sábado, 3 de marzo de 2007

“FRASES INARTICULADAS, EXTRAÑAS COMO LA DESESPERACIÓN…”

INCLÍNATE ANTE LA MADERA Y LA PIEDRA
CARLOS PATIÑO MILLÁN
Programa Editorial Universidad del Valle. Cali. Enero de 2006. 144 pp.

Alguna vez, en algún medio escrito de comunicación, el crítico español David S. Mordoh no hallaba otro camino que confesar su desazón infinita al encontrarse frente a una canción como “Sweetness Follows”, del álbum “Automatic For The People” (Warner, 1992), de R.E.M.-a todas luces el mejor de toda su carrera-, que empezaba cuestionando al oyente sí estaba preparado para enterrar a sus padres.

Aunque debo decir que la anécdota a la que me voy a referir no me causó tal impresión, sí estoy en la obligación de mostrar a mis lectores una faceta blanda de mi personalidad, cuando de obras ligadas a la furiosa contemporaneidad -que tanto combatimos-, y de bajo presupuesto, se tratan.

“Ya nada es lo que fue”, dice 1280 Almas, en la versión de “Sweet Jane”, original de The Velvet Underground, ni siquiera los dictámenes que un presentual Lou Reed pueda brindar a un mundo acallado por las sombras infames de lo que se quiera.

Lo dulce, para Carlos Patiño Millán, es sólo un reflejo condicionado a una nostalgia que más que enfermiza, es venenosa, y así, no hay lugar válido para afrontar la cascada de desazón que puede producir vivir en un medio como este.

“¿Éstas listo para enterrar a tu padre y a tu madre?”, empieza diciendo Michael Stipe, para seguir: “¿Qué pensarás cuando pierdas a otro?”.

Patiño Millán, en “A orillas de un río de orines, me senté y lloré”, da una lista de instrucciones necrológicas, donde cada uno de los lectores u oyentes, tendrán la difícil misión, ipso facto, de decidir su propio futuro. Allí, en ese párrafo, desde Louis Cypher hasta Dios lucen esperpéntica y lacónicamente muertos, convocando, también, a Karol Wojtyla, Arthur Rimbaud, y a los grandes héroes como The Rolling Stones, U2 y Charly García.

Algo sucedió.

Un paréntesis se abrió cuando la humanidad se acercó a la utopía, y todo se vino a pique.

El fracaso.

Un rimbombante estado aparentemente bello o brillante, que ocultó, momentáneamente, la opacidad del cadáver de quién se atrevió a ser diferente.

Y luego, el mundo siguió girando, con nuevas generaciones pretendiendo (alg)un trono, decididas a lo que fuera, con tal de obtener su lugar en la historia.

Carlos Patiño Millán, es un escritor caleño, más conocido por su labor académica y más celebrado por su faceta poética, que ha entregado valiosos títulos a las letras colombianas como “Canciones De Los Días Líquidos” y “Estaba En Llamas Cuando Me Acosté”, no ha dejado –nunca- el espectro narrativo a un lado, alimentándolo con títulos como “El Día En Que Le Volé Un Dedo A David Gilmour”, y “Tocando Las Puertas Del Cielo”, todas estas obras marcadas con una formalidad diferente, con una esencia básica y mínima, que roza el delirio de quien se sabe atrapado por los convencionalismos de una época oscura, difícil y apócrifa, de la que es mejor salir dignamente con una obra bajo el brazo, algunos títulos en su haber, y con la mayor cantidad de conocimiento en torno al verdadero arte que nos identificará en el más inmediato lejano futuro: la música.

Tras un sospechoso silencio de 4 años, el (¿) prolífico (?) Patiño Millán, entrega un nuevo título, esta vez, de cuentos que giran en torno a su ciudad natal, atendiendo un llamado extraño y personal: llenar de personajes de carne y hueso el paisaje desolado que lleva por nombre Cali.

Así que de las biografías sucias y corruptas, no autorizadas y maledicientes, el puente de palabras conduce a vidas agitadas, desfloradas, melancólicas y corruptas, envueltas en un halo de atosigamiento bárbaro, que consume el espíritu de los débiles, de los fuertes, de los de arriba y de los de abajo.

