sábado, 18 de abril de 2015

Through The Ground

LOS MUERTOS

Álvaro Bisama
Ediciones B. Santiago (?). Enero de 2014. 150 pp

A la postre, de lo único que se puede hablar, cuando ya la vida es ese cúmulo que se ve más pronto que tarde en irse detrás del horizonte indefinido, es de las pequeñas o medianas obsesiones que significan tanto tantísimo para cada quien, esté o no de acuerdo la sociedad con ellas o choque o se venza o se mienta a sí mismo o se (auto)mutile como sin querer.
Los laberintos, los tigres del gran Borges; los paseos, los cruces de puertas de Joyce; los manicomios, la desjerarquización en Mendoza.
Álvaro Bisama parece pertenecer a dos corrientes, entre tantísimas que se da el lujo de repasar: la provincia entendida como cierta benéfica marginalidad y la insólita búsqueda urgente de invisibilidad, como si de "Secret Girl" se tratara la cuestión. ♫You're the boy that can enjoy invisibility♫
Pero apenas es un decir.
Lo fantasmal, ese deseo, es también una parte sintomática de la coagulación que va recreándose en la medida de la posibilidad del descubrimiento desde//a través de la lectura.

"Los muertos" no es "Death metal". Por supuesto, lo aumentado lo hace ir más allá. Alcanzar a llegar mucho más allá.

El cambio sustancial es que "Death metal" era en la provincia y "Los muertos" es en Santiago.
El cambio à la Bisama es que en "Death Metal" podría haber una esperanza de asfixia mientras se despertaba del letargo de la inconsciencia, mientras que en "Los muertos" ya el agujero negro del pecho ha empezado a devorar a los suyos.
Más que el olvido, el refugio, la invisibilidad, la inmovilidad que detentan los muertos, la bombilla de atención se enciende cuando se siente venir la línea que infringe la vida misma, desconectándola de todo proceder así conocido.
No es que se esté muerto, es que se va a fallecer, parece leerse a modo de advertencia.
¿Cómo?
Ese ritual es el laberinto de las entrelíneas.

Hablamos de lectura.
No de ninguna otra cosa.

Desde "Caja negra", y en el medio la incompletencia -""Música marciana" y "Estrellas muertas"- , leer a Bisama era toparse con el solitario que no se cansa de predecir el siguiente fin del mundo tras sobrepasar un anterior caos apocalíptico que inocula tal destrucción desde el misterio que es el interior de cada ser leyente del planeta.
"Me tatué detalladamente el mapa que tendrá la tierra una vez que todo se acabe, cuando todo se vaya a negro, cuando el cielo se convierta en electricidad y granizo sucio."
Esa sutileza del visionario para hacer acceder al futuro aún cuando ya no pertenezcamos a él. Para saber despedirse con la nostalgia por aquello que no nos corresponderá como especie vivir, o para anticiparse a la violenta clase de ataque que nos dejará en constancia de cadáver de todas formas.
En "Ho Chi Minh City" recuerda que "En Vietnam el tiempo estaba marcado por el desastre, por la catástrofe", lo que corresponde a la actual realidad de guerra teledirigida y muy sensata que nos ocupa como especie.

Y, tal vez al alejarse de esa telerealidad para vigilar la sospecha desde la distancia permitida para acceder a la otra verdad, "ahora no pasa nada. Ahora sólo espero" sería una especie de vaticinio del vestigio que se llevó todo. Todo lo otro. "El silencio le pareció horroroso". O lo que hace esa adicción al ruido: "Recuerdo el sonido". Y siguiendo el accionar plural de Vila-Matas: "No hay historia acá. Todo explota en múltiples direcciones"

Tal vez la imagen más hermosa jamás leída de una ciudad ocurre por parte de Chacón Guarnizo cuando, desde "Bogotá y la puta" describe la carrera séptima a eso de las dos de la madrugada, que por experiencia, se sabe notar lúgubre hasta que los bombillos led cubrieron el panorama de un paisaje más claro y radiante y no por ello más bello y nutritivo y especial.
"Caminó un par de cuadras hasta la Gran Avenida y tomó el único taxi que pasó. Pensó en los autos mientras miraba Santiago de noche: las calles sin peatones, los sitios baldíos, las torres nuevas con departamentos, la línea del Metro sobre las poblaciones"
Feroz declaración de amor. Y así empezaba a sentir que todo se me venía en cascadas de formas tan íntimas como huidas como personales. Y que ya no habría marcha atrás. Y que la sensación de leer al chileno era porque desde B39 estaba anunciado que conocería, en un intercambio semestral de una universidad pública, a una preciada chilena que me dejaría tan inquieto ya a tan avanzada edad como si el sostenimiento de un presente fuese el sentido eco de un presente que a la vez se derrumbaba mientras caminábamos entre la niebla del parque agotando las posibilidades de vigilar cazando los teles encendidos en un barrio que crecía para 'rriba.
Esa ciudad, ese recuerdo, esa palidez, su cuerpo brillantemente desnudo, su sonrisa, la mano alimentando a la boca.

