sábado, 31 de marzo de 2007

INTROITO

NOCHE DE QUEMA
Ricardo Abdahllah
(Sic) Editorial. Bucaramanga. Enero de 2000. 110 pp.


Debo cometer una precisión desde el inicio de esta columna. Estamos en el año de 2007 y me voy a referir a una obra aparecida 7 años atrás. Así que cualquier palabra, frase, guiño o idea que pueda ofender a alguien, deberá remitirse a un sustantivo viaje en el tiempo, y ubicarse, nada más ni nada menos que en enero de 2000; en los albores de un siglo pretendidamente vertiginoso, en caída libre, obsesivo consigo mismo y con la imagen que proyecta en los demás. Y, ¡oh sorpresa!, para entender aquello que voy a decir, aclararé que esta historia no nace en Ibagué, en 1978, sino en Bucaramanga, en 1996, con una serie de plegables con títulos como: “Historias para morir a la medianoche”, o “Cruzando la ventana”. Así que, una vez advertidos, aquí vamos:


¿Es, con “Noche de quema”, Abdahllah, un escritor?
Se puede responder afirmativamente. Son 15 cuentos los que conforman el volumen, cuyo título es el cuento ganador del Concurso metropolitano “Pedro Gómez Valderrama”, patrocinado por la Alcaldía de Bucaramanga y por el Instituto Municipal de Cultura.
Un libro…un premio…pero ¿un escritor?
Prefiero, por el momento, nombrarlo como un joven ganador de un premio provincial de un género que necesita alimentarse de espíritus que lo llenen para que no se apague, pero escritor, aún no. A lo sumo, y siendo benévolo con él, un chico que sabe de sus condiciones y se ha lanzado en una loca carrera suicida en pos de ese rótulo que lo designará, frente al Destino, como Escritor.
Trayendo el presente a este artículo, Abdahllah sigue escribiendo, es cada vez más reconocido, y se le solicita como cronista o entrevistador de un mundo real, oscuro, mendoziano, activo y, muchas veces, metalero.
Tras una cortísima novela negra titulada “Licantropía” ((sic) editorial, 2002) y la biografía de su ídolo, K. Cobain, titulada “El rock estaba muerto”(Panamericana, 2005), nada más se ha podido saber de esta promesa de la narrativa nacional.
Un silencio que ha caído en un abismo temporal del que no ha podido despegar, con suficientes creces, con las pesadas alas de la creatividad.
Así que, regresando un poco más de un lustro, debo ser benévolo con el ibaguereño y destacarlo, sencillamente, como el resultado de una masturbación frenética pero precoz, con la mejor intención que pueda llegar a tener, porque sí, me da por empezar a destacar la ringlera de errores, acusaciones y afrentas que pueden sacarse de una primera lectura ligera, no acabaríamos esta noche, y no sólo nuestro tiempo, sino el de nuestros lectores, vale. ¡Y mucho!


Me referí, anteriormente, a los errores que se podían detectar en la gran mayoría de los cuentos, pero lo hacía sobre la parte técnica, composicional, estructural, manual.
Sobre los otros, los desaciertos mayúsculos, personales y se podrían llamar íntimo, diré algo:
Hay una clase de autores peligrosos debido a los síntomas que provocan en algunos de sus lectores. No es éste el lugar para describir cada uno de los síndromes, pero sí para aclarar que muchos de ellos son autores de culto; Chaparro Madiedo, Caicedo Estela, por ejemplo.
El primer error, que no sólo se le puede acusar a Abdahllah, sino a muchos otros, es que se tienen que conseguir una etiqueta totalmente diferente a alguna ya empleada en el pasado.
Caicedo fue de Cali; Chaparro de Bogotá; pero por alguna razón no se puede decir que Abdahllah fuese de Bucaramanga, por más que sea uno de los pocos ciudadanos que se han atrevido a escribirle unas líneas a sus calles. Y no porque no sea bumangués de nacimiento, es lo de menos; sencillamente, porque va demasiado rápido, y aquello que nos muestra es sólo una parte de algo que debió ser, en un hipotético caso, un mapa más extenso.
Abdahllah, me late, pretende ubicar su nombre junto al de esos dos escritores, y aunque le falta un poco de vivencia profunda para el moño, con “Noche de quema” alcanza el rótulo de escritor para que sus amigos lo quieran más.
El segundo error, de menor importancia pero de mayor envergadura, es el uso que le da a la música. Pasiones adolescentes que sólo muestran lugares comunes sin mucho misterio, oscuros por los colores de las camisetas, incultos y perversamente predecibles.
No basta con decir qué se oía mientras la acción transcurría; el uso de la música dentro de una obra implica una conexión sustancial más emotiva, riesgosa y enigmática; como, curiosamente sucede, en algunas de las crónicas que presenta el ibaguereño en las revistas que usualmente visita y engalana con su nombre.


Así que “Noche de quema”, aparte de ser una muestra de una urgencia por escribir y mostrar un resultado, es también –vaya tramposo- una parte del experimento (lugares, situaciones, insinuaciones, resultados, pero sobre todo: personajes) que concluye con “Licantropía”.
Pero, ¿existe algo rescatable?
Sí. El autor.
Esta primera parte, olvidable, sólo será visitada por sólidos fanáticos de su escritura, hasta que se presente algo lo suficientemente sólido para que llegue a convertirse en ese escritor (¿de culto?) a prestarle la atención necesaria.
¿Pero cuánto falta para ello?
Por el momento, entre las crónicas roqueras o urbanas densas –bastante interesantes- y las biografías de los ídolos del rock –ya fallecidos-, se mantiene un curioso silencio que, aspiramos, irrumpa con la fuerza necesaria para ser oído, tenido en cuenta, apreciado por esos pocos especímenes lectores y sea elevado a la categoría que busca.
Seguramente así será.


Paz en la tumba de la primera etapa del experimental escritor Ricardo Abdahllah.

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