sábado, 5 de abril de 2008

EL NUEVO AGITADOR

GUSTAVO NIELSEN

mandarinasdulces.blogspot.com

Algún tiempo después fue que caí en cuenta de que la emoción que me embargó tras leer “Marvin, aquella tarde” desde el Frente Líneas Aéreas (Lenguadetrapo, 1999), no había sido única ni dispersa ni fruto de unos modos espacio-temporales que hacían mella en mi espíritu en aquel (santo) momento. Si bien Nielsen no era el escritor argentino más popular de los nacidos después de la convulsa década de los 60, su cuento “Marvin” era a veces el que daba la cara por él. Traducido a algunas buenas lenguas, su recorrido por las líneas invisibles del orbe era inaudito y libre del influjo que pudiera prodigar su autor. El uno ya era otro.

Tras leer a “Marvin, aquella tarde” unas cinco oportunidades en diferentes momentos de mi vida, llegué a una conclusión: era un cuento que me hacía llorar, y son pocos los que logran producir eso en mí. Así que lo puse, en una solitaria lista, junto a otros cuentos que me provocaran la misma reacción, en caso de que tuviera que preparar algún ciclo literario conjugado en, por ejemplo, un Café Literario. La oportunidad, vaya, se presentó en un ciclo que podría traducirse como un Desayuno Literario, y los presentes, no contentos con “Marvin”, sin “aquella tarde”, extraído del libro homónimo de Gustavo Nielsen, pidieron que fueran más los cuentos a leer, lo que, para mi sorpresa –una sesión inicial-, se convirtió en un ciclo sobre el argentino con algunos bonus que colgaba sin precipitaciones en su página virtual.

Si bien las opiniones en torno a los blogs hace tres o cuatro años han cambiado sustancialmente al día de hoy, ya sea por el atiborramiento de información, ya sea por nuevas vías de expresión wébica, siempre se pueden visitar como momentos invaluables para acercar una serie de distancias editoriales que impiden que lo suramericano que, si no es desde España, no se puede leer en otro dial sudaca.

No temo sumergirme dentro de los diversos campos de expresión de algún blog. Quizás le tengo pavor a quedarme enterrado dentro de sus archivos y hallar una nueva excusa de encuentro sustancial para hacer palidecer a mis demonios, pero eso –que siempre pasa- es bienvenido si es controlado.

Pero volvamos a Nielsen, que es lo que nos ocupa hoy.

Descendiente de daneses, sus brazos son armas mortales en descanso que él, dice, utiliza para escribir. Crear. Ir más allá. Dibujar la hoja en blanco. Permitir que otras personas sepan sentir otra clase de mundos. Muchos de ellos macabros y tanto poetianos, como cortazarianos o borgeanos. Y no hay necesidad de negarlo. Porque para qué. Peor le iría a quien trata de ocultar sus fuentes sacras. ¿O no?

Mandarinas Dulces, la fruta preferida de nuestro invitado, es un apéndice de su blog central: Milanesa Con Papas, que se escribe milanesaconpapas.blogspot.com. Éste último, por ejemplo, permite el acceso a esa serial información lateral que sirve para formarse una somera idea de lo que significa ser escritor y, yendo un poco más allá, arquitecto. Y contrario a lo que se podría pensar, ambas ocupaciones se sirven a la perfección para alimentarse mutuamente. Lo demás es la demencia sutil del arte.

Poemas ajenos, fotografías de viajes, bizarrísimos cortos escritos a manera de anécdotas, sueños o chistes, links para sus artículos en revistas reales, links o las reseñas al completo sobre sus títulos, fotografías de sus proyectos arquitectónicos, dibujos o bocetos sobre lo que han de venir, colores, apuestas y mucho interés sembrado para que sea el invisible lector el que entre y escoja la manera más cómoda de divertirse.

Así que, tras el pleito con la editorial Planeta por el premio otorgado con maña a Piglia, en 1997, y el consabido juicio que lo puso en boca de la comunidad escritora argentina –ganándose no pocos enemigos-, Nielsen entra en una faceta barbitúrica con las casas editoriales, siendo Alfaguara la que se lleva los créditos del primer puesto. Y las cosas marchan aparentemente bien, hasta que por motivos que sólo los autores pueden reconocer como suyos propios, siente que es el momento de reeditar “Playa Quemada”, su primer título cuyos cuentos son escritos antes de entrar en los 20 años y rozándolos. La gente que lo reconoce en la calle le pregunta por ese libro, y al ser de imposible consecución, y tras fallidos intentos de convencer a su editorial para una nueva versión, Nielsen opta por abrir la sucursal de su blog y empezar a colgar los cuentos que conforman su opera prima. Él es el dueño de sus derechos y no quiere mal venderlos a algún editor que los podría enfocar a una nueva irrealidad para con el pensar del propio autor.