"La ciudad está viva; respira como un animal de muchas cabezas y garras y corazones y pulmones y pelos. La ciudad es un reptil enfermo que transmite las imágenes de su agonía prolongada. Lo que yo hago es vudú para sanarla. Lo he hecho por años; no sé si funciona. 
No sé si la ciudad sana."

vs

"y había flores y velas y estampitas y recuerdos. Todo al lado de la autopista, como un modo de acercar la ciudad a sí misma (..) Viendo esas animitas pensé en cómo todo estaba conectado, en cómo Santiago era una ciudad mágica que poseía para sí conjuros perversos pero también hechizos de sanación, algo que estaba hecho de sangre. Las animitas al lado de esa incipiente carretera eran uno de esos hechizos: una manera en que la ciudadanía aprendía a revertir el horror, a comprenderlo, a modularlo."

Dos cosas al respecto: cuando en The Walking Dead la señora esa de la Villa dice que todo el mundo tiene que colaborar y dice, a modo de chiste, finalmente ganó el comunismo; y el hechizo que regala Bisama para curar un amor ido y 'modularlo' para, imposibilitado para olvidar, vivir en su compañía hasta la última esperanza de un nuevo aviso o anuncio o llegada o visita.
Mas Bisama responde a la esperanza: "El mapa de aquella ciudad no era físico: un Santiago de parques vacíos sosntenía la respiración esperando una bomba nuclear que nunca llegó, hecho de monumentos a héroes que nadie recordaba"
Lo mejor sería dejar todo al olvido, entonces. Lo más apropiado sería seguir sosteniendo ese ingrato dolor que arde tanto hasta para callar la piel a voces sin sentido.

Después está o yace o queda lo de la invisibilidad, la desaparición.
¿Es un síntoma actual? ¿Es una revolución entre tanto mediatismo regresar a la sombra? ¿Es algún anuncio de algo oscuro que entonces abrirá la boca? ¿Es, desde lo escritorial, volver a provocar miedo con la letra escrita y no tanta risa de cursos y encuentros de escritores?

* Como si hubiera ahí una decisión de desaparecer en la escritura
*Como que me volví invisible
*Desaparecía en la multitud. No era nadie
*Me disfracé de hombre invisible
E incluso afectando a la ciudad:
*A veces pensaba que las luces estaban vivas y eran fantasmas
Osea, como decían de Tim Burton en "El cadáver de la novia", los vivos tan tristes y los muertos en su fiesta... ????...

Ya casi al final de este encuentro, me quedan dos gratos recuerdos, amén del libro entero... "Arena negra" y "Noize". La primera, porque al leer la historia de la secta y los ladrones de autos y la niña milagro, yace esa mordida e imposible historia de amor en una ciudad que se va desgranando en direcciones que me hacen preguntar si pasé por allí en pos de ella o si pasé por allí con ella buscando donde escondernos una noche o si simplemente pasé por allí cuando ya me iba alejando de ella. Y la segunda, porque, amén del embrollo que me dejó esa muchacha tatuada con cuerpo y mallas de rollerderbista en el concierto de la madrugada del sábado pasado, con sus labios chuecos y perforados y su mirada de ácido detrás de esas gafas de marco rudo y sus brazos de pesista polaca tatuados hasta ocupar todo el pecho y su afición a esnifar y a compartir de lo lindo en su círculo impenetrable y más íntimo, cuenta exactamente aquello que pasa cuando uno se mete a esos toques de cuatro o cinco mil pesos en lugares en los que no de otra forma una persona de más de cuarenta años y con familia acudiría, a no ser por el goce presupuestal y el afán de carcomer el presente cultural desde el accionar sinuoso del ruido que deja el panorama musical del momento, antes de que se acabe, o ellos o yo!
"Pero ahí era la fiesta y yo estaba borracho (..) Luego me llevó a otra pieza. Allí había una banda tocando (..) Recuerdo el sonido. Recuerdo el ruido. Recuerdo que me metí al pogo, que salté y bailé sobre los otros cuerpos"

Ese goce de leer lo que se vive casi cada fin de semana..... eso parece que no tiene parangón o precio...

¿Pero a la final, el lenguaje, el sonido del lenguaje es capaz de decir algo?
No lo sé.
La traducción por más real es confusa al respecto.
"Un lenguaje que ya no es tal, que ya no dice nada"
O
"Lo único que tenemos es la memoria del ruido"
Dijo y me quedé pensando.

Éramos, fuimos, una estancia para oír, menos para leer.

Y así como Bisama le daba una siguiente oportunidad a su obra propia: "las novelas no se cierran nunca, se trata de textos incompletos, que viven fabricándose siempre" que más o menos habla con la imposible segunda oportunidad sobre la faz de la tierra de las familias lerdas condenadas a la soledad que aniquila desde adentro, lo nuestro es esa verdad sin salida porque afuera del texto, ni siquiera aquí, la constancia de la vida dirá otra cosa, y del cascarón será mejor dejar que el necrólogo, siempre y cuando aparezca el cuerpo, hable en el informe forense. De otra manera, no. Nunca.




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