jueves, 25 de enero de 2007

LITERATURA FÍLMICA

Rosario Tijeras
Jorge Franco Ramos
Bogotá. Editorial Norma. 1999. 192 pp.

“-Dios y yo tenemos malas relaciones-dijo
un día hablando de Dios.
-¿No crees en Él?
-No-dijo-.No creo mucho en los hombres.”

I.

Sí frente a la obra galardonada de un escritor, la presión, al momento de opinar sobre ella no logra reunir suficiente peso, ¿qué se puede sentir frente a una obra que ha sido premiada no una, ni dos, sino tres o cuatro veces?

Recuerdo la sensación de placer que tuve al hallarme frente a la oscura, criminal y atosigante “Mala Noche” (Fondo Editorial de Risaralda, 1997), de éste mismo autor, ganadora del XIV Concurso Anual de Novela Aniversario Ciudad de Pereira; ya comentada en una ocasión anterior.

La historia dice que Franco Ramos ganó una beca de creación del Ministerio de Cultura con “Rosario Tijeras”, y luego triunfó en la Semana Negra Dashiell Hammett, en 2000, en Guijón, España. Para cinco años después, hallar la magnífica versión cinematográfica. Sumado al apoyo del respetable público lector, que devora con un espectral espíritu caníbal, edición tras edición de la novela, tanto en los países de habla hispana como en el resto de orbe a la cual ha sido traducida.

¿Respeto? ¿Miedo? ¿Complacencia? ¿Sumisión? ¿Verticalismo? ¿Horizontalidad?

La única intención verdadera es acercarme a una obra hasta el momento desconocida para mí, sin prisa, sin enojo, sin rasgos de opacidades que puedan infligir algún daño frente al resultado. Todo depende, pues, de la limpieza absoluta que se tenga frente a la obra, junto al autor. Una vez puestas las cartas sobre la mesa, la partida comienza.

II.

Rosario Tijeras es una mujer nacida y criada en las comunas de Medellín, lo que implica una serie de eventualidades aparentemente comunes a aquel entorno: violencia, relaciones peligrosas, charcos de sangre, poquísimas oportunidades laborales y sociales, entre muchas otras, pero que, retomando el hilo del centro del asunto, llega hasta límites ignorados que median entre La Colonia y La República, traducido en la conformación de lo que implicó nacer, crecer y pertenecer a las tierras verdes -¿de todos los colores?- de Colombia, en su capítulo montaña: “La pelea de Rosario no es tan simple, tienen raíces muy profundas, de mucho tiempo atrás, de generaciones anteriores; a ella la vida le pesa lo que pesa este país, sus genes arrastran con una raza de hidalgos e hijueputas que a punta de machete le abrieron camino a la vida (..) Hoy el machete es un trabuco, una nueve milímetros, un changón (..) Cambió el arma pero no su uso. El cuento también cambió, se puso pavoroso, y de orgullo pasamos a la vergüenza, sin entender qué, cómo y cuándo pasó.” Una reflexión que abre todo un capítulo abismal para tratar desde el punto de vista sociológico, psíquico y cultural e histórico, que Franco Ramos aborda en un gesto que encierra el perdón al que se somete la protagonista de la novela, que no tiene que ver, cosa curiosa, con el amor.

“Entre más temprano conozca uno el sexo, más posibilidades tiene de que le vaya mal en la vida. Por eso insisto que Rosario nació perdiendo, porque la violaron antes de tiempo, a los ocho años (..)” Aquí, entonces, está el perdón contemporáneo, el de su propio presente, el del presente de todos los que tuvieron que ver el fallecimiento del siglo XX; porque la historia, como lo dijo su autor en la cita mencionada anteriormente, había cambiado los instrumentos de uso, mas no las reglas del juego.

“Las tijeras eran el instrumento con el que convivía a diario: su mamá era modista. Por eso se acostumbró a ver dos o tres pares permanente en su casa, además, veía cómo su madre no sólo las utilizaba para la tela, sino también para cortar el pollo, la carne, el pelo, las uñas y, con mucha frecuencia, para amenazar a su marido. Sus padres, y como casi todos los de la comuna, bajaron del campo buscando lo que todos buscan, y al no encontrar nada se instalaron en la parte alta de la ciudad para dedicarse al rebusque.”

Supongo que no sobra decir que el “apellido” Tijeras sale, precisamente, del oficio de su mamá, Doña Rubi, porque a los 13 años, un habitante del barrio alto del sector donde Rosario vive, la viola en una zanja oscura, reconociéndolo ella, y coincidiendo con él, por circunstancias que nunca la novela aclara, en la casa de Doña Rubi, cuando Rosario ya no vive más allí debido a disfunciones de comportamiento social, sino con su hermano, la única persona por la que puede sentir un amor tan natural como incondicional y poderoso. El fulano, que no reconoce a su antigua víctima, se lanza al cortejo de la bella y disfrazada de frágil Rosario, a lo que ella accede con el único propósito de vengar su íntima afrenta, seduciéndolo una tarde en que su mamá no está, llevándolo a la cama, acostándolo, desnudándolo, excitándolo, para a continuación, cruzarle las tijeras en su región genital, provocando el resultado que marcaría la vida de Rosario de ahí en adelante: “la niña ya se podría defender sola.”

Crecida en una comunidad cuya única salida era el trabajo para los narcotraficantes como sicarios, rosario acompañando a su hermano se descubre frente a los duros de los duros como un “bizcocho”, lo que le permite oficiar de dama de compañía cuando ellos la necesitaran, brindándole, a cambio, una nueva vida cargada de toda la plata del mundo.

