Quiero decir que él no tiene la culpa.
24 años es muy poca edad para darse cuenta de que se cometen errores garrafales; perdonables cuando no se es más que alguien del montón.
Filósofo y profesor, escritor y cronista, son cargas bastante abrumadoras para alguien que es impulsado por amigos y editores, familiares y amantes a demostrar lo que cree saber, lo que piensa que realiza con precisión.
Quiero creer que la equivocación fue por el destino, por la vida, por las circunstancias sociales que rodean en esta brumosa contemporaneidad.
Nacido en 1981, es obvio que respira bajo otra atmósfera, más ágil, más elevada, mucho más potente.
El peligro radica en caminar por una cuerda límite que divide a las anteriores generaciones con las próximas.
El error es creerles a las primeras, a las antiguas, a las (¿ya?) caducas.
El mensaje, como si de una avalancha se tratara, lo hace confundir.
Algunas herramientas están ahí: los videojuegos, la malgastada sociedad, el canibalismo emocional, el lado asqueroso de la jauría humana, el sincrético individualismo...
Pero...se deja convencer de que sólo hay un camino para ordenarlo todo, y es el resultado que muestra, ofendiendo al lector, atacándolo.
El atrevimiento que pretende mostrar con el juego de formas, de tipos de letras y de acciones, no pasa de un intento superficial cuya profundidad se mide en los pocos centímetros que logra llenar, quizás como excusa para exhibir el cartón que lo erige como universitario, y que por lo tanto, ha leído: Schopenhauer, Joyce, Guillén; sin que eso baste.
Para eso, haga una lista de sus títulos preferidos y los cuelga en alguna página barata de la red, o como aquel artista plástico, los lleva a exposiciones y a partir de ahí crea un mapa conceptual que llame la atención.
De hecho, lo único valiosos del libro es el epígrafe de Guillén, tomado de un poema llamado, ¡oh, novedad!, "La Rueda Dentada", que dice: "Pués te diré que estoy apasionado/por un asunto vasto y fuerte/que antes de mí nadie ha tocado:/mi muerte."
Lo más curioso es que el libro está dedicado a Antonio García, quién convenció al autor de publicar eso que escribió, descubriéndolo como "escritor".
Pero el hecho de publicar, ¿lo convierte ipso facto en prosista?
O ¿se es escritor cuando el tomo sale a escena?
¿En qué momento, refiriéndome a este caso particular, se podría decir que vale la pena catalogarlo como ave de alto vuelo cuando a duras penas logra ser un embrión?
No con este título, por supuesto, y mucho menos cuando quien recomienda a publicar, necesita de ayudantes externos para que lo induzcan a llevar a cabo algún proyecto literario.
¿En dónde queda la ética en este caso?
El autor, lo repito, se ha dejado engatusar en una lucha gigante de épocas y ha perdido una oportunidad.
Una oportunidad que ha sido reemplazada por el beneficio de alguna prestigiosas revistas, que lo envían a pescar al océano o a convenciones funerarias locales.
¡Pero no importa! ¡Qué eso le sirva de experiencia!
¡Qué otro niño javeriano y/o uniandino haga de las suyas en este caduco mundo literario colombiano!
¡Qué entre todos ellos: editores, escritores, encomendadores, críticos, cómicos y demás especímenes, se bendigan y eleven al máximo la bandera de las palabras para mostrar!
Ya lo dijo el cada vez más rufián Medina Reyes: "Es la literatura que nos merecemos."
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