Cali existe, y no hay ningún otro motivo para negarlo.

Caicedo Estela ya lo había dicho en los años setenta, antes de que el destino le pasara la cuenta de cobro.

Patiño Millán recoge algunos de los restos dejados por esa “discutible leyenda de provincia”, con un estilo necroposmodernista retroneopostestructuralista, que hace las delicias de quienes se atreven a planear por sobre esas visionantes llanuras de palabras, espacios, vacíos, frases, recuerdos, sonidos, destrozos, pieles, abandonos, sumisiones y confusiones.

Y con un ingrediente adicional y especial: el autor no se lo toma en serio.

Dueño de una prosa viva, fina y sarcástica, Patiño Millán recorre algunos pocos buenos e íntimos espacios que bien pueden reflejar el acondicionamiento que implica transcurrir en el comienzo del siglo XXI, arrastrando, pesadamente, esa carga eterna que es el haber probado el XX.

La Furia es la primavera que eleva a la categoría de arte toda acción emprendida, porque todo el resto de razones para resistir, han fallado.

¿Qué queda de todo esto?

Una pluma, una hoja en blanco, un mapa –falso- para hacer creer que sí hay un camino, las serias pretensiones de burlarse de los lectores con un tal acercamiento a la cultura de la literatura, recuerdos y obsesiones que recorren la vida de este autor: la madre, el padre, la casa, la infancia, la primera década de adultez social, el parque del perro; cubierta o acompañada de la soledad, el desgarro, la sordidez, los excesos que no conducen a ningún lugar, el caos y la fragilidad de la existencia de sombras.

Pero Real en todo caso.

Aunque sea pretendido prohibir recordar.

Duele el pasado, duele….

Sospecho, o mejor, quiero creer que, 16 años después, Stipe esta preparado para enterrar a sus padres, como muchos de sus contemporáneos.

“Ya era hora”, se oye en uno de los relatos de este libro.

Cheever decía que había que escribir de todo, sin ocultar nada.

Patiño le sigue el consejo al pie de la letra, y lo advierte, a manera de prefacio.

Patiño es contemporáneo de Stipe, y no sólo estuvo preparado para enterrar a sus padres, sino que los mató.

Lo que quedan son los temibles recuerdos.

“Una o dos guitarras, bajo y batería es todo lo que cuenta”.

Hacer pactos con el diablo y agradecer a Dios por los beneficios obtenidos.

Descubrir públicamente a la novia número sesenta y seis de la década.

Atentar sólo contra las estrellas del rock.

No mirar para atrás, nunca, con riesgo de convertirse en una estatua de sal como los ex compañeros de colegio.

Los relatos leídos acá son “Literatura”.

Se han ido apagando, una a una, las velas, mientras la maldición se expande.

Pocas voces pretenden acallarla.

Muchos suponen que es imposible y vano intentarlo.

revolución ahora se escribe en minúscula.

“Afuera empieza a llover sangre”, y muchos (de mis) muertos están floreciendo dentro de mi cabeza.

Hace sol.

Crecen, poco a poco, las voces reales en este amanecer capitalino.

Y aún así, la fluidez perpetua de las voces falsas, continúa, como un murmullo de río que hace maravillas en mi cerebro.

Intento despedirme.

Lo hago.

El libro aún me grita que no lo deje.

Le prometo que no lo haré.

Es un buen elemento para la función que nos ocupa en la actualidad.

Me inclino ante John Cheever, ante los recuerdos que vivo, ante Patiño Millán y Charles Bukowski, ante los aullidos de una banda punk, ante la calle, la miseria, la victoria y algún Dios. Ante el silencio, la correspondencia, un beso y la palabra.

El Altar De Sacrificio, actualmente, no esta vacío.

Todos nosotros lo llenamos.

Vivos.

Esperando a alguien que este listo para enterrarnos.

Vivos.

Mientras él, ella, eso, ríe silenciosamente…….


1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

publicado originalmente el "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"