ANTES DE
María Clemencia Sánchez
Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Julio de 2008. 82 pp.
Mañé Garzón, refiriéndose a Mallamé, decía: “La creación contemporánea, acaso por situarse en un período histórico que ha demolido mitos aglutinantes sin dar con otros que viniesen a reemplazarlos, parece verse condenada a ser experimental.”
Ya el pintor ibaguereño Darío Jiménez lo había planteado desde su refugio: “Sobre las ruinas de mi ser levantaré una fortaleza llena de imágenes.”
Y Jean Chuffat se preguntaba: “¿Qué puede hacer un indefenso pintor cuando en los resquicios de la pintura encuentra que empieza a percibir demasiado, que se encuentra con dioses inexplicables y demonios no elegidos, con fantasmas ante los cuales no tiene como arma sino un escueto y lánguido pincel?”
El título del segundo libro de la poeta antioqueña parece querer entrar a la pronta discusión en torno a esa lucha que se ha venido desarrollando sin que se merezca una consideración por lo que allí se plantea.
La lentitud de una vida sólo puede ser exclusiva responsabilidad del tiempo.
El prólogo, de Lucía Estrada, plantea que “Antes de la consumación”, “es un diálogo-monólogo que se continúa con herida insistencia” a partir de ese ya lejano primer libro: “El velorio de la amanuense” (Lealón, 1999). Una fuga en el tiempo que, en literatura o en otras regiones formales, se termina conociendo como Obra. Tres o cuatro temas son suficientes. Un “diálogo-monólogo” que fuera de la zona puede ser tomado como asuntos autistas. Verdaderas islas espirituales hoy en día. Ya Fresán lo decía: “la lectura es uno de los últimos bastiones solitarios que la sociedad actual permite.” Cría cuervos y te sacarán los ojos.
En el libro de 1999, Premio de Poesía Colombo-Cubano Afranio Parra Guzmán, de 1997, existe un poema titulado “Limoges”, que contiene un epígrafe de Kerouac: “¿Qué me espera en la dirección que no tomo?”. Una clase de pregunta que no se la lleva muy bien con algunas religiones orientales ni con las claras aguas, aunque algo torrentosas de la física cuántica. Pero que extrañamente María Clemencia se responde con el epígrafe del libro que nos tiene hoy ocupados, y que no es de otra persona sino de Yukio Mishima, y dice lo siguiente: “La belleza, las cosas bellas, son esos ahora mis más mortales enemigos”. Un diálogo, repito. No importa tiempo, no vale la pena hablar de distancias. Aquí las medidas tradicionales que conocemos no valen nada. Se desplazan a su antojo por los valles fértiles, por los bosques dubitativos, pero nadie les presta la atención que allá afuera tienen. Razón de peso para que la poesía, “allá afuera”, sea tan vilipendiada.
María Clemencia entonces, de entrada, asume seguir otra dirección; ya no lo piensa, ya no tiene necesidad de preguntarse a lo Kerouac, aquí sencillamente lo hace, tal vez a la manera de su amada “Alicia”, la del país de las maravillas.
Y esa es su Poesía. Su obra. Su Capítulo.
Una lenta y extraña clase de lucha que se va librando sin que apenas nos demos cuenta.
Aquí parece que la conjugación con lo oriental tiene más sentido. Una danza acorde a su propio tempo. Sin prisas ni gestos exagerados. Una situación muy precisa que marca un paso de lectura que se va sumiendo en la piel de los ojos del lector que no es otra cosa que ese extraño paso al alma. “La endiablada música/Hará su cielo/En las tinieblas/De mi alma”, dice en “Sonata endiablada de Nicolo Paganini”. Lo repito: “..ante los cuales no tiene como arma sino un escueto y lánguido pincel?”
La danza de la poesía, que bien puede ser la danza del cambio, que bien puede ser la posibilidad de abrazar el cambio. La sabiduría que sólo se alcanza por medio de la cómoda soledad. Diálogo-monólogo. “La música/Es encontrar el silencio”. “El silencio es la luz derribada.””Como se toca la luz de la mañana,/La pequeña gratitud del que no ve/Pero puede sentir la mano del sol/Besando su ardorosa ceguera.” Estamos en permanente comunión con lo orgánico de una poeta. Ella y sus desnudos de luz. Nosotros asfixiados, y necesitados de esa equivalente mancha lumínica. Otra sugestiva clase de conversación. “Qué breves las palabras/Del misterio/En la terrible verdad/De la nada.” dice en “La casa tomada”. Se sale de esa fortaleza y se siente ya el sórdido ambiente de aquello que nos circunda. Lo experimental, algunas veces, no se nota en la forma, en la piel, en lo que se ve a primera vista. Sinuoso juego que empieza a prender las alarmas de aquello que se pasó por alto. “Procura la belleza/Que lo terrible acecha”, se le oye en “Lección Hagakure”. ¿Pero qué clase de belleza? El epígrafe del poema que le da título al libro, que lo cierra, y que gira en torno a una antigua fotografía –el tiempo contenido en ella- es tomado del Hexagrama 64: Wei Chi, es decir: Antes de la consumación. “Este signo representa el paso del invierno al tiempo fértil del verano”. Las ausencias, el dolor, un vacío enclavado profundamente, esa distancia sólida. “La perseverancia pasa de uno a otro y nunca muere en el corazón humano”, dice el I Ching, El Libro De Las Mutaciones. Se me antoja que la puerta de salida, que es a su vez puerta de entrada, apunta en esa dirección. Cada quien quedará libre para escoger cómo atravesar el río que lo lleve de regreso a casa. María Clemencia cumplió sólo con señalarnos una posibilidad. “Ese cielo que se aleja/es el lago de mi corazón”. De nosotros depende atender esas señales: “La consolación de la belleza revelada para mí”.
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