EL ENANO Y EL TRÉBOL
Miguel de Francisco
Mondadori. Bogotá. Enero de 2008. 199 pp.
I. “INQUIETANTE MODERNIDAD”
A veces las palabras de los escritores –por fuera de su obra- parecen desesperados gritos de auxilio. Necesitan ser escuchados para llegar a ser leídos. La relación entre escritor y público-posible-lector llega a tener tal perfección, que roza lo artístico. Presentarse llega a ser parte de la obra, o el escritor deviene en su obra. La recolección de tales capítulos queda registrada en plataformas virtuales o de fácil olvido. Quizás una disculpa para aferrarse a una tabla en medio de un océano de (futuros) tiempos difíciles.
Las palabras parecen valer por la manera en que se esfuman frente a un auditorio o en la manera en que quedan registradas en formatos reducidos cada vez más. Si antes la trampa para esquivar un libro era leer el resumen con todos los artefactos puestos en un orden impecable, ahora basta con escuchar de parte del mismísimo autor, en poco menos de treinta segundos, de qué trata el respectivo título.
Y a veces los escritores prefieren pasar desapercibidos, ponerse una bolsa en la cabeza y salir a declarar algo en algún programa de televisión. Establecer relaciones sospechosas con amas de casa que resultan con un libro de su autoría bajo el brazo, sin que nadie –su familia, sobre todo-, se entere.
Eso también es catalogado como algo que roza lo artístico.
Pero creo que esconderse del todo y pasar desapercibido, también lo es.
Máxime, en un instante como este. En el que los quince minutos de fama se convirtieron en algunos segundos de felicidad televisada, y entre más en vivo y en directo, mejor.
Nadie parece escapar.
Prince lo llamaba El Signo ‘e Los Tiempos, que no era otra manera de llamarlo desespero.
Y así como en el crudo invierno del polo sur hay una clase de aves que no huye del frío sino que se interna más y más en tierras terriblemente inhóspitas, así mismo hay personas dedicadas a formar, ficha por ficha, su obra en un silencio inauditamente frío, o seco, o desolado, en el que el alimento parece ser el resultado de lo albergado en una ringlera de hibernaciones propias que parece sólo sirven a ellos mismos.
Un Oso de esa clase resultó ser el enigmático Miguel de Francisco. Nacido por una equivocación no establecida en Medellín, este bogotano vivió los últimos 30 años de su vida en la incongruente –para algunos latinos- Europa, lo que significaba el alejamiento de casi todo lo que tuviera que ver con una comunidad común. El espíritu de de Francisco estaba, decididamente, en otra parte. Y esa Nación o Patria –esta sí vale la pena escribirla en mayúscula- se llamaba Literatura. Y él era su propio único protagonista en medio de un microuniverso formado a su gusto y semejanza.
Conocido por unos pocos buenos amigos, su obra, sin embargo, logró abrirse camino por la difícil senda del silencio múltiple: España, Colombia, Francia. El contrato, letra pequeña, decía que el lector tenía que descubrir ese fantasma. Después, sería muy difícil abandonarlo a un costado del camino. Como en el viejo chiste de un gato, el escritor era quien devolvía a lo conocido a su (nuevo) dueño. Lo otro que no lograba leerse, letra más pequeña aún, es que se estaba frente a algo -y pido disculpas si me precipito al utilizar esta palabra- diferente, porque no basta con lo no convencional en este punto. No es suficiente, porque lo que se halla (se lee) es algo inesperado. Y como no hay nada nuevo bajo el sol, se necesita, eso sí, tener una ligera pócima para que se pueda ver (leer) correctamente. Es decir, armar el rompecabezas que de Francisco propone con su obra –en esta oportunidad va a ser muy difícil desmembrar cada título y examinarlo en su correspondiente recipiente-, y poder imaginarla tridimensional puesta dentro de una taza de café muy oscuro, hiperacelerado o hiperboreal. Y ya empezamos a marcar las diferencias de principios, porque el autor se burla de las cerca de cuarenta tazas de café aguado que se toman los bogotanos a lo largo de un día.
Aquí no sólo se corta la bruma con tijeras, sino que la cuchara queda de pie en medio del microcéano negro.
Bukowski decía que a esos entes capaces de, concientemente, apartarse de la gran masa, había que ponerle cuidado.
Desde este extremo, el libro aún caliente sobre mis rodillas, envío este mensaje.
II. “¿ESTAMOS AQUÍ? ¿ESTAMOS DESPIERTOS? ¿HEMOS LLEGADO?”
Lo primero que se halla en este hermoso laberinto son tres caminos a escoger. Las recomendaciones o advertencias en esa corta guía de recorrido que entregan al pagar la boleta no hacen sino afanar el paso. Las puertas parecen no señalar nada. Ese ámbito minimal seduce, y crea la perfecta base para el comienzo.
