sábado, 10 de enero de 2015

TRANSIT

LOS NIÑOS

Carolina Sanín
Laguna Libros. Bogotá. Abril de 2014. 142 pp

Me acuerdo que no hace mucho, a una columnista de El Espectador, este pequeño libro la asustó.
¿Tatiana es colombiana? ¿Tatiana vive en Colombia?
Esa especie de marca amarilla que como habitantes de un país tan chistoso como Colombia llevamos quienes a diario nos despertamos y nos acostamos acá: algo que desde cierta perspectiva de género ético externo llaman 'indiferencia', 'acostumbramiento'.
Tal vez por eso me interesa más el perro de la protagonista que el mismo niño o las condiciones terribles de algo/alguien que ha sido abandonado y cuyo pasado se pierde porque él no desea por nada del mundo regresarlo a la vida actual.
Y no hay violaciones, ni prácticas homosexuales consentidas o requeridas. O idas al baño en la noche, o el llanto de algunos otros huéspedes de la Casa de Paso.

De hecho, ignoré al chino marico porque todo el tiempo creí en la profunda crisis vegetativa en que se halla esa señora Laura que alguna vez fue lo que hizo y que ya, con ese ardor de años, entre una comodidad que demanda la edad, se somete a la causa de un fantasma ya que con un perrito la vastedad de su soledad no alcanza a saciar del pozo de la compañía mamífera.
¿Y si fuesen dos perros?
¿Y si se descubriese como acumuladora de animales?

Pasados los años, el hechizo de Carolina serán desde los caninos. Pero para ellos falta convocar a que a ella la cundan mínimo dos décadas más de escritura, de desenmarañe, de vitalidad en clave solipsista.

Carolina es más escritora de lenguaje gramatical que de la historia en sí. Cuando se pone a pensar en lo que va contando se cuestiona de tal manera que se ha de leer como ella escribe: con guantes de látex, con la máscara para evitar salpicaduras del cuerpo que yace sobre la mesa de disección listo a ser puesto a correr. Como corren esos niños bogotanos de a de verás que parecen hacerlo todo con el color tan fluorescente de sus pieles. Pero uno solamente les ve los dientes y claro, que ellos alcanzarán una clase de oportunidades que los demás careceremos.

¿Es del norte pa 'llá?

En fin. No sé cómo diablos defenderme en un lugar en el que la gente está acostumbrada a pasar por encima para obtener el beneficio del salario mejor pago.

Palabras y palabras y más frase construidas con una sazón elíptica que emocionan tanto, y lo que más recuerdo es ese cuento que salió en "Calibre 39" donde una niña en un tren estaba aquí y luego allí. Y eso, el tiempo, quizás el tiempo pretendido explicar desde la palabra es lo que más me llama la atención, ahora, de la escritora bogotana. Esa manía por lo que fue, lo que es, lo que vendrá, desde unas fracciones de segundo, hasta el paso que se da para llegar al supermercado, hasta los terribles tres meses que ha de pasar con un muñeco considerado para ella misma.

Carezco de finura al moverme. Es porque he debido de haber nacido en Bogotá, parece recriminarse el libro mismo.
De ahí el asalto. De ahí la noche que roza un vacío incapaz de buscarse por algún medio. De ahí la pulsión sexual que se lanza desde la preocupación no gratuita de la extinción de las abejas. De ahí una palidez incapaz de aceptarse miel. De ahí la crudeza para una persona que, ya madura, no es lo que se imaginó cuando estaba de merecer.

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