sábado, 3 de febrero de 2007

LA ACÚSTICA DEL VACÍO, EL ARDOR DE LA MISERIA

EL RESTO ES SILENCIO

Carlos Perozzo

Planeta. Bogotá. Abril de 1993. 470 pp.

“La vida como una tarea humillante plagada de angustiosas vivencias

y temibles profecías. Una especie de ruina en estado avanzado por

la mortal rutina del rebaño humano. Una bestia formada por

millones de cráneos girando multicéfalos alrededor de un

vacío hostil.”

I.

La literatura también es memoria, es lo que pretende exponer el autor, Carlos Perozzo, con esta monumental obra de casi 500 páginas, llevándonos, junto a la lectura, por una época difícil, bizarra y surrealista que después de cinco, seis o diez décadas aún no ha permitido que la violencia se sacié con cada uno de los seres que mata una y otra vez, como si de un ciclo macabro e infinito se tratara.

Lo más interesante del libro, es que la manera en que el autor hace el recorrido de la Historia de la Violencia en Colombia, sirve para unir algunas de las generaciones que se han visto envueltas en ella, gracias a la vida del personaje principal: Jorge Eliécer Altuve, quien es condenado a treinta años de prisión por un crimen que media entre lo pasional y lo político, para salir en los años ochenta-noventa a las calles, y darse cuenta de que la cárcel era un sitio mucho más seguro para alguien de su especie.

En medio de un estado irónico, mordaz, auténtico y burlesco, Altuve empieza por preguntarse sí es cierto que la Época de la Violencia es un cuento que se dice haber vivido por allá en los años cincuenta, mientras que él, testigo auténtico que se niega a olvidar, se pregunta, a medida que va llegando a fondos increíbles, si no es la misma clase de violencia que se está viviendo en ese presente inmóvil.

Sí Abad Faciolince quería despertar sus memorias más profundas con “El Olvido Que Seremos”, Altuve quiere borrarlas de su mente porque ya no puede soportar darse cuenta que el peso que carga por recordar es superior a sus fuerzas mentales, emocionales, físicas.

Y aunque lo intenta, incluyendo el suicidio, no lo logra, porque el destino que le espera al protagonista, mediando el autor mismo dentro del relato para hallar una salida, es aquel que debe cumplir, como si de un mandato divino se tratara.

II.

“El Resto Es Silencio” evoca un lugar común dentro de la literatura colombiana: la violencia, pero a diferencia de la apología de los actores del conflicto o de las misiones salvaguardadoras del bien, Perozzo hace un detallado seguimiento de los últimos años en una clave que se antoja no menos que exacta y por lo tanto vital para conformar una suerte de mapa conceptual de unas generaciones que se vieron abocadas a trasegar por una rutina silente en el que la causa mayor, el olvido, se cumplía con la ayuda de las armas empuñadas por un enemigo mental corrompido por fuerzas extraordinarias que en el mayor número de los casos provenía del mismo gobierno.

Y Perozzo logra una obra de indeclinable factura, no sólo por el contexto que cuenta (capítulos 8, 9 y 10 de la primera parte; capítulo 10 de la segunda), sino por la manera en que lo narra, atravesando la décadas, y haciendo una verdadera radiografía de lo que implica ser un ciudadano en esta zona del mundo en la última década del convulsivo siglo XX, desde ese lugar profano llamado los extramuros sociales de un país que cree ser un adalid en la obtención de oportunidades y en el trato a sus habitantes.

III.

“-¿Qué sentido tiene esto?

-Ninguno. En el caso de que tuviera algo, tendría más bien una justificación.”

Le dice el autor a su personaje en uno de los diálogos que sostienen en los dos o tres encuentros que se suceden dentro del libro.

Las explicaciones que Perozzo como autor, y no como narrador da, ayudan a entender el oscuro infiernillo que es el acto creativo. La dualidad a la que se ve comprometido un autor entre el mundo real (el garaje de su casa, su esposa, el almuerzo) y aquel universo paralelo y mental que ha ido alimentado a lo largo del tiempo transcurrido.

Algo, endemoniadamente cercano a la locura.

Pero definitivamente certero para el significado, si es que tiene alguno, de lo que representa la (agria, pálida, vetusta, sumisa y blanda) Lit. Col.

Quizás, como todo lo valioso, sea una obra a tener en cuenta por muy pocos entes lectores interesados en este país de miedo.

Pero para mí, de modo muy personal, ha constituido un punto y aparte en la búsqueda de un digno representante de este capítulo de la expresión artística.

Y tan fuerte, que ha enviado a las generaciones de mega estrellas de las letras a un rincón húmedo, aunque no solos (las editoriales), como una suerte de castigo impulsado por la burla de verse abocados a un destino cuyo compromiso es con el presente y no con la Historia, es con alguien más y no con ellos mismos, es con la obtención de gratificación y no con la duda entera de verse haciendo una historia personal que más bien valdría la pena repasar cuando su propia factura haya madurado.

He ahí la importancia de esta obra, de este autor, de este silencio que llevamos dentro, enmarcado genéticamente gracias a un olvido que muy pronto seremos, pero también al placer de obtener una respuesta introduciéndonos en los vastos mares oscuros de nosotros mismos, sin el acompañamiento de la luces mediáticas cuya satisfacción sólo puede ser vista en una sección de farándula de un noticiero, cualquiera, de la T.V. que nos representa.

IV.

Lo repito: un punto y aparte.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

publicado originalmente el "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"