mendoza
Planeta. Bogotá. Abril de 2009. 277 pp.

No puedo ser objetivo con Mendoza, y eso lo sabe todo el mundo a mi alrededor. Algunas voces, incluso, se atreven a preguntarme por él como si fuese un amigo que veo muy de vez en cuando de una manera constante, e incluso me toman como su confidente.
La verdad, en este caso, se divide en muchas rutas: es cierto que me encontré un par de veces con el hombre; es cierto que me compartió un par de infidencias que de sacras, se han ido olvidando y confundiendo en mi memoria, y que hoy en día puedo pensar en que las dijo, por aquella época, todo el tiempo a mucha gente.
Para los que no creen, Mendoza es un ser humano como casi todos lo que se asoman a este espacio virtual, y como tal, lo afectan una serie de situaciones que seguramente afectarían a muchos al otro lado de la pantalla.
Pero no es de eso que vengo a hablar hoy acá.
Lo repito: No puedo ser objetivo con Mendoza, así que no seré precisamente el héroe de ese 95% de críticos comunes que lo atacan sin piedad desde casi cada esquina de los diarios, revistas y periódicos de circulación nacional e internacional.
Y dejo claro algo de una vez; quizás me equivoque o me contradiga, quizás cambie de parecer al finalizar esta reseña o se me olvide al instante de apagar la máquina lo que escribí.
Bien, una vez los avisos se han publicado, paso a referirme a una séptima novela de un escritor bogotano.

“Buda Blues” no es la mejor novela de Mendoza. Es, en cambio, el borde del segundo precipicio en donde se detiene para hacer un recuento de su obra pasada. El Blues de Mendoza es un resumen atómico de toda la temática que ha trabajado desde “La ciudad de los umbrales”: la vida buscando una válvula de escape, los puntos más marginales de la sociedad, el odio visceral a los requisitos de entrada a una sociedad superior, una extraña atracción hacia salidas no convencionales, la huida, el dolor que carga como si no existiera la posibilidad de la confesión, la muerte cercana…Aunque evidentemente sigue la línea Post Satanás, en la que los protagonistas o bien danzan en la orilla de un océano Atlántico o bien regresan al delirio selvático en pos del que creen es el amor que les salvará –y mantendrá- la vida. Aquí ambos catárticos, Sebastián y Vicente, terminarán sumergidos en el placer del azar y la segunda oportunidad sobre la tierra en Río de Janeiro, después de haber girado por una parte del globo terráqueo.
Las obras de Mendoza, qué duda cabe, se mueven a toda velocidad, desesperadas por la necesidad de estar mirando tanto tiempo de frente y sin ninguna protección la realidad. Pero como cualquier droga de diseño específico, les resulta imposible desalbergar esa noble opción. Entre las críticas divertidas que le lanzan a “Buda Blues” está la de la ausencia de ironía; pero ¿en qué época colombiana la ausencia de dicha característica fue más evidente? Se vale aceptar la radicalidad que lleva a que la emoción del escritor planteé colores minimales, incluso en las escenas en que se debe encargar de diseminarlos: en selvas o en plazas de mercados. Pero, cosa curiosa, ante la ausencia de una gama infinita para la vista, los sentidos escogidos por el bogotano para deleite de su público son el oído y el olfato. Es decir, la sensibilidad oculta. La formación rocosa de una obra literaria. O su paisaje, muchas veces inútil, de fondo.

Vicente y Sebastián se conocen desde pequeños y en medio de una distancia espacial considerable, no tienen otro medio de comunicación que la epistolar. Aunque, libertades de la novela, cada uno parece a su antojo un prospecto de escritor capaz de redactar, al detalle, azares y despechos, sensaciones y confesiones, ideas y conocimientos, en más de 30 o 40 páginas enviadas por correo electrónico.
Quizás esa sea la otra falla de Mendoza: se pasa por encima ciertos elementos que hacen poco creíble la historia.
Mario simula un agujero negro convierte todo lo que se traga en parte indivisible de su literatura.
A veces, pareciendo que se trata de una ciega pasión que impide ver la misma realidad que lo ha abducido y que le impide ver más allá. Serán los ecos de su vida académica o el terror a parecer inverosímil, contradictoriamente, lo que le impide desatarse de algunas teorías que campean en la segunda o tercera línea de las ciencias humanas, y que son puestas desde la condición del autor o su principal exponente.
El bloque intelectual que se cree ha de tener para darle validez a la novela, simplemente podría resultar en un deslizamiento apocalíptico que permita el juego o el delirio, la caricia o la desfachatez frente a la página ocupada.

Uno de los dos, ya no recuerdo cuál, decía sentirse en un agujero imposibilitado de salir de él.
Así sentí al autor. Al borde de su segundo abismo, porque frente al primero fue capaz de saltar, de decir “habrá un suelo que me acoja”, pero tras el resumen de sus primeros títulos, no queda más que preguntar sí será capaz de hacerlo, o si por el contrario, un nuevo atormentado personaje puebla ya las avanzadas hojas de su octava obra, es seducido por una mujer de su misma clase social, la evita a toda costa, una persona cercana muere, luego empieza el delirio por hallar un asentamiento en una clase social más baja, como si la culpa lo atosigara y le impidiera mirar al frente con hidalguía y orgullo, se topa con una exquisita dama que probablemente ha ejercido la prostitución, se enamora, le dan en la cabeza o en el corazón, y tiene que decidir si la acepta o no. La muerte de ella es una opción muy válida, vale la pena advertirlo.
A Mendoza, tras esta experiencia hardcore autobiográfica, no le queda más que saltar o devolverse, y si opta por esto último, ojalá sea por un camino que no tenga todavía sus propias huellas, marcas u hogueras dejadas como si del mismo azar se tratara.
“Una sensación me abrumaba: la fatiga extrema de ser yo mismo, el cansancio de tener una conciencia siempre atenta y vigilante”.
¿Alcanzaremos a leer al nuevo ser que emergerá de las cenizas del MM que ya todos han leído por completo?
¿Tendrá, el viejo cascarón mendoziano, algo más qué decir?
¿Y (nos) cautivará como antaño?
¿Partirá desde cierto pesimismo lúdico que llaman?
¿Muere el Nürealismo grotesco?
¿Será capaz de hacernos tragar estas palabras?
¿Morirá en su ley?
¿Se reinventará en medio del vuelo?
¿Desaparecerá?

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