sábado, 29 de noviembre de 2008

ESTABA EN LLAMAS CUANDO ME ACOSTÉ

CAJA NEGRA

Álvaro Bisama

Bruguera. Santiago. Agosto 2006. 213 pp..

“Tras toda apariencia se esconde un secreto”

Ese rechazo natural a lo otro que se parece macabramente a la propia esencia. Ese miedo por descubrirse ya no único. O ese acercamiento de compatibilidad. Esa muestra de correspondencia enfática genética. Empatía pura, ¿qué más?

¿Qué otra cosa se puede pretender con Bisama?

Profesor, destilador literario y crítico de borde. Sus dos primeros libros: “Zona Cero” (2003) y “Postales urbanas” (2006) tenían ese subtítulo casi secreto de Crónicas.

Escribí Caja negra como si fuera la clase de novela que quería leer cuando trabajaba de crítico literario”, confesó para una revista por sus días de B39.

Esa clase de verdades que de cercanas, enceguecen por su poder de convencimiento, como mirar al sol directamente sin importar las consecuencias, o sabiendo que sin su poder, no podríamos ser de otra manera.

Siguiendo los rastros de los elegidos para esa reunión que tuvo lugar en agosto de 2007, los que brillan, los citados, los invitados o renombrados son pocos, selectos, quizás.

Esa nueva forma de proteger a los creadores de la palabra: invitándolos a cuanto festival o feria exista para impedir que la soledad los carcoma y sea la justa dosis para provocar un apareamiento con la idea y luego dar a luz un título que los hará girar una vez más alrededor de hogueras aparentemente inextinguibles.

Me late que Bisama está dentro de los ocultos. De los que llamaron la atención de unos pocos. Muy alejado de las estrellas que poblaron esta sabana en su momento. Claro, sin ego. Hay que recordar eso. (Risas pregrabadas. Corte a comerciales protagonizados por los mismos escritores).

“Es imposible saber con certeza hacia dónde va”.

Me es difícil explicar de qué va “Caja negra”. Trataré de decir esto: alguien recibe un llamado y va en busca de un viejo productor de películas de clase Z con una chica de nombre Mariana. Entonces desde esa primera página, los sueños hacen su aparición, no importa que sean los del taxista que lleva a la pareja al punto de encuentro pactado. Y todos o casi todos los sueños o recuerdos tienen que ver con sombras zombies casos extraños luces anómalas palabras que son poco comunes dentro de la realidad lo poco serio lo apartado lo marginal o lo sublime.

Es fácil, en cambio, entender a Bisama. Cómics, un imaginario de Serie B, Black Metal retorcido y unas ganas indecorosas por presenciar el fin del mundo.

La búsqueda parece no tener fin, dentro del laberinto, oscuridad total, pero sin fondo.

Así que el conteo final –el primer capítulo es el Doce, el último es el Cero- lleva al apocalipsis. A lo largo de las páginas ha hecho la advertencia: “Las fechas son inexactas” o “El tiempo no importa. El tiempo da lo mismo”. El epígrafe de Wilcock hace un primer anuncio: “Han perdido la cuenta de los días y de las horas”, así que los saltos de temática, o de estilo o de preconcepción provocan una irrealidad fugaz, pero acorde a los tiempos. Como si de un chiste se tratara: hay un hotelero, un narrador escondido en el desierto, un poeta que ponía bombas dentro de sus poemas, una estrella glam chilena, un delfín que detenta al mundo desde su castillo, una enciclopedia de la historia del cine B chileno, una estrella de rock que vio a una chica mutilada aún viva en el sótano de un fan, una familia de cineastas y una sombra de culto japonesa que parece ser la guía o la excusa que los teje a todos los que pueblan, desde la primera persona, las páginas de la obra de Bisama.

“Una nueva forma de guerrilla”

El mismo Bisama reconoce que dotó a la novela de objetos valiosos personales. Una forma sugestiva de decir o pronunciar autobiografía.

Ir del inicio al final, en un lento retroceso, donde no se tienen las coordenadas precisas ni del inicio ni del final, es una apuesta arriesgada.

La línea recta no existe. Mucho menos cuando se trata de: “ordenó sus sueños de modo de dotarlos de coherencia. Luego empezó a trabajar sobre esas visiones, a generar una estructura.” Una necesidad de confesarse. Sin clímax, cercano al final. “Detallado e impreciso a la vez.” Delirante. E “insoportable”, puesto que su memoria al trazar un laberinto, convierte al lector en un laberinto mismo. En donde la luz no existe. Mucho menos los espejos, los tigres o la iluminación. ¿ “Objeto de culto para fans desviados”? ¿”Despreciada por los puristas y adorada por los amantes de lo bizarro”?

“No es una novela pero debería serlo”.

Bisama es lúcido al respecto.

No pretende, pero oculta.

La necesidad de intuir.

La guía por instrumentos.

“Mi escritura esta encriptada de mensajes ocultos”

Ahí la verdad.

Sumergirse entre los capítulos. Bucear a pulmón libre. Tratar de capturar algo para la memoria. Colores, frases, momentos, sombras o fantasmas, el sueño al fin & al cabo.

Al salir a la superficie, el oxígeno ha desaparecido. Entregan un fanzine y esa es lo último que se siente.

El traspaso no ofrece dolor. Se oyen diferentes cosas: gritos en otros idiomas, instrumentos destrozados, la sangre caliente goteando en un piso frío, los mapas de la nueva isla del tesoro, la tinta negra siendo absorbida por el papel en la creación de otro universo paralelo, ese nuevo mundo, ese nuevo cambio, esa idea de que el universo se movió, de que ya nada va a ser lo que antes era, lo que era antes de cruzar este libro.

“El silencio que es en realidad el sonido del futuro”

Lo absurdamente hermoso de Bisama es que entre su micromundo, todo puede resultar traducido a una verdad que no ofrece resistencia, es decir, que duele.

Diferente a ese tren que arrasa con todo, cargado de lo políticamente correcto, del duelo o del soñar colectivo, de la lucha por una realidad mejorada.

En la clave oscura esta el futuro, parece decir esta obra.

O el presente, que viene a ser lo mismo.

“El tiempo no es algo que apremie en un momento apocalíptico”.

Así que, ¿en dónde estamos?

En el principio que es el final, en el conteo regresivo, en el final que es un nuevo comienzo.

¿Punto de partida?

A veces no somos más que figuras sobre un tablero de un juego muy antiguo.

Alguien nos mueve a su antojo.

Alguien sostiene una sonrisa.

El sol es cuando alguna sombra permite el paso de la luz que ilumina el salón.

Somos recuerdos eyaculados por algún fantasma.

Protagonistas de una chanza.

De fuego. O de vida.

Estaba en llamas cuando empecé a leer.

Estaba vivo.

Aún sigo en pie.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"