jueves, 25 de enero de 2007

SEPTUAGENARIAN STEW

HOLLYWOOD
Charles Bukowski

Editorial Anagrama. Barcelona. Noviembre de 1995. 319 pp.


“Dos cosas más. No apostar nunca al caballo cuya valoración más
alta de velocidad corresponda a su última carrera y no apostar
nunca a un caballo que tenga una buena recta final.”

“Hollywood”, la cuarta novela que Charles Bukowski entregó al mundo, recrea las vicisitudes detrás del mundillo del cine, cuando el autor, ya sexagenario, famoso y cuyo culto le servía para vivir de la mejor manera jamás imaginada, emprende la hechura del guión de la película dirigida por Barbet Schroeder, “Barfly”, que trataba de la época más dura, extraña y al borde del abismo que había que tenido vivir el protagonista, el cada vez más eterno Henry Chinaski.

El Proyecto, las dificultades para afrontar el guión, la fluidez frente a la máquina de escribir, los actores, los líos indiscretos con los productores (amenaza de automutilación en el medio), recortes de presupuesto, problemas jurídicos, entrevistas con revistas especializadas en el séptimo arte, fiestas, encuentros con notables escritores, diálogos con extraños directores, el licor, la noche, los gatos, la esencia, la necesidad de estar en forma para afrontarlo todo y no fallecer en el intento.

Así es “Hollywood”.

Narrada con el ritmo trepidante que es marca registrada de Bukowski, la importancia del libro no radica en las intromisiones que hace al jodido mundo fílmico, trátese de las exigencias por parte de los actores, o el culto al ego que se ejerce por igual en todos los estamentos.

De hecho, ni siquiera la locura ordinaria de algunas décadas atrás se registra en estas páginas, porque Bukowski esta mucho más allá del bien y del mal, protegido por un ángel que no le permite otra bebida que el vino y la cerveza y que le cuida la ingesta de grasas y azúcares.

Esta es la clase favorita de otro Bukowski.

La del escritor, que se sabe su papel con el respeto que se merece dicho oficio; exactamente en el punto medio en que el respeto y el temor, se cruzan con el riesgo y la acción.

Ya lo demostraría en “El capitán salió a comer y los marineros se tomaron el barco”, la obra póstuma que retoma los diarios de los últimos días, donde sin un asomo de egolatría, y con la sencillez que siempre lo caracterizó, da un completo seminario para quien quiera atreverse a seguir los agrestes caminos de la escritura.

El Bukowski de “Hollywood”, es ese viejo indecente que debe brindar a sus seguidores algunas pautas sagradas, como si fuera parte del pago que los 27 dioses menores le exigirían por protegerlo de su propia vida cuando deambulaba por las calles en espera de que abrieran el bar, golpeado, desempleado, con el pito rojo de pasar una noche con otra ninfómana, y con un torrente de palabras que se le venían sobre servilletas y papeles recogidos del suelo.

Algo había quedado atrás.

Bukowski era el único sobreviviente, y la nostalgia se le hacia a su lado, mientras el equipo de filmación hacía su trabajo y él mismo se miraba, treinta años atrás.

¿En dónde estarían sus compañeros de vivienda?

Muertos.

Aunque la única persona que él tenía en buen recuerdo era aquella mujer que estaba siendo interpretada por Faye Dunaway, y él, el escritor, en silencio y a la sombra, reviviendo ese momento en que la conoció, o cuando robaron el maíz y lograron escapar de la policía, o cuando la halló semiinconsciente en el hospital de caridad dónde moriría un par de días después.

“Escribir nunca me ha costado trabajo. Que yo recuerde, siempre ha sido así: buscar una emisora de música clásica en la radio, encender un cigarrillo o un puro, abrir la botella. La máquina de escribir hacia el resto (..) Siempre estaba la máquina de escribir para calmarme, para hablarme, para entretenerme, para salvarme el culo. Esencialmente era por eso por lo que escribía: para salvarme el culo, para salvarme del manicomio, de las calles, de mí mismo.”

Motivos suficientes para salvar también al lector. No para darle las respuestas de por qué estamos vivos sobre este territorio maligno y desértico emocionalmente, sino para darle el soplo necesario para entender el no significado de este elemento llamado vida.

“Estar en forma era la clave. Tener talento y un par de cojones eran cosas imprescindibles, pero si no se estaba en forma quedaban anulados.

Me gustaban los combates. De alguna forma me recordaba a la escritura. Se necesitaban las mismas cosas: talento, cojones y estar en forma. Sólo que la forma era mental, espiritual. Nunca se era un escritor. Uno tenía que convertirse en escritor cada vez que se sentaba a la máquina. No era tan difícil una vez sentado frente a la máquina de escribir. A veces lo que era difícil era encontrar aquella silla y sentarse en ella.”

La sabiduría sexagenaria.

El cielo azul de la experiencia.

Las palabras benditas de un guía de poder.

Bukowski salvado de las aguas del dolor.

Una risa, a veces.

La compañía precisa, siempre.

El sí mismo, y los bordes de una locura salvadora.

La diferencia.

Y tras todo eso, entonces sí, La Vida.

Esa clase de fenómeno natural que muchos de nosotros no acabamos nunca de entender, y espero, jamás entrar al ojo de su huracán.

Una clave. Y un adiós.

Y hasta la vista.



1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

publicado originalmente el "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"

20-01-07