lunes, 29 de enero de 2007

ATAQUE EN CONTRA

CUENTOS PUNZANTES
Lina María Pérez Gaviria

Panamericana Editorial. Bogotá. Julio de 2006. 115pp.

“Lo que caracteriza a la mayoría de mis cuentos es el
reflejo de un mundo en descomposición”

I.

El segundo título que recoge los cuentos de Lina María Pérez, “intenta despertar el asombro de quienes leen buscando deleite del diálogo entre imaginación y palabra”, claro, inyectadas con esa tinta oscura y pesada que, con el correr de la vista, salpica de humor negro al lector.

Sí “Cuentos sin antifaz” (Arango Editores, 2002) presentaba a una autora variadamente galardonada, premiada y reconocida, que reunía una primera tanda de su propia cosecha, “Cuentos Punzantes” tiene el pecado de parecer, a simple vista, una continuación que luce más débil, y no lo digo por el simple motivo de ser menos premiado que su predecesor.

La maravillosa fuerza contenida en algunos –la mayoría- de los cuentos “sin antifaz”, eran capaces de confundir a un lector novato con pequeñas novelas enteras, que la (vieja y violenta) manera de Hemingway, estallaban con la frase final en presencia, obviamente, del acucioso lector.

Los “cuentos punzantes”, que se presentan ahora, en cambio, son fuertes, pero sólo llegan a la estancia galáctica de lo que son: cuentos. Ni un paso más. La espera de que el dispositivo que sostiene la carga explosiva ceda, no se lleva a cabo. La revolución, entonces, es atajada por cada uno de los puntos finales que conforman el módulo.

Y sin embargo, la muestra de Pérez Gaviria permite que el puño en alto, en señal de rebelión, sea la compañía a una sonrisa esbozada por ser testigo de una autora que aún no cae dentro de la cómoda trampa de la novela.

Otra voz: la fuerza, en esta ocasión, está contenida en la increíble tensión que la escritora bogotana ha hecho para alimentar su propia bibliografía.

II.

Faulkner decía del cuento que se acerca a la poesía, porque cada palabra debe ser exacta.

Pérez Gaviria lo entiende así.

Dueña de un estilo que media entre lo clásico decimonónico y lo irónico posmoderno, se introduce de cuerpo entero en una atosigante realidad para construir un microcosmos que nunca sobrepasa las 20 páginas.

Y eso es admirable.

Es construir algo tremorosamente sagrado en medio de un paisaje neutralizado por lo profano. Todo, a partir de palabras; cazadas con la férrea fiereza de quien se sabe dueña de un destino, de una misión, de una vocación: la de contar historias, como antaño, cuando no había televisión porque no existía luz eléctrica, y se podía charlar iluminados por la compañía de una cálida vela.

Y al igual que en esas lejanas épocas, los temas levitan dentro de los mismos rótulos: soledad, muerte, absurdo, desesperanza, amor, rutina, esperanza, rebeldía.

“Escribo cuentos porque establezco con mis historias un pacto con la cuota de perversidad que todos llevamos dentro y que acecha mi imaginación para modular tragedias aletargadas, comedias vibrantes, gritos o carcajadas sin nombre, sofocos tumbales o el absurdo como espacio de emociones”, dijo en una ocasión la autora.

Pérez Gaviria se regodea sosteniendo los hilos de sus personajes en situaciones límites que llegan a lo extraordinario, aprovechando, a su vez, el espacio creado para elevar una voz de protesta –presentual- contra aquello que –políticamente- no está de acuerdo: los políticos, el agrio comercio literario, los militares, los altas jerarcas del poder, los televidentes, el olvido al que son sometidas las personas después de cierta edad, mientras extiende sus redes alrededor de amores imposibles, amores lentos, amores suspendidos o atravesados en algún punto medio entre la garganta y el estómago.

III.

Andrea Cote decía que los personajes de Lina María podrían aparecerse al lector debido al realismo que los rodeaba.

A veces parece que son ellos los que crean las historias que el destino los induce a actuar.

Y Pérez Gaviria, como una escritora verdadera esta, mientras tanto, en un rincón oscuro, observándolo todo.

Quizás por eso la autora termina asesinando o enloqueciendo a sus protagonistas, para que no regresen con el impulso de un cuento para entrar en otro –Urbano Escamilla en “Ni quedan huellas en el agua” y en “Vestido nuevo”-, y dejen en paz, sobre todo, al lector.

Lina María es una escritora astuta que sabe detenerse cuando las circunstancias así lo exigen, y cree en lo que hace. Ni una página de más. Ni un ambiente que le obligue a recorrer un tramo más largo del que está condicionada para hacerlo.

Y así, “la mirada irónica y perpleja” queda en una vibrante latencia frente al recorrido realizado por el lector.

IV.

Lo negro es hermoso, parece confirmar con este volumen.

El género oscuro de su primer título ha sido reemplazado por una dosis de humor que corre a la par con estos tiempos delirantes que atravesamos.

El agua, aunque poco profunda, lo parece, puesto que un bombardeo continúo de estupidez mediática empequeñece nuestros espíritus.

Y flotamos sobre la leve vertiginosidad de una corriente inmóvil, mientras hacemos historia a pedacitos.

He ahí la importancia del cuento en el día de hoy.

Afán, codicia, profecías, maldiciones.

20 páginas son suficientes para detener, por un instante (el de su lectura), la tan anunciada destrucción (¿emocional? ¿mental? ¿espiritual?) del mundo.

La lectura, también, nos crea a su imagen y semejanza.



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