Nielsen, tal como lo prometió, no sólo empieza a colgar algunos de los cuentos primigenios, sino de otras épocas para no tardar en ir más allá: traducciones al inglés, al italiano, al japonés, al sueco, al polaco…, amén del guión de “Marvin”, que él mismo escribió y codirigió con algún paisano, y un ejercicio asombroso al que, a Dios gracias, no todos los escritores acudirían con gusto y mucho menos con humildad: “Adentro y afuera” es uno de esos cuentos a los que hay que poner total atención, no sólo por los sueños recurrentes del protagonista, sino por la historia que él mismo lleva a cabo. Pero apenas el cuento se termina, y uno trata de buscar un poco de aire para no morir frente a la pantalla, la siguiente entrada anuncia el mismo título pero en versión de los Fogwill. Y no es, a la manera súbita en que una banda de rock hace esa otra versión de algún tema ya original, sino que es, grabadora en mano, 1993, el ejercicio de lectura en voz alta por parte del mismísimo Fogwill sobre el cuento en mención de Nielsen, con única testigo: Vera, la dama que acompaña a Fogwill en ese momento. Fogwill no desestima los ataques, y como si fuera Nielsen un soldado solitario en la playa del desembarco a Normandía, los nazis antes de hacerlo gozar de una nueva vida desconocida, juegan con él hasta el momento límite de permitirle el paso al infinito. ¿Qué correcciones finalmente hizo Nielsen? Eso lo dejo a merced y voluntad del lector que quiera entrar en ese nuevo –otro- capítulo propuesto desde este tibio lugar.

“Las fotos”; “El café de los micros”; “Tutucas”; “Adiós, Bob”; “Las primeras cincuenta mascotas de la tierra”; “Auschwitz” –uno de los cuentos más crueles y despiadados que haya tenido oportunidad de enfrentar-; “Debajo de la almohada” –esa otra versión poco cándida sobre los ocupantes de un asilo de ancianos-; “La confesión”; y “Alucinantes caracoles”.

Nielsen no es un cuentista perfecto, pero es atroz y eso sólo significa que sabe dar en el blanco. Quizás la recurrencia a temas sudamericanamente prohibidos: la catalepsia, la necrofilia, los robos del pasado de una persona, los neonazis buscando acostarse con judías para arañarlas psicológicamente, los asesinatos cometidos en edades tempranas de la vida, harían ofuscar a no pocos lectores tradicionales que, valga decirlo, en cuanto a las estructuras, Nielsen los alegraría enteramente –arquitecto al fin & al cabo que, tras el 11-s, se pregunta que le queda a ese arte frente a la inmediatez de la televisión, y la conclusión no es otra que la emoción contenida en el cuerpo-. Más el ingrediente de la comida en pequeñísimos pero tentadores cubículos, hacen que sea una agrado total enfrentarse a esta clase de narrativa que ataca sólo lo interno.

Quizás se deba a que Nielsen, tal como el Marvin de su libro, sea un mago, y llevar la vida a través de diferentes tipos de construcciones, logran crear esa ecuación fructífera a la que no queda más que agradecer.

Hace poco alguien que apenas está entrando a los círculos infernales de la Literatura –versión pasiva-, me preguntaba por el poco poder del cuento hoy en día cuando es un género que se presta a múltiples espacios de tiempo, por ejemplo. Recordé las luchas de box en las que Cortázar explicaba a sus alumnos la diferencia entre novela –gana por puntos- y cuento –KO-. Sólo, a nuestro personaje, atiné a darle una somera explicación en torno a esa diferencia: el problema, le dije, es que muchas veces uno entra al ring con el propósito sutilmente sádico de ser devorado por algún KO pero finalmente el cuento, o las palabras o el mismísimo autor sólo hacen cosquillas, y tras bajarse de esa experiencia, la rabia es la que comanda el Sistema Nervioso Central; mientras que en un juego largo, habrá –regularmente- momentos felices y otros angustiosos, como la vida, por lo que es más fácil perdonar a una mala novela que a un mal cuento. Quedó satisfecho.

No me quiero despedir hoy de mis incautos lectores con un ejemplo bello de la prosa Nielsen: esto está tomado de “Tutucas”, un alimento que aparentemente se está quedando rezagado para las nuevas generaciones, y mientras el tío acompaña a su sobrino al zoológico, a dibujar animales, toda la jornada se pervierte de un momento a otro, cuando el sobrino decide montarse sobre una boa constrictor en el espectáculo de las 12.30. La advertencia ya había sido hecha, el silencio debería ser absoluto, y cuando el tío ve a su familiar de 7 años sobre los cerca de 4 metros, grita. El animal se asusta y empieza, lentamente a rodear al pequeño. El domador, con algún grácil movimiento, la retira del sobrino y se retiran, asustados, del recinto:

- Mirá si te morías –le dijo una de las nenas. Él la miró con desprecio.
Salimos del zoológico en silencio. Una enfermera nos atajó en la calle, para ver si necesitábamos ayuda, y devolvernos las carpetas y los marcadores. Sonrió. Yo estaba bañado en sudor. No supe qué decirle. Las carpetas estaban sucias, pero igual las apreté contra mi pecho. Necesitaba esa presión; o aire, o un whisky, o cualquier cosa fuerte, bien fuerte. Un bocinazo al lado de la oreja. Una frenada de colectivo a mis pies. Blas me tiró de la mano.
- Tío.
- ¿Qué?
- ¿Qué es morirse?
La enfermera volvió sobre sus pasos. No tenía por qué venir a ayudarnos si ya habíamos abandonado el predio, eso era lo que le explicaba el policía que la había venido a buscar. El día era claro; sin sol, sin nubes. Un día blanco, de esos en los que nadie, nunca, se fija. Hasta ese instante, yo mismo no me había fijado.
- Como estar adentro de una boa –dije, casi sin mover los labios.
- Buenísimo –dijo Blas, con la cara resplandeciente de alegría.
Pensé una vez más en la sonrisa de aquella enfermera, con su guardapolvo blanco como el día, y busqué, tras la vorágine de autos de la avenida Santa Fe, el cartel de McDonald’s.
- Entonces es buenísimo, tío –repitió, para que yo lo escuchara. Me tiró de la mano.
El cielo estaba en la enfermera que se iba.”

(Salen)

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