jueves, 25 de enero de 2007

“ESCRITOR NEOYORQUINO NACIDO EN CARTAGENA”

Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (Música de Sex Pistols y Nirvana) +
“Breves apuntes acerca de una mujer con hijos y un hombre de boina gris”

Efraím Medina Reyes
Proyecto Editorial. Bogotá. 2001. 173 pp. +
Fondo de Publicaciones Transempaques Ltda. 1986. p. 21-47

“El amor es un límite
y nos mide”

I. VOCES

Mirando atrás de esta primera edición de “Érase una vez el amor pero tuve que matarlo”, el nombre de Medina Reyes se puede ubicar desde el premio otorgado por Colcultura en 1995 bajo el título de “Cinema Árbol y otros cuentos”, hasta títulos aún más alejados, de corte más agreste: “Seis informes” (WGC, 1988) –novela- o “El automóvil sepia” (WGC, 1990) –poesía-, hasta conseguirse en una serie de oscuros nombres de variados concursos distribuidos a lo largo de la esfera nacional, lo que lo hace como una de las figuras capaces de sobrevivir el nefasto paso del tiempo y, sobre todo, ese áspero instante en que un autor decide sí realmente continuar luchando desde las palabras o, simplemente, abandonarlo y dejarse arrastrar por la temible cotidianeidad y echar al trasto todos sus sueños, esperanzas y virtudes.

Y para dejar en claro algunas de las especulaciones, basta con el segundo puesto obtenido en el Segundo Concurso Nacional de Cuento Jorge Zalamea, en 1986, con el cuento “Breves apuntes acerca de una mujer con hijos y un hombre de boina gris”. O cuando en 1981 obtuvo el primer premio en el Concurso Departamental de Minicuento, en Cartagena; o cuando en 1985 obtuvo el segundo lugar en el Premio Plural de Cuento, en México y el primer puesto en el Premio Icfes de Poesía, en Bogotá; o en 1986, el primer puesto en el Concurso Metropolitano de Cuento de Barranquilla, más el primer puesto en el Concurso de Cuento de la Revista Aracataca, siendo además, finalista del Concurso Nacional de Novela Ciudad de Pereira, con la hasta ahora inédita “Ciudad Inmóvil”.

Medina Reyes pues, tiene una extensa pre-historia, un capítulo oculto antes de someterse a las variadas tendencias que impone dictatorialmente el mainstream. Y así como lo propuso Roberto Bolaño en el cuento “Sensini” de su obra “Llamadas telefónicas”, la difícil condición de ser escritor debe ser sorteada a través de concursos y concursos, para sobrellevar una vida suficiente para dar los motivos que multipliquen su preciado gusto por la escritura.

II. PRE-HISTORIA

“Breves apuntes…”, es un cuento dividido en nueve estrechos capítulos calurosos, que cuentan en una historia con divorcio doloroso de fondo, como un púber ve levantar un emporio de sobrevivencia desde las manos y la fuerza de su madre, sin jamás nombrar a aquel hombre de boina gris que los abandonó.

Narrada con ese efectivo toque del salto de los tiempos, Medina Reyes empezaba a pavimentar el camino que luego recorrería embadurnado de fama.

Empieza describiendo el último día de su padre en la casa, para luego evocar el pasado –sin hijos- en el que la pareja llega a hacerse dueña de aquel terreno, mostrando flashes de un presente solitario que domina a un adolescente tan responsable y tímido, como edípico y tembloroso, en una ciudad que ya comienza a ser ausente (¿inmóvil?) para sí mismo.

Se lee a un autor consumido por un deseo de devorar el camino de su propia historia bibliográfica, sin poder aún desprenderse de la múltiple y poderosa influencia detentada por lecturas, autores y –posibles- héroes latinoamericanos obligados: Cortázar, Rulfo, García Márquez.

La furia, entonces, yace contenida, más preocupado por el resultado externo, es un autor que empieza una exploración total que lo conducirá a parajes absolutamente personales, que le dejarán en el cruce de caminos único a escoger: la satisfacción del prójimo o el desarrollo de su propia voz.

Premios, cuentos, poemas, novelas y los dos libros publicados son, actualmente, la parte oculta pre-mainstream o capítulo independiente underground que sirven, casi como anécdota, para completar el mapa de la historia de un escritor que con, “Érase una vez el amor….”, entra violenta y desataviadamente al Santuario de la Literatura Colombiana, para dejar su terrible y portentosa huella.

III. “(Música de Sex Pistols y Nirvana)”

Aunque al autor no le guste y da explicaciones para ello (“sus novelas son lineales y de acción, las mías de reflexión”), la comparación con Bukowski resulta inevitable: ambos escritores de culto, ambos escritores que a través de una dulce, delicada y agreste poesía exhiben sus ideas, ambos escritores en la diáspora.

Aunque la capital colombiana sea el epicentro editorial de un país cada vez más internacional, la función de las ciudades intermedias es definitiva para el desarrollo estilístico y literario de la literatura nacional.

Perteneciente a una generación que ha perdido influencia y respeto frente al General García Márquez, el abismo que media entre Medina Reyes y el resto de habitantes contemporáneos, se revela en el vértigo y en el riesgo hallado en su obra; no hay un modo de comparación, el estilo es el que manda. La poesía que exuda su prosa, la composición estructural de sus novelas, las temáticas que aborda.

