sábado, 24 de febrero de 2007

EL CORAZÓN EN LAS TINIEBLAS

El Precio Del Placer

Fernando Calero de la Pava

(Independiente & Personal). Cali. Diciembre de 2005. 175pp

No hay razones especiales para enfrentarse a Fernando Calero de la Pava.

A su literatura, quiero decir.

Una obra acumulada dentro del tiempo de su propia vida, esperando pacientemente el momento indicado para salir y ser leída.

Y aún así, los resultados son tan precisos, que sorprenden.

Porque en estas épocas en que el plano morboso está siempre en primera línea, la obra del escritor caleño aparece, perfecta, oculta detrás de las sombras falsas y fáciles que se nos impone por algún oscuro personaje conocido como escritor.

Tras unos cuantos artículos escritos desde diferentes puntos de vista sobre Calero de la Pava, no deja de aterrar la manera en que ha llevado a cabo su vida.

Eriza la piel.

Y, secretamente, sirve de ejemplo para avizorar los límites a los que un cuerpo humano, incluyendo un muy buen espíritu, pueden alcanzar.

Algo así como lo es el ejemplo espectral de un fantasma que vive después de que alguna parte de él se murió: Keith Richards.

Sólo que la figura oscura y vertical de Calero, exuda vida por cada uno de sus precavidos poros.

Ambientada en diversas ciudades alrededor de cuatro continentes, los micro-relatos que presenta el autor en “El Precio Del Placer”, son atados por un hilo invisible que los acoge como si fueran una sola historia, a pesar de pretender ser divididos en tres capítulos perfectamente diferenciados: Los viajes; El erotismo; Las drogas.

Las tres, fundidas en un solo ambiente, apuntando a un único origen.

Un viaje puede ser hacia esa otra región geográfica, pero puede ser el resultado de la terrible ingesta de LSD.

Un resultado erótico puede ser algún trío sexual en el apartamento de una pareja que parece haberlo explorado todo, o la angustiosa espera por parte de una hija para que sea penetrada ardientemente por su padre, como sí sucedía con su hermana en plena pubertad.

Sobre las drogas hay dos mundos opuestos que jamás se podrán separar: una aguja caliente entrando con una sustancia lumínica y transparente por las venas hambrientas de algún junkie, o la persecución a muerte por un mal trato entre pandillas dedicadas a la venta de estupefacientes en algún rincón de la implacable Alemania.

Los tres, sin embargo, recorridos por el placer total.

Por una especie de religión hedónica que no permite que alguien logre salir impune de ella.

Ya sea tras consumir alguna sustancia dura o blanda; tras acercarse a la tibieza de una piel después de una temporada larga y angustiosa en la cárcel; o en medio de un atardecer secreto captado desde algún barco que atraviesa el Mediterráneo.

Lo políticamente correcto sobra en este espacio.

Lo es, porque a lo que Calero de la Pava se refiere, es a una clase de personas que no buscan lo que todos buscan, que no contemplan la integración a la sociedad, para nada.

Ellos son su misma sociedad, lo que hace afanar a aquellos que creen en las debidas instituciones, que marcan territorios con su orín de poder, que devengan un salario baboseado por los escombros que arrojan los gobernantes de turno.

El azar o el albur es El Rey.

Y nadie escapa a tan delirante poder.

Cada uno se nos muestra como dueño de sí mismo, a pesar de estar atrapado hasta la médula en una adicción sin reversa, sin salida.

Calero de la Pava presenta un mundo tan diferente, que lo convierte en casi único.

Por lo menos, aquí en Colombia.

Visto desde ese ángulo, no sólo es un sobreviviente, es alguna clase de salvador.

Porque el respiro que le da a nuestra literatura es Total.

Alejado, como no, de las manipulaciones genéticas de las editoriales.

Es decir, se puede leer a Calero como un escritor que tiene la necesidad vital de contar algo, porque su cuerpo se lo exige, porque su espíritu se lo pide, como manera de pagar los costos de ser el jefe de la banda de los verticales que cruzaron la frontera sin perder algo más que la vida.

Y porque no se me antoja algún nombre medianamente cercano para compararlo y decir: “Fernando, he aquí a tu hijo”, y no puedo, en este punto, evitar aventurarme en planos irreales capaces de dañar los presentes de algunos representantes literálicos colombianos, y exaltar los ciertos resultados que arrojaría una muestra debida al azar, al albur.

¿Cuántos alcohólicos?

¿Cuántos drogadictos?

¿Cuántos prostituidos en las calles después de pasar por las manos de la prestante sociedad?

Y luego, de ese cúmulo:

¿Cuántos regresaron vivos para contarlo?

¿Cuántos supieron aferrarse a algo realmente interno para protegerse de ellos mismos?

¿Cuántos contaron con la fortuna de su lado para no traicionar su propio camino?

Para finalmente preguntarse:

¿Habrá alguno que en 25 años se salvará de la mano insidiosa de la (fuckin’) crítica y sea digno de ser recomendado y/o mencionado?

Porque no son las curiosidades personales (Luis Carlos Galán), o las confesiones personales (La Baronesa); el precio del placer (La Violación), o algún capítulo delicado o prohibido (La Iniciación O La Hijastra); o presenciar como la madre se muere por consumir heroína confundiéndola con leche materna en polvo para su futuro hijo (La estación), o el vértigo de sentir que La Muerte toma a quien esta al lado (Ecuador).

Lo real y magníficamente importante de este libro, o de cualquiera de Fernando Calero de la Pava, es que no busca lo que (casi) tod@s l@s demás buscan, que la integración a la sociedad no se considera.

Un verdadero monumento a la seriedad creativa, al camino arduo, seco, agreste y solitario del escritor, a las bellas luces naturales que deben significar algún nuevo amanecer de sobrevivencia en un mundo al que no le sirve tener a otro creador entre sus huestes.

Como si todavía se necesitara eso; como si todavía se usara eso…

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

publicado originalmente el "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"