sábado, 3 de noviembre de 2007

“METÁFORA INCRUENTA DE LA GUERRA”

DIOS ES REDONDO

Juan Villoro

Editorial Planeta. Bogotá. Abril de 2006. 223 pp.

Siempre he querido saber qué tiene el fútbol como instante de la vida. Todo, podrán decir los verdaderos hinchas de un deporte que no logro entender, pero la pequeña pregunta que formulo, no la pretendo para que un fanático raso me la exponga, sobre pasión cualquier ser humano debe saber algo, e intuyo que un porcentaje grande de tal sentimiento se exige para saber presenciar patear un balón.

Juan Villoro, el cronista que nos corresponde tratar hoy en día, es uno de los pocos cinco cabezas visibles de un movimiento literario latinoamericano capaz de cruzar, sin amago de pasaporte alguno, (casi) cualquier tipo de frontera. Multipremiado, multirespetado, a un paso de convertirse en un autor canónico de culto, lo que más me llama la atención es encontrármelo en cuanta variada publicación escrita tome en mis manos en el supermercado de turno escogido al azar para atender la curiosidad mensual de los variados títulos que me interesan. Y me sorprende. Y al decir esto, si tuviera algún lector, empezaría a preocuparme por la cantidad de respuestas contrarias que me llegarían, pero como no hay alguien ahí afuera, o parece no haberlo, lo expresaré tal cual me sale de la incomodidad de la prisa: ¿Por qué escribe tanto el señor Villoro? Y hundo un poco más la pregunta: ¿Es necesario, para quién se precie de llamarse escritor, publicar todo lo que se le ocurra, atender todas las peticiones que le hagan desde las mesas directivas de las revistas, demostrar que el hecho de ser escritor implica la facultad de escribir sobre todo lo que exista dentro del marco del universo?

Lo repito: un escritor a un paso de convertirse en un autor canónico de culto.

“El fútbol es un oficio no apto para metáforas”, dice Jorge Valdano, en una de las grandes respuestas que entrega en una de las dos charlas que sostuvieron mexicano y argentino, en 1998 y en 2005.

“El fútbol es un gusto que escapa a toda explicación”, expresa el mismo Villoro tratando de, entre líneas, aterrizar un poco de ese magno encanto copular en el que se halla cada vez que ve una “pelota girar sobre sí misma”.

Considerado como una crónica serie B, este libro de Villoro, gran novelista por demás, lo muestra en esa faceta desfachatada de fan fatal, así sea del fútbol, así sea de la inoperante selección mexicana, así sea del Necaxa, equipo al que le debe ir cualquier escritor mexicano que se precie de serlo.

Recorriendo diferentes espacios, que hacen del libro un curioso collage emplastado editorialmente por las manos inexpertas de alguien, se muestra precisamente aquello que ha ce Villoro que me encuentro y leo cada vez que me sostengo de pie frente a una sección de revistas: Escribir sobre: a) los fanáticos; b) la pelota; c) el campo de juego; d) su infancia; e) la liga de estrellas que ocurrió en España –suerte de mini Big Bang que, contrario al original, colapsó para dentro-; f) Diego Armando Maradona (a.k.a.) El Dios De Los Pies Pequeños; g) el fútbol africano; h) Jorge Valdano; i) los mundiales de Francia (1998) y Corea-Japón (2002); y por último, y lo señalo como lo más trascendental de las 223 páginas, j) el caso Ángel Fernández, narrador de fútbol mexicano que, en palabras normales debe entenderse como narrador de fútbol fuera de lo normal, y no por la cantidad de información que maneja(ba) en los partidos, desde la épica griega hasta la marca de los mejores cuchillos alemanes, sino porque Villoro, y es lo fundamental del libro, señala que fue gracias al trabajo de ese individuo que descubrió el amor por las palabras y que, posteriormente, lo llevaría a dedicarse, de forma inconsolable, a la escritura.

Villoro lo llama “la corriente de extracción popular”, y debo admitir que me empieza a causar curiosidad por saber de otros casos de escritores que se descubrieron como tales en escenarios alejados de la Literatura, lo que me llevaría a preguntar por el extraño y cada vez más asombroso poder de la palabra que, incluso desde territorios en los que no se necesita –la contemplación de un paisaje, por ejemplo-, surge, cual flor silvestre de hermosas proporciones.

Leí algo pequeño de Villoro. Me acerque a un mago de las letras contemporáneas, ejemplo, él mismo, de lo que implica cazar para vivir, en espera de algún tren con título en su costado para que algún artículo –firmado por él- pueda subirse y él regresar a casa tranquilo a sentarse frente a un computador que, seguramente contrario al que sostuvo en el mundial de Francia, sí le sirve la Z.

Y vale, las anécdotas son divertidas. Los recuerdos propios o vertidos de terceras personas o de indirectos acordes. Pero lo que me preocupa al grado sumo, es que mientras uno lee alguna de las obras menores de GGM, y con ello me refiero a las que cobijan las columnas de prensa, uno no deja de sentirse a la manera que Twain explica la vida en el Mississippi, Villoro lo pone a uno en el Amazonas, justo en la zona de las pirañas y con unos amarres de la balsa realmente endebles. Y no me dejo de preguntar qué tanto de vicio tiene esa muestra de debilidad.

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