ESPUMA
CARROZA PARA ACTORES
Karla Suárez
Bogotá. Editorial Norma. 2002. 142 pp.
Bogotá. Editorial Norma. 2001. 167 pp.
¿Cuál es el motivo por el que Karla Suárez parte de su natal La Habana para Roma, Italia, en 1998? ¿La necesidad de seguir alimentando su curiosidad natural –alimento para sus historias- en otro escenario, en otra realidad? O simplemente, ¿cumplir con ese requisito obligatorio –para las generaciones de escritores- llamado autoexilio? Y así agregar más valor a su memoria en el tono siempre oscuro de la nostalgia, (en Roma tuvo, en su apartamento, un espacio denominado “La Casa Del Escritor Cubano”, un sitio de fugaz encuentro con los isleños que, por una u otra razón llegaban hasta la península, donde hablaban hasta el paroxismo de la distancia con el trópico que, o bien separaba o bien esperaba) aunque ella misma se encargue de negarlo.
Narradora total, despliega su arte entre el cuento y la novela, siendo los títulos que nos corresponden al día de hoy, su muestra del primer género aquí nombrado.
“Espumas”, publicado originalmente en 1999 por la reconocida “Letras Cubanas”, muestra a una chica que sin escapar de la cotidianidad habanera: viajes a pie, encuentros, relaciones, anhelos, sudor, agotamiento, seducción, lleva sus relatos a un escalón más alto, dentro del magicismo- “El salón de los espejos”, por ejemplo- recordándonos, cual Scheherazada, que una parte importante de la Literatura, es la emoción despertada por hurgar hasta el tuétano, con palabras y situaciones que han de mantener, en vilo, la atención, aunque en este caso, con una agraciada colaboración del lector, se recorre una gran parte del tramo asignado por la escritora cubana.
“Carroza para actores”, abre otro capítulo para Suárez, atractivamente capitulado, formando una Sinfonía, previamente advertida en los créditos del libro: Allegro ma non troppo, Adagio, Andante y Andante cantabile; donde se señalan a los actores, y donde se anexan, además, las coordenadas que deben sonar en cada uno de los cuentos desplegados, a saber: salsa cubana, Joni Mitchell, cantos gregorianos, Martirio, Tom Jobim, entre otros.
Pero más allá de la nostalgia que impera durante los dos tomos: Suárez, que actualmente residencia en París, tiene los suficientes contactos cubanos como para que toda la información que necesite, de primera mano, le sea enviada por una sútil correspondencia desde la isla, son el erotismo furioso y una lúdica –pero triste- muestra sobre el machismo que impera en Cuba, los puntos que esta joven narradora, amén de la ya consabida cotidianidad, los temas que trata con ahínco en su literatura, “(..) y entonces yo ya no podía parar y seguía ahí, tragándomelo despacio, absorbiéndolo hasta sentir que se venía en mi boca y yo era tan feliz, tan feliz de verlo feliz (..)”, dice en “Un poema para Alicia”.
“(..) yo lo menos que quisiera es tropezarme con un hombre, menos aquí donde todos son tan machistas y poco delicados, parece que el sol hace al macho, horror de latinos aferrados a sus genitales, (..)”, se le oye en “Elena & Elena”. “La Habana no tiene hora para irse a dormir, aunque quisiera, tal vez, quisiera, pero el transporte no la deja”, cuenta en “Martes 5.00 a.m.”.
Lo curioso, como sucede en muchos de los novísimos escritores cubanos, es que Fidel no aparece, y no lo hace, sencillamente, porque no existe, o es como si no existiera.
Parte de la historia que rodea a esta generación de nacidos desde la década de los 60, es precisamente, la pugna por esa tradición rebelde que, nietos ellos de una Revolución, los tiene atados a una tradición que ellos no escogieron; así que no tienen otra opción que abrir un nuevo camino y mostrar aquello que viven, que caminan, que sienten, sin que dejen de sentirse cubanos o isleños o caribeños.
El ron, el sexo, el calor, la atracción, se encuentran en cada uno de los relatos de Karla Suárez, pero no deja de ser, terriblemente político, la escena en la que describe como a sus zapatos se les va desprendiendo la suela, cuya original ya ha sido reemplazada por ese elemento que ahora tiene que arrastrar y no logra controlar.
Lo político, esta vez ya de forma hilarante, se nota en “Aniversario” –existe una versión en teatro de este monólogo-, donde una mujer cubana está con su novio, acreditado periodista, en un hotel de lujo y, por teléfono, le cuenta a su amiga los pormenores de un país que no conocen, y que, aparte de estarlo viviendo, lo puede ver por televisión, en canales especializados en viajes de placer alrededor del mundo.
Pero, creo, los cuentos –abiertos, temáticamente atractivos, seductores- carecen de unos gramos de fatalidad cautivante. Por un lado, el morbo hace que se llegue a la línea final, pero en otros casos, aunque las divisiones del relato resulten atractivas: “El viaje” se divide en aperitivo, entrante, primer plato, segundo plato, postre, sobremesa y la cuenta, mientras una esposa anoréxica trata de escapar de la indiferencia de su esposo, buscando un nuevo destino desde el aeropuerto local, y ve, descompuesta, como una pareja de obesos consume con delirio natural una cena romántica, llena de caricias y besos; ella debe terminar en el baño del restaurante como toda enferma, de esa naturaleza, que se respete, es la disciplina del lector la que exige que se ponga el punto final en la retina.
¿Excesivos? ¿Extensos? ¿Agobiantes? ¿Soporíferos?
Ese es el punto que no pude resistir dentro de la literatura de la cubana, cuya seducción, lo repito, me llegó desde el eje temático, no desde el contenido total.
Contrario a lo leído, fragmentariamente, en la novelas que completan su, hasta ahora, breve bibliografía: “Silencios” (1999) y “La viajera” (2005).
Por lo que el hechizo de asombro de la Scheherazada cubana, en esa historia original, seguramente no hubiera llegado hasta completar el número de noches que lograron pasar a la inmortalidad.
Pero estamos en otros tiempos. Y con permitirnos ver esa sutil intimidad caribeña, leve, pero caribeña, es suficiente para nosotros, aunque exigimos un poco más de todo. De todo para todos.
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