sábado, 9 de agosto de 2008

EL DELICADO SONIDO DEL TRUENO

COLECCIONISTAS DE POLVOS RAROS

Pilar Quintana

Editorial Norma. Bogotá. Febrero de 2007. 238 pp.

Esta anécdota es real.

A mediados de 2007, mi esposa recibió una visita desde una ciudad blanca y pálida instalada en el sur de este país.

Por motivos laborales, tuve que atender a la amiga una jornada.

Caminamos, hablamos de literatura, del recién pasado festival B39 e inevitablemente llegamos al tema Pilar Quintana, bastante saturado en aquellos tempranos días por culpa de sus pocas & nefastas intervenciones.

Íbamos en busca de libros baratos y buenos, por lo que nos metimos por esos recovecos de la octava, novena, décima y no sé que más direcciones escondidas bogotanas.

Todo el tiempo estuve oyendo la perorata contra Quintana, algo usual en el lugar donde desarrollaba a cabo mi proyecto por aquella época.

Entonces ya había leído “Cosquillas en la lengua” y el resultado había sido raquítico.

Las dudas sobre la escogencia de esos 39 personajes, con excepción de dos, siempre estarán vivas y pendientes de bromas.

Fiel a mi naturaleza de “Pájaro bobo”, y frente al auditorio que por momentos me oía y que participaba de la enemistad hacia la caleña, dije que iba a empezar a quererla, ya que todo el mundo la odiaba. Oí risas. Oí esa frase de que del odio al amor hay un solo paso. Y me quedé callado. Me dije a mi mismo que hasta que no leyera su segunda novela, no iría a decir algo.

Por esa época, Quintana no tenía blog ni tenía espacios en las revistas del corazón desnudo que tanto abundan por estos lares. Pero tras ese Festival, su nombre empezó a aparecer en algunas de dichas publicaciones.

Traté de seguir su rastro. Con muy pocos buenos resultados, debo decirlo.

Se necesita ser una clase magistral de escritor para escribir y sobrevivir en ese tipo de experimentos públicos.

Finalmente, y con la paciencia debida, y justo cuando las grietas de B39 iban sanando, retomé esa senda y tras luchar por mantener en secreto el robo del libro que me interesaba para esta semana, con una buena taza de café permanentemente tibio a mi lado, unas agraciadas nubecitas grises y música electrónica experimental como única compañía, aquí voy:

-Me gustó más de lo que creí o esperaba. Se nota desde el inicio el proceso de maduración ocurrido desde su primera novela. El hecho de que pueda mantener vivos a unos personajes es algo muy clave en este caso. Y ese dejarse ir, como un vaivén, por la historia. Le sale natural, lo que no quiere decir que el resultado sea óptimo. Quizás tiene más puntos negativos como resultado en sí y lo confieso, no sería una obra que recomendara a alguien, a no ser que sea un pretexto para ubicar algo bizarro sexual en una monografía para algún grado. Lo repito, al lado esta su primera novela.

-Las dos partes. Esa de 9: 45 p.m. y las 11: 45 p.m. La de la Flaca y la del Mono. Ambas excusas pertinentes para hablar de esa Cali –Calentura, como la llama Pardey Becerra. Claro, no hay muertos, pero recorrer los barrios de estrato dos en permanente recomposición, siguiendo las huellas de unas relaciones incestuosas con el interés, recuerdan inevitablemente a la “Rosario” de Franco Ramos, excepto que algunas copias no son tan sensuales como las originales.

-Eso me lleva a hablar de la necesidad de contar una ciudad que parecía sumida al olvido literario. En alguna época fue Caicedo. Y hasta Quintana soñaba con ser Caicedo. ¿Hasta qué punto es necesario seguir el consejo de Joyce y re-fundar la ciudad amada por medio de la literatura? Quintana lo hace bien. Diría que muy bien. Y esa Cali como telón de fondo logra ser aceptada en medio de una historia de triangulación amorosa que no puede dar más por culpa de los mismos protagonistas. ¿Ya dije que el parecido con “Rosario Tijeras” es asombroso?

-"Esta ciudad es un laberinto de calles angostas que huelen a orines, es el sonido hueco de sus pisadas, es un tipo parado en la esquina que cuando las ve bota su cigarrillo, paranoia, es no saber qué lo espera a uno al doblar la próxima esquina. Una tapicería cierra y una whiskería abre, el tipo no las ha seguido. Esta ciudad es el sonido de puertas metálicas que se enrollan y se desenrollan. Es una cuadra de casas construidas en diferente época una encima de la otra. En el primer piso funciona un negocio, el segundo se hizo cuando se pudo, y el tercero ya tiene las paredes pero no el techo, el precio de los materiales está por los cielos, pero el sol pega duro y la ropa se seca en un instante. Esta ciudad son dos taxis parqueados en el andén que cortan el paso, un R-4 que pita, un viejo sin dientes sentado junto a la puerta viendo cómo se va la tarde, una gorda que se asoma por la ventana, es un grupo de estudiantes que ríen, una bolsa de basura despedazada, es un montón de desperdicios desparramados por el andén y los ruidos de la gran avenida a la que llegan."

-Finalmente la tensión hizo mella en mi paciencia, y no pude disfrutarla como la había empezado. Los coleccionistas dan el pie para esas primigenias temáticas Quintanianas como lo son un bar donde puede suceder cualquier cosa ya que es el único centro que mantiene una extraña clase de cordura en los personajes, y el interés por/hacia los travestis, esa tribv que Mendoza denominó como los nuevos ángeles demasiado sexuales para ser de sexo indefinido.

Parte del encanto de acercarse a autores vivos, indecisos y tembleques, es la emoción por encontrar algo fuerte. Algo que destaque. Algo que diga eso que se espera mientras se sucede el tiempo y cuadre perfectamente dentro del alma lectora. A veces es muy fácil ir directamente al centro de la historia literaria y escoger a tal o cual autor. Y estando allá, es muy frecuente recordar a quienes están afuera y que seguramente permanecerán afuera por el resto de la existencia. Entonces hay que salir y dar una vuelta por esos barrios tan peligrosos que terminan siendo aburridos.

El riesgo, para mi, es esperar. Y aposté por Quintana a que su cuarta o quinta novela me iba a gustar. Y ahí voy. Otorgando un compás de espera como si yo fuera un juez que diera no una sino otras dos oportunidades a un malandro. ¿Pero que ganaré con eso? Quizás que me ataque en una de mis frecuentes visitas a esos barrios de la invisibilidad real. Quizás otorgarme la posibilidad de decir que alguna vez lo dije. Pero más que nada, es el saber que una marca se puede dejar aunque sea en un muro externo del centro de la historia literaria. Porque las palabras son como los huesos. Vienen del polvo y se convierten en él. Para que finalmente alguien, mendigo y distraído, las recoja con la suela de los zapatos y haga de sus huellas una clase de fuego mental inolvidable. Algo de lo que, por el momento, estamos lejos de percibir aquí.

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