EL DESIERTO Y OTROS CUENTOS
Ricardo Abdahllah
Instituto Municipal de Cultura. Bucaramanga. Abril de 2005. 80 pp.
Empezaré con una frase que no es mía, pero que refleja, de manera muy muy muy cercana, mi propio pensamiento: “¿Tenemos algo interesante qué decir? Puede ser. Puede que no. Por un lado están los bloggers, escribiendo día a día sin pedirle permiso a nadie. Pero por otro, en el mainstream las soluciones no son demasiado creativas: a lo más algunos poetas jóvenes y avant garde editan libros sin registro, al que le agregan un cedé o le colocan una instalación al lado.” Lo dijo Álvaro Bisama, un chileno al que hay que incluir en esa lista de personajes a seguir de cerca, a leer, a tratar de tomar todo aquello que publica; pero no es de él que estamos hablando hoy, sino de un visitante asiduo de este espacio: Abdahllah, el ibaguereño, bumangués por adopción y errático habitante de los cuatro puntos callejonales del mundo.
¿Tiene Ricardo Abdahllah algo interesante qué decir? No. O sí. Depende del lado en que se vea. Sí soy un crítico de marras, lo podría destrozar desde la distancia de la ignorancia. Ni con una vara de aluminio me acercaría a un libro casi autoeditado del que no he oído nunca nada jamás. Pero no soy esa clase de personas. Más bien parezco un cazador de rarezas capaz de hundirse en los vericuetos más oscuros de nuestro underground, y extraer lo que más valor –por sus capacidades de asombro- tenga.
Hay algo brillante en Abdahllah y se puede ver en su porvenir, aunque no en su obra, por más de transición que sea, por más evolución que se le note en las líneas que pretende trazar con respecto a sus obras precedentes.
¿Pero qué es eso que causa tanta conmoción incluso entre ciertos lectores que lo siguen como si de un músico famoso se tratara?
La conciencia de pertenecer a un lugar y hacer, a sus lectores, creer que no están solos.
Abdahllah, aunque santifique la soledad, nunca está solo, está a un paso de estarlo o en proceso de abandonar el campo vacío de las relaciones humanas, pero nunca esta solo; y siempre va en pos de algo. El movimiento que se siente en sus obras es el mismo que, en un hipotético caso, podríamos ver en una pantalla, sí él carga permanentemente un GPS y cuelga las coordenadas diarias en la red. Hoy aquí, mañana tal vez, pronto regreso, ya vuelvo, etc…
La ventaja de Abdahllah frente a otros muchos escritores de la diáspora, las catacumbas, los extramuros o el desespero, es que ya es oído, y en parte se debe a que tiene una primeriza obra fielmente publicada, y tras leer esos tres títulos, se ve que las ideas van tomando forma y el escritor se va acercando a una especie de Cómala propio, pueblo fantasmal como fantasmal puede ser el hijo que aún no he tenido. Y eso es válido. Supremamente válido. Cada escritor debe crear su propio mundo de lo que tenga a mano, así sea las canciones de bandas enfermizas de black metal o de bandas que han debido pasar a mejor vida pero por actos vandálicos contra sí mismos por parte de sus ex vocalistas, aún viven en la conciencia colectiva de un pueblo aferrado a los cánones del rock, pero que no leen.
“El Desierto” es una obra de transición y como tal, debe provocar la esperanza líquida de que los cuentos que Abdahllah esta gestando en este momento serán mucho más formales para un gusto un tanto exigente. Es decir, lo puedo felicitar por este volumen, pero lo haría como aquella persona que es capaz de cumplir una meta, sin importar su traspatio.
Podría enviarlo al olvido, lejos de todo lo que pueda ser los tomos o textos favoritos, pero no lo haré, sencillamente, porque creo en él, y en su futuro.
Dividido en tres partes, la esperanza empieza a cundir cuando se leen cuentos como “Valentina y Los Beatles”, “Los ojos de Valeria”, “El último amor de Isidoro Bosnio”, y “El proyeccionista”, todos ellos colindando entre la muerte, el hermetismo de las situaciones y el suspenso, y todos ellos necesitados de un final perfectamente redondo para que no haya lugares a dudas, ni siquiera por parte de los fantasmas que pueblan cada página.
Caicediano y Chaparrudo hasta el paroxismo, el autor sabe que de seguir haciendo la plana, alcanzará pronto la perfección.
Pero en el centro del libro, en la segunda parte que es un cuento llamado “Cuento de invierno”, las cosas empiezan a complicarse para el ibaguereño, porque los viejos fantasmas empiezan a hacer su aparición como en el cuento de navidad de Dickens: es exactamente lo mismo que malogró a Caicedo Estela, que cuando pretendía volar con las alas que le había signado el destino, lo hacía para visitar a sus viejos tenebrosos amigos que vivían al frente de su casa. ¿Una nevada en Bucaramanga? Vale, suena interesante, y la historia empieza a desarrollarse de forma simple y liviana, pero agradable al fin y al cabo, hasta que empieza esa ringlera de desquiciados góticos fronterizos entre la vieja guardia, el grunge y el metal y acaban con toda la esperanzas.
Que es lo que sucede en la tercera parte, aunque lo más valioso es que la ciudad ya forma más parte de su obra. Bucaramanga, quiero decir, vista desde los ojos rojos de sus protagonistas que deambulan entre las dudas, los deseos, el vino rojo y los intentos de suicidarse para llegar al Valhalla y seguir bebiendo, caminando, hablando, tocando y viendo llover junto a Jimi, Kurt, Janis, Jim…
No importa que Bucaramanga tenga nieve, o que se transforme en Nirvana, la ciudad de la Noche de Quema. Agradezco al autor el paso por avenidas clásicas como la 15 o la 36, parques como el Centenario y que casi todos sus protagonistas vivan en el deprimido sector de El Centro. Pero también el ubicar dentro de la Lit. Contmp. Col. Al Páramo de Berlín o al Cañón del Chicamocha.
“Valeria miró por la ventana, las calles estaban inundadas y las luces de magnesio aún tenían la incandescencia púrpura que les queda cuando se apagan”. Aunque le había escuchado en una entrevista que sus intentos de poesía habían resultado un fiasco total, razón por la que jamás volvió a intentar su ejecución, los pasajes de este libro, empiezan a ser poblados de ella, en forma narrativa.
“Así que emigré. Inmigré. Tuve que viajar para darme cuenta que lo muerto no está en las ciudades sino en la manera de verlas.” La explicación de su movimiento, intra y externo.
Pero es con frases como “¿Cómo es la lluvia en el cielo? es decir, ¿hay nubes de lluvia o todo es azul siempre?” que me hace sembrar esa esperanza en el joven narrador colombiano.
Pero por el momento, acogiéndome a esa multitud cristiana que grita desde algunas páginas sacrílegas de los periódicos nacionales, le digo que, aunque no me gusta, si le tengo compasión, porque lo que hace falta por venir, seguramente será tan doloroso para él, como para nosotros, sus lectores.
2 comentarios:
Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
aunque el libro EL DESIERTO es dificil de conseguir y en internet solo se puede bajar la mitad, hay algunos ejemplares de Noche de Quema circulando en fotocopias. lo que tu dices es cierto, es gratificante enontrar menciones a nuestra ciudad en la literatura. hace poco en santiago de chile conoci a un chico y cuando le dije que yo era de bucarmanga me hablo de NOCHE DE QUEMA. No soy tan fan como otras personas, pero si Bucaramanga existe en la literatura es gracias al trabajo de Ricardo Abdahllah
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