“Brillante, despiadado, sagaz, vibrante, ácido, cruel, perverso, descarado, sucio, agresivo, violento, agudo, corajudo…”, son algunos de los adjetivos con los que algunos escritores y críticos literarios se refieren a esta (primera) novela (oficial) del cartagenero.

La trepidante voluntad narrativa de este escritor es tal, que su lectura es capaz de seducir, dominar y dejar sin aliento a quien a ella se acerque, pero también resulta ser tierna, melancólica y sensible hasta alcanzar el punto del melodrama; encerrada en sí misma, Marianne Ponsford agrega en el prólogo: “Desordenada, dislocada y ecléctica…”, justo lo que le hacía falta al Mausoleo de la Literatura Colombiana.

Bajo la oculta influencia de Emily Dickinson, Medina Reyes se muestra como un tipo que aún no logra llegar a los 30 años, que tiene roto el corazón, descree de todo y de todos y solamente cuenta con el arma de las letras para abrirse paso en el mundo, tratando de intentar hacer las cosas lo mejor posible: restos necesarios de una inocencia que yace en el fondo de su ser.

Dividida en ocho capítulos, se reconoce la admiración que profesa por Chaparro Madiedo en algunos de ellos: “Sueño de una zanahoria congelada”, “Ballenas de agosto”, “El complejo del canguro”, sin que se deje perturbar por el cúltico autor bogotano (1963-1995), imprimiendo un sello característico; de aquí en adelante, M. R. también puede significar Marca Registrada: “Fracaso Ltda.”, “Corto y profunda”, “Dillinger jamás tuvo una oportunidad”, por ejemplo.

Aprendemos algo de Medina Reyes: le gustan los subtítulos. Y otra cosa: tiene un dolor profundo con su época, su nacionalidad, su procedencia, extirpando cualquier atisbo-tumor de dolor con el bisturí mágico del humor, que por cierto, nunca se acaba: “¿Qué culpa tiene el hacha de tus alaridos?”, “Para ver mis cicatrices y escuchar mi corazón hay que pagar la entrada, nada de esto es un acto”, “Hay tres reglas: 1. siempre hay una víctima. 2. Trata de no ser tú. 3. No olvides la segunda regla.” Y aquí, aprovecho para nombrar la exquisita estructura que despliega en la novela:

1) “Dillinger jamás tuvo una oportunidad” + “Ballenas de agosto”, donde cada una de las escenas sucedidas se marcan a manera de cine: “interior-noche”, “exterior-día”, “secuencia múltiple-verano”.

2) “Producciones Fracaso Ltda.” + “Guitarra invisible” + “El complejo del canguro” + “Sueño de una zanahoria congelada”, donde se usan lugares y fechas: Ciudad Inmóvil (desde el invierno de 1986 hasta abril de 1994), Bogotá (de marzo de 1991 a octubre de ese mismo año), Seattle (del invierno de 1977 hasta mayo de 1994) y Londres (verano de 1993), en ese ordenado desarreglo de los sentidos que mantiene –desde siempre- el autor.

3) “La muerte de Sócrates” + “Corto y profunda”, donde se exhibe el guión de una película que se pretende filmar.

Con una extensa selección musical: Sex Pistols, Pearl Jam, Alice In Chains, Ramones, Charlie Christian, Grateful Dead, Alan Price, y el álbum “Nevermind” de Nirvana, se leen y entretejen historias de y con amigos, de amores que comienzan, de amores que culminan, de bares a medianoche, de capitales frías y bombardeadas, de cachondeos, de nostalgia y ausencia, de duras convivencias entre parejas, de celos, de encuentros vitales en medio de fuertes discusiones, de familias, de dolores, e interesantes intermezzos musicales, como la legendaria historia entre Sid y Nancy, Cobain y la guitarra, o Courtney Love y la fama, todo con un deseo por retornar al camino –ya vivido, ya abandonado- del noviazgo limpio, puro y seguro entre el anti-héroe Rep (personaje totémico dentro de la historia obrística de Medina Reyes) y la mujer que lo ha acompañado durante una parte fundamental de su vida: Cierta Chica.

La novela esta poblada de historias inconclusas, datos anecdóticos, caminos que mueren a manos de las mismas palabras, la presión por narrar de forma vertiginosa y cruenta, bastante inmediata, muy cercana, a lo sumo costeña.

Completar el mapa de la novela, puede resultar complicado e inútil. Las puertas que deja el autor siempre parecen permanecer abiertas. Y el goce lectúrico, pervive en el presente, en el momento único y especial en que lector y libro se encuentran, uno tal para cual.

El truco de Medina Reyes consiste en contar (casi) secretos: se involucra al lector, pero no se le hace sentir como un entrometido de aquello confesable.

Medina Reyes, con esta novela, muestra una joyita, a pesar de la inmadurez que muestra a borbotones. No sólo evoca una salvación en estilo, forma y contacto con el lector, sino que se va sobre la cresta de una ola narrativa para impulsarse y así llegar a sitios (casi) desconocidos para este país; dando ejemplos de que el alejamiento con respecto a una tradición mágica, significa el acercamiento hacia el hondo sabor –por momentos agrios, por veces dulces- de una época.



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