PENA CAPITAL
Andrés Felipe Uribe Cárdenas
Matera libros. Bogotá. Abril de 2025. 69 pp
indígena ártica pálida pero todavía mestiza
Hay esa poesía que no busca ser con mayúscula y a la postre encanta mucho más
La obra de Uribe Cárdenas se rastrea desde la editorial Matera y tocaba conocerlo para que se obtuvieran algunos rastros de una obra chiquitica bordeando el arte como esa cosita del tamaño de un encendedor de fósforos de una época pretérita que hablaba de poesía skate y traía un fósforo y la lija para encender toda esa vaina
Lo conocí porque también seguía el sincronario de las trece lunas y compartíamos un gusto bastante distante por cierta música pesada aunque nunca lo pude detallar o determinar como metalero aceptado porque su comportamiento y vestimenta era bastante alejado del protocolo
Así que siempre lo tengo en mente con cautela pero con cariño y esa sensación es la que me deja este libro. Lo siento. Uno como reseñista nunca debe mezclar lo emocional con la labor odjetiva que se debe demostrar. Así que me cuesta con este libro. Se diría: lo distingo mas no lo conozco. Pequeñísimas charlas a las afueras de conciertos o presentaciones de libros y pare de contar. Sabía que vivía en Alemania. Fin
Me gusta la frescura. Me gusta la torpeza. Me gusta la osadía. Me lo imagino con su vestimenta de chaqueta y cachucha y tabla y tenis en medio de gente de su edad -43 años- que ya empieza a usar esas camisas de manga larga blancas que cubre las panzas. Barbas afeitadas en barberías de autor. Poesía discreta que se hunde en sus árboles familiares de estrato social 4 y 5. Demostraciones de estudios superiores en el extranjero. Idiomas más de dos. La intención de seguir siendo invitados a dichos festivales porque de eso es que se vive porque al dar lecturas y presentaciones se vende más y quien quita que se pueda dar un cursito virtual o una charla sobre algún autor o una entrevista en algún suplemento de una periódico de distribución nacional
Me encontré a Manuel después de muchos años de no verlo o de evitar acercarme a la gente que había conocido desde 2004. Llevaba nueve años de alejamiento. Había estado buscando editora para algún libro de mis propios poemas y la cosa no había salido bien. O más bien no supe cómo negociar y dejé todo tirado. Buscaba no sino solamente un tiraje minúsculo y cero presentaciones y eso es contrario a todo el movimiento que ha de tener un libro hoy en día. Los poemas incluso se comen o se proyectan o se rasgan en experiencias corporales que sobrepasan cualquier intento de una simple lectura ¡en papel siquiera!
Aquí hay una desazón que podría ser casi definida. Esos memes del desayuno con cigarrillo y pepas y tinto y que dan el poder para avanzar y la fortaleza mentirosa de creer que se puede contra el mundo. Mundo que en sí no importa aunque todo sea una tragedia mínima pero la única que se vive. La extrema sensación de soledad. El sexo o quizás lo genital como única manera de contacto que pueda existir a pesar de todo lo que se comparte con alguien en una cama. ¿Volverse a ver? Cuando vuelva a pelear con mi pareja. OK quedaré al tanto. No hay manera posible de establecer una relación y eso es lo que pasa hoy con esa parte de explosión poética. Lo que pasa es que yo ya entré en otra etapa de mi vida y ahora estoy siendo testigo de esa juventud que no llega a los 25 que lee poemas y se quiere tragar el mundo. Se cree que se va a tragar el mundo con sus palabras
Él se sabe regular poeta. Eso es lo que le sale. Y le sale bien. Poemas narrativos. Pero sabe algo. Yo lo llamaría poemas épicos. La calle. La osadía. Mi tarea de vivir. Alcanzar la otra orilla. El retorno del héroe. El cambio en su destino. La suciedad. La sombra cuyo rastro hay que seguir en le fondo de la lectura. La sensación casi romántica de sentir que esa voz que se escribe gritando implorando compañía está ahí al lado. De ahí el lapsus del recuerdo de Andrés Felipe que me permití en parte de esta importante reseña. Ese escribir cualquier cosa pero que refleja el estado emocional de un mundo macizamente quebrado y fracturado en tantas partes que solo con saliva mezclada con lo corpóreo parece mantenerlo unido. Ese codiciado no futuro. No entra la música sino de nombre y es poesía que grito con mi voz suavecita pero es lo mejor que se pueda leer: death blackened crust doom speed thrash gore goth darkwave synth. No le resto importancia a lo que vivieron las niñas en la selva. La obra épica poética del veinticinco es de un joven ya entrado en su primera fase de madurez de cara cuarteada y con arrugas y quizás canas y calvicie y disfunción urinaria y prostática y posibles entradas a esas primeras asustaciones en hospitales que dejan KO para el resto de la vida. Era entonces muy joven cuando lo conocí. Me parece sospechoso cómo pasa el tiempo. La huella que va dejando en ese silencio telúrico. Aquel estrepitoso declive profesional. Esa forma autodenominal y sincera de decirse desadaptado social patentado a punta de infamia y mala leche. La depresión. La condición de migrante en Europa. El favor que le pedí ahorita en noviembre a Manuela que se va a visitar a su novio a Berlín durante dos o tres meses. La visa es de 90 días. En Berlín vive el autor que nos concierne hoy. No le voy a decir que lo busque. Necesito únicamente una edición barata del Ulises en alemán. Cerveza. Los extraños ambientes de bares. Llamémoslos culturales. Y lo que hace Andrés es elevarlos. Atestiguar. Vive y conoce y cuenta como fornica y el tamaño de su miembro en la boca o vagina u ano de su amante de turno y luego la desazón gigantesca de esa abrumadora soledad que queda tras venirse. Com osi Dios hubiese forjado el pipí para eyacular y de ese cosmos abatirse como cuando las mamás gusano se dejan morir consumidas por sus propios hijos. Y algún man en alguna época del tiempo decidió no culiar porque no podía e inventarse el poder. De eso trata este poemario: de la sombra masculina asincerada. De verse en un espejo y encontrarse que de toda pérdida sólo quedará una palabra manuscrita. De que de cada persona que llega para irse antes de tiempo se puede componer un momento aferrado a un marcador. La rutina que duele porque vivir es eso: el vacío de la propia existencia en un hueco profundo del que ni los filósofos son capaces de decidir para qué diablos salir
1 comentario:
-Jack Kerouac, del Mexico City Blues-
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