BONSÁI
Alejandro Zambra
Editorial Anagrama. Barcelona. 2006. 94 pp.
La idea en torno a “Bonsái” estuvo rondando la cabeza de Alejandro Zambra durante no pocos años; quería escribir –para leer- un libro que se llamara “bonsái”, atraído y espeluznado, como estaba, a causa de esa figura vegetal.
Tras terminar su carrera universitaria en Santiago e irse a Madrid durante un año a adelantar estudios de postgrado, Zambra –considerado como una de las promesas chilenas en el campo de la poesía- empieza a escribir los poemas que llevarán aquel título que tanto anhela, con unos resultados bastante alejados de aquello que considera justo y publicable.
No tiene otro camino que seguir la narración, ya que los propósitos que empieza a exigirle el proyecto, apunta hacia un solo punto: la ficción; aunque Zambra no creyera en dicho artilugio.
Las 94 páginas en que terminó convertido el libro –según un crítico chileno no debían de pasar de 40 en formato carta-, rechazadas por algunas editoriales chilenas, fueron editadas, nada más ni nada menos, que por Anagrama, la editorial barcelonesa dirigida por el siempre independiente Jorge Herralde.
Zambra, llegado una vez de Europa, tomó el puesto de mando de la zona de crítica literaria del diario “Las últimas noticias”, siendo referenciado por sus pares, como un “lector de hoja afilada”, lo que le llevó a no ganarse pocos enemigos, todos ellos chilenos, muchos de ellos de similar edad y todos editados por editoriales chilenas o subsidiarias australes.
La sorpresa que obtuvo Zambra, cuando le respondieron de Anagrama anunciando que publicarían su novela, no se compara con ese desencajamiento colectivo por el que tuvieron que pasar sus pares chilenos cuando supieron la noticia. “¿No que era un poeta?”, dijo alguno de ellos. Y para furia de algunos, felicidad de otros, como manera de completar el cuadro, “Bonsái” se llevó el premio a la mejor obra publicad en Chile en el año 2006. E insuficiente con esto, con toda la agria polémica que se levantó en torno a este título, las características especiales que rodearon su construcción -resumir para publicar- llevó a que en ese mismo año Zambra terminara esa especie de hermanastro llamado “La vida privada de los árboles”, publicado, una vez más, en la editorial de Barcelona.
“Bonsái” es la historia de Emilia y de Julio, una pareja de estudiantes de Literatura, que por cuestiones académicas, inicia una relación sentimental, o más que nada, sexual, surgida, curiosamente, de una de las pocas mentiras que se van a decir mientras dure ese trayecto: ambos han leído la totalidad de “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust.
Pero “Bonsái” también son otras historias que tienen, o bien una importancia similar a la original, o bien una fugaz aparición determinante para con la totalidad. La relación de amistad entre Emilia y Ana, su vecina desde los 4 años. El inoperante matrimonio entre Ana y Andrés. La promesa de trabajo entre Julio y el escritor Gazmuri. Y la apasionada relación entre Julio y su vecina María.
La técnica aparenta ser muy sencilla y viene de un consejo de Borges: escribir como si se estuviera haciendo el resumen de un libro.
Zambra cuenta como siguió al pie de la letra dicha consigna, borrando ocho de diez párrafos escritos, o nueve de diez páginas, para llegar a ese resultado que, sobra decirlo, fue del agrado del autor, aunque no era lo que quería, precisamente.
Así que ahí va la primera pregunta: ¿qué –diablos- es “Bonsái”?
Una historia, sí. Una pequeña y concisa historia acerca de dos personas que en algún momento de su vida se quisieron, se desearon, quizás se acercaron al amor, pero que casi diez años después se han perdido el rastro por completo, siendo una serie de eventos encadenados y desafortunados, los que llevan a Julio a descubrir el destino de Emilia que, luego, se fue a vivir a España.
¿Novela? ¿Nouvelle? ¿Cuento?
Zambra tiene la respuesta precisa a esta serie de interrogantes: lo llama simplemente un libro. Y es eso, un libro. Nada más. O bueno, sí. Un libro corto de ficción que tiene una historia cotidiana, aunque trágica, de amor.
“Al final ella muere y él se queda solo”, dice la primera frase del libro.
Sospecho que habrá gente que no querrá continuar leyendo “el resto de literatura” que conforma el trayecto. Pero sin lugar a dudas, vale la pena adentrarse por éstos caminos sinuosos de las palabras que van envolviendo inequívocamente al lector, como si de una gran serpiente se tratara, y luego, cuando los cinco capítulos culminan, la asfixia es el fiel reflejo de aquello que sirve de muestra para decir: he cumplido.
Pero la otra pregunta que inquieta es ¿cuál efecto utiliza Zambra para ir envolviendo de tal forma con unos elementos aparentemente tan naturales?
Una pareja de estudiantes a los que les gusta follar, una chica que necesita al esposo de su mejor amiga para mantener un empleo en un colegio, un viejo escritor que busca a un digitador para su última novela.
“Bonsái”, ya lo dijimos, parte de una idea recurrente en la mente del chileno, y aunque algunas páginas están plagadas de grandes protagonistas de la Historia Literaria Mundial: Chejov, Kafka, Flaubert, Cioran; Carver, Mishima, Lahn-, es el argentino Macedonio Fernández, con “Tantalia”, el gran inspirador de una de las aristas de la obra: una pareja decide tener una planta que, mientras viva, demostrará el amor que ellos se tienen, pero como saben que su amor será eterno, y tienen miedo de que la planta muera, deciden sembrarla en un jardín donde sólo hay de esa clase de plantas, por lo que el destino de su amor involucrado dentro del vegetal, queda irremediablemente perdido.
Zambra anticipa el final en la primera línea de la novela, pero no esa cómoda e inquietante sensación que produce el llegar hasta el final, 45 minutos después.
El escozor no se va después de la tercera lectura seguida, pero desata una serie de explosiones sinápticas que llevan la mente a un estado real, cargado de recuerdos vívidos y cercano a lo personal, pero que jamás se han vivido.
¿Se debe a la poda diaria a que se debe someter el bonsái?
Tanto Zambra como Julio, que no son el mismo personaje, se dedicaron a investigar sobre el cuidado de la planta, enterándose, por ejemplo, de que es un gesto artístico, y de que “el bonsái consta de dos elementos: el árbol vivo y el recipiente”, lo que se extendería a que “Bonsái”, la obra, consta de dos elementos: el lector vivo y el libro, o en sí, la historia.
“Julio continúa, pero decide no seguir”, se oye en la página 40. Julio, en esa siguiente obra, toma el nombre de Julián, pero todo aparenta a que se trata del mismo individuo.
Zambra acude a Benjamin para explicar ese proceso presente que atraviesa: “el arte de contar historias es el arte de seguir contándolas”, y nos deja, por el momento, con un par de títulos que, seguramente, abrirán unas puertas que llevarán a esa zona en que se pasea, en total libertad, un “Pedro Páramo”. Una continuidad que continúa, descubriendo los gestos antiguos y tradicionales para encender la llama del futuro en medio de una fogata falsa que muchas veces no sólo confunde, sino enciende, quema y apaga la voluntad de quienes se acercan a ella a leer en calor.
¿Cachái?
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