La unión del mundo viejo rico con el mundo nuevo rico en las discotecas de moda de la época, provoca el encuentro de Rosario con Emilio, y con su inseparable amigo Antonio, en una fiesta que da inicio a la frenética y bipolar montaña rusa de la que no se volvería a bajar “la pareja de tres”, donde ella y Emilio eran los amantes, Emilio y Antonio los amigos desde la infancia, y ella y Antonio los confidentes capaces de hablar toda la noche, sin que sintieran el suave paso del tiempo.

La novela transcurre en Urgencias de un hospital de Medellín, a la que Antonio ha llevado a Rosario después de que le han dado un tiro, tres años después de la última vez que se han visto, en una respetuosa salida de reencuentro. Una noche eterna, pegada en las 4: 30 de un reloj de pared detenido, que ve salir el sol y la transformación de la soledad, los quejidos, la sangre y el vacío nocturno a una lenta, pero continua ocupación del centro asistencial.

Antonio en cada capítulo, como si fuera cada atisbo de regreso a la realidad, se da a la tarea de convocar, memorísticamente, la vida a partir del momento en que llegó Rosario.

III.

“Tener fe y esperar”

1) LA BALA

Es curioso, pero Rosario Tijeras no representa el paradigma de la novela sicarial. “La virgen de los sicarios”, de Fernando Vallejo, cumple mejor ese papel. Si bien algunos de los personajes ejercen aquel pálido oficio, su labor no es enfocada desde el centro, sino levemente rozada con leves guiños atrevidos cuando están en reuniones o festejos con sus parceros o familiares. “Rosario Tijeras” es, en cambio, una historia de amor capaz de crear un aullido profundo al ser un cerco de las mismas quejas repetidas una y otra vez, como si de una canción guascarrilera se tratara.

Porque si se trata de enfocarla como una obra literaria valiosa por el papel que cumple al reflejar una realidad cruda que padecemos permanentemente, como colombianos, sería mejor enfocar tal denominación a la página judicial de los diarios de provincia o a sesudos ensayos sociológicos que recogen, estadística y enfáticamente, las muestras de las perversiones violentas empleadas por el narcotráfico o el sicariato, o un par de títulos considerados clásicos dentro de ese mundo directo de los años noventa: “No nacimos pa´semilla” (Cinep, 1990), de Alonso Salazar, y “El pelaíto que no duró nada” (Planeta, 1990), de Victor Gaviria, con la diferencia de que mientras este par de obras queda relegada al olvido inducido por la directa implicación con la realidad, “Tijeras” permanece vital, como una figura anti-heroica, capaz de despertar anhelos, sueños y hasta identificaciones, capaces de transformar una vida. He ahí la fuerza de una obra literaria como esta; sin que ello implique el ascenso categorial de la figuradle sicario.

Franco Ramos, hay que reconocerlo, sabe limitar muy bien ese renglón que rescata su obra literaria de la no-ficción, al cubrir con un manto respetuoso, aquello que implique muerte, sangre, magnicidio o por su parte, prostitución.

2) EL AMOR

“Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte. Pero salió de dudas cuando despegó los labios y vio la pistola.”

El comienzo de la novela es tan desesperanzador como crudo. Y da los parámetros de lo que será el hilo conductor de la obra: el amor callado que Antonio siente por Rosario y que recuerda, como todo enamorado, cada vez que tiene la oportunidad de nombrarlo, que son casi todas, puesto que el amor vive y consume la humanidad invisible del narrador de la novela: “Si ya estaba perdido nada perdía con perderme”, es una frase que resume ese amor, porque, como lo dije antes, la novela es una canción guasca de cerca de 200 páginas, capaz, en algunos casos, de atosigar al lector con tanto melodrama (¿?) suelto sin compasión capítulo tras capítulo. Un tema en el cual se vuelve experto Franco Ramos, abordándolo en su primer libro, “Maldito Amor” (Universidad Central, 1996) y en su primera novela, la ya nombrada “Mala Noche”, siendo cada volumen diferente, pero con el común denominador de que trata al amor como un ente maligno, que “aniquila, acobarda, disminuye, arrastra y embrutece”, una idea con la que, por la tradición, se vive, se siente y se piensa, y dado el caso de que fuera diferente, es decir, el amor como una fuerza, una virtud, una golosina espiritual, la obra de Franco Ramos se borraría en un 90%, así como la gran mayoría de canciones populares pasarían por el filtro mágico del “borrar”.

3) LA OBRA

Alguna vez dije que Franco Ramos era ante todo un novelista, y que su libro de cuentos eran simples –a veces bien logrados- ejercicios de calentamiento para la prueba de resistencia aeróbica a la que el destino lo sometería. Su obra, imperfecta y bella, “Mala Noche”, ofrece un despliegue pirotécnico inolvidable de fragmentos poéticos que unen y crean en torno a los personajes y a la ciudad de ese entonces.

Pero aquí, en “Tijeras”, la poesía se disuelve, tornándose una, técnicamente, obra completa y respetable, incidiendo en el íntimo crecimiento que, como narrador solitario de largo aliento, ha adquirido el antioqueño.

Y aunque la novela ha sido reconocida a nivel nacional e internacional, no me parece un paradigma de la literatura contemporánea en Colombia, sencillamente, porque no carga con ese mágico componente que hace que algo sea trascendental, sino que se escuda en la dura realidad que nos visita y nos golpea, para lograr su objetivo, comunicar y dar a conocer desde una óptica creativa.

Por eso, si con “Mala Noche”, Franco se apresuraba a ocupar el trono patriarcal de esta literatura contemporánea que nos representa, con “Rosario Tijeras” ocupa el asiento fabricado por los medios de comunicación y hasta el momento, nadie o casi nadie (“Satanás”, de Mario Mendoza), lo pueden bajar de ahí.



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