“El enano y el trébol” es una exquisita muestra de barroco expresionista, un pequeñísimo sainete onírico, en el que se congujan tres tiempos reales apuntando en una misma dirección: la esencia de de Francisco. El pasado, representado por el enano español Bonaní; una suerte de subterfugiado presente en presencia de Ideogracias, un colombiano adicto a la poesía del siglo de oro y de Rubén Darío, entre otros; y un futuro lejano en boca del inglés A. I. Root. La cartilla de advertencia, indica que de Francisco fue un gran admirador de Velásquez, y el enano está ahí para demostrarlo. Infantas, cortes, sombras…Al extremo, el inglés hablando de máquinas como la locomotora, que parece andar desde su imaginación por una carrilera totalmente imaginada. Siglo XVII. Aunque real.
“Una distancia continental y atlántica lo separaba con varios siglos”, parece descifrar. Pero sólo ayuda a confundir un poco más: “Despertó a la realidad de otro sueño.”
Cuando lo menos es más, se deben aprovechar al máximo las fichas del rompecabezas.
Cada señal puede contener una verdad que se necesitará en el siguiente recoveco.
Y al cerrar esa primera puerta, sentir que un diccionario cae sobre la cabeza abierto justo en la letra m de Maravedí: “Moneda española efectiva unas veces y otras imaginaria, que ha tenido diferentes valores y calificativos.”
Las claves las han de descubrir ustedes mismos.
“Arcana” tiene antecedentes, pues fue publicada en Barcelona en 1978. Y empieza con una descripción: “Esta es la casa, mayorazgo supremo, encuentro de genealogías, río revuelto, casa principal, puerta de oro, centro de manzana, reducto supremo, puerta de plata, patio convocatorio, claustro sísmico, centro chamánico malconjurado a cruces secas (..)” Terminar el primer párrafo, es cruzar el velo. Escasamente se puede respirar, pues esa resistencia forma parte de la prueba. Y una vez al otro lado, bautizado en la obra del bogotano, sólo resta dejarse llevar por la corriente impetuosa de palabras, imágenes, y sobre todas las cosas palpables, poesía. Así como se dan las indicaciones limítrofes de la casa, es posible imaginar la estructura compleja que van formando las palabras-lego de de Francisco. La trampa, radica en la disposición de los capítulos que forman esa brevedad, ya que hay personajes que impunemente cruzan, aparecen y desaparecen a su gana en cada uno de los subtítulos. Pero continúa la recolección proteínica: “Como una escritura fragmentaria y sin sentido”. Es fácil recordar dentro de la cartilla inductora algunas voces que susurraban acerca de la temática del Señor Laberinto, su intimidad, entendida como visión de vida. Escribir para responderse preguntas es la práctica más sana y sensata que pueda haber. Lo que resulta de tal ejercicio espiritual, es otra cosa. No todo tiene por qué ser tan diáfano, discretamente directo, posmoderno…”Camina para sí, habla para sí” ¿Se puede reprochar eso? En instantes en que lo confesional alcanza estas altas cuotas: “Argumentos imperfectos”, no se “gana nada con gritar contra la gravedad”, sólo queda el “frío vértigo del corredor por el que me precipito siglos arriba de mí mismo.” El conflicto temporal una vez más. De la confusión repetida no queda más que la claridad.
“Amigos del alma” aparenta ser la más sencilla, pero nada más falso que eso. Construida a manera anecdótica, repasa
Cuando se cree estar a punto de salir del recorrido, “la verdad está ahí afuera”, los únicos límites posibles resultan los momentos en formato clave temporal que de Francisco brindó sicalípticamente en cada uno de los relatos. Y cada tiempo, resulta ser una voz: “Momento plural y confuso”.
¿En dónde estamos?
¿Hay alguien ahí?
III. IDIOMAS FUTUROS O CUBISMO FONÉTICO
Miguel de Francisco murió en su residencia en París en 2006. Algún material permanece aún inédito, como la suculenta “París sopa de pollo”. Por esas cosas extrañas de la amistad, se ha publicado este libro. Como una forma de homenaje o un acercamiento respetuoso a su memoria por no decir a su labor silenciosa de tantos lustros. Carnada viva para cazadores de lo oculto. Literatura Atonal o “Cubismo Fonético” cuya soledad –de corredor de fondo- luce similar a la de un desierto. Y sin embargo, el pálpito.
Lo divertido es cuando
“Sus conversaciones con los amigos o sus padres, quedaban grabadas en su Motorola por más de diez años, esas charlas unidas a los libros que había leído, formaban desde diversos ángulos y pliegues, su novela no escrita.”
Después está la cita de Malraux: “El peligro es que todo hombre lleva en sí mismo el deseo del apocalipsis”, y de las calles bogotanas a los cuadros de El Bosco no hay mucho trecho.
Pero después del apocalipsis, ¿qué?
1 comentario:
Esta reseña fue escrita para Número, pero parece que por coordenadas temporales la vuelta se cayó...
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