sábado, 6 de septiembre de 2008

“LAS PALABRAS ARRUINAN EL POEMA QUE NO DEBERÍA SER OTRO ASUNTO QUE SILENCIOS”

HOTEL AMÉN

Carlos Patiño Millán

Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Julio de 2008. 70 pp.

A veces, basta con el ruido. A veces, con lo que queda después de una épica explosión. A veces, simplemente un murmullo en sueños, o un resultado detrás de un sueño. No es necesario ser un genio para vivir en esta época. ¿Pre? ¿Postapocalíptica? No es necesario acudir al término atómico para llegar hasta el borde de un precipicio en el que se descubre que sí, efectivamente, la tierra no es redonda. Locura, fanatismo, velocidad, sinceridad, amor, muerte, la familia como espectros, la llaga perpetua de la violencia que se cierne sobre esa estampa oficial llamada Colombia. Una piel, un mordisco, la noche junto a alguien, un parque, una ciudad, una fotografía, un objeto borroso no identificado, el cuerpo empezando a descomponerse de alguien que se sabe en su estado, “cuida de mí aunque haya muerto”. La sapiencia justa, la válida, la del límite. “¿Para qué escribir una novela?”, dijo alguna vez el autor. Le basta con la poesía en este caso –paralelamente sigue una carrera intensa de cuentista qué válgame Dios…se tiene que leer con tanque de oxígeno debido a la prisa que le imprime a cada historia-. Complejo y didáctico, “educativo sentimentalmente” –según Elkin Restrepo, el prologuista-, potencialmente Emo(cional). “Es un veneno el que me proporciona la visión: bella es la vida” dice en “Autorretrato a los 40 años”, el poema que abre la senda precipital. El yo soy otro que le bastó a Arthur para dejar su huella alcanza aquí tintes de la prehistoria de la movida Madchester, con un sensual poema en torno a la figura del ya mítico Ian Curtis –blasfemias aparte-. Y bajo los efectos vitales del veneno, dicha visión le alcanza para cerrar el libro con un “Autorretrato a los 18 años”, donde condensa, en una frase, su propio manifiesto, “Sobre vacíos edifico el orden de mi canto”, claro, a un lado se ven esos ecos de quienes se dan en llamar sus padres, y madres y hermanos y hermanas. Y aunque como latinoamericanos -Patiño Millán es tan endiabladamente fragmentario que se llega a creer que lo hace a propósito- la figura de ese Dios Oculto & Mayor como lo es Rulfo, cae a mi cabeza cada vez que tropiezo con la palabra “muerto”, empieza a ser un tanto diferente finalmente, puesto que ese territorio mágico que sirve de ensoñación para construirnos, ahora no deja de ser una miserable fotocopia en cuyas líneas borrosas y fantasmales, hemos de edificar nuestro camino al porvenir. Salir a cazar el Amor, pero temerle. Mirarlo fijamente. Y hablarle. Entregarse con furia a lo que se cree es el verdadero nicho, pero recibir como respuesta “Pague la hora completa”. En “Picadura causada por un insecto” se lee: “Hay algo que no miente jamás: es la angustia”, y en “Poeta desnudo, sin máscara” “Para el poeta, el idioma ha dejado de existir por más que remede demonios que vomitan signos”, lo que ayuda a una difícil respuesta de una muy repetida pregunta que se va tornando estúpida con el difícil paso del tiempo. ¿Vamos a algún lugar?, literariamente hablando, por supuesto. Esa necesidad de mostrar algo, de saber que se es, obligados, narradores, etc. Y el resto, o muchos, equivocados, lacerados por la palabra real, perezosos, moribundos, casi entes, y ahí sí rulfianos a morir –disculpen el chiste malo-. Leer sinceridad, es agradable. Así sea fragmentada, partida, breakbeatizada, sumida en un remolino de tendencias y modas que se quedaron en corrientes alternas o subterráneas o paralelas o indicadas para ghettos mentales. “Yo, que cuelgo de un acantilado” es un resumen de toda la novela contemporánea, ese híbrido entre el ensayo, la ficción, lo autobiográfico. El cansancio, al fin & al cabo. Lo que quedó en la esquina. Siete párrafos, suficientes. Y la necesidad de ya no buscar algo puesto que “me abrazo a mí mismo pues soy lo único que me queda”. Es decir, la voz silenciosa. La que crea la ausencia. Eso tan temido. Dónde, seguramente, yacerá la verdad. Y cuando se pronuncie cualquier nombre, sea o no en vano, serán los perros los que ladrarán la respuesta. “Repetir el poema hasta que no quede ningún espectador en la sala”. Que otros se enraícen buscando en el lugar equivocado. No es permitido negar una señal aparecida en una visión. “El amor, entonces dime para qué; la razón, no me digas nada”.

2 comentarios:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"

NTC dijo...

Excelente comentario!
Para otra información y textos sobre el libro y el autor, sugerimos ver: http://fdpv.blogspot.com/2008_09_25_archive.html
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Atte, http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com cali, colombia