sábado, 15 de diciembre de 2007

“TELL SO THAT NO ONE EVER WILL FORGET/WHAT IS IN HEART GOES FROM FATHER TO SON”

DRAGI SOL

583104: PIZZAS PIZZAS PIZZAS

Slavko Zupcic

Fundarte. Caracas. 1989; 1995. 53+77 pp.

Tanto Zlatica Didic, como Vinko Spolovtiva, despiertan una terrible necesidad en su hijo: asesinarlos. La historia, para ambos casos es similar: el croata, con ciertas tendencias a la libertad y a la exploración, sale de su natal Croacia justo cuando se larga la Segunda Guerra Mundial, y tras un peregrinaje de años que lo lleva hasta Trieste, allí toma un barco que lo deja en el puerto de La Guaira, en Venezuela. El extranjero pretende sentar cabeza, y cuando se relaciona con una dama y la deja en estado de embarazo, repentinamente, su antigua naturaleza de libertad y exploración, lo hace huir del país sudamericano. En el libro de 1989, son las cartas las que hacen redescubrir al fantasma del padre. En el segundo, es el mismo padre que se cita con su hijo en una plaza central en Valencia, Venezuela.

Ambos puntos de vista, álgidos, confusos, vistos desde esa rabia adolescente, son narrados con una frialdad bastante veloz por el escritor venezolano Slavko Zupcic, y dejando a un lado ciertos guiños literarios, me centro en la historia como tal, inclusive dejando a un lado algunos otros cuentos de corte fantástico o de cotidianidades que valdría la pena mencionar en otro artículo o, para ser incluidos en otra clase de lecturas temáticas, como por ejemplo el enamorarse de una muñeca inflable ante la vastedad de la soledad en los extramuros de la inmigración.

Ambos libros están separados por seis años de publicación, y ambos libros son muy diferentes entre sí, aunque siguen una línea que cuenta historias que muchas veces pueden desembocar en otra historia o en la nada. En el primero, en el de las cartas, el hijo no sabe nada de su padre, “¿Has muerto, padre? Te maldigo”, y en el segundo, la premisa es más sencilla: “Era mi padre y tendría que matarlo”. Bien, no voy a hacer comparaciones con cartas a padres ni con asuntos De Quinceyanos, eso lo dejaré para los más expertos, por lo que iré de frente y seré breve.

Las razones para confesar esas ideas o demostrar esos sentimientos, son entendibles. Y quizás, hasta válidos.

Para los interesados, no hay muertos de por medio en esta historia.

En el capítulo 1989, tras indagar en la historia que hay detrás de las cartas, el hijo, que descompletó la colección de los escritos en papel cebolla de Europa del Este por hacer aviones y crear dibujos estando más niño, empieza a ver que tras cada una de las cartas hay una mentira que no sólo cobija a los destinatarios de cada misiva, sino que empieza a involucrar a una familia entera que esta detrás de cada individuo que, supuestamente, recibía las cartas. El proceso de transcripción, traducción y lectura, hacen que el hijo entienda al padre, tras la mentira de las cartas, y se pregunte por qué escapó de todo(s) cuando el delito que había cometido no daba para tanto, es decir, de alguna manera lo perdona, y se siente impulsado, quizás más adelante, a escribir una novela con el paquete sobreviviente.

En el capítulo de 1995, hay una cita que más que (re)conocerse, parece la citación a un duelo, y de hecho lo es. Ambos, según las confusas versiones de los hechos, llevan armas al cinto, y aunque no se especifica que de un lado irán a disparar, se sabe que del otro sí, puesto que es el motivo principal o único del encuentro. La cita es a las doce y el hijo llega con dos horas de anticipación. Está tan absorbido por los nervios de conocer al padre y disparar al instante, que no se da cuenta en que momento transcurre el tiempo. Hay un chico sobre una tabla dando vueltas alrededor de la plaza e incluso alrededor de él, y el hijo se concentra en buscar a un hombre de 60 años con tales características en una plaza dónde cunden los hombres de esa misma edad, comportamiento y vestimenta. Enceguecido, el hijo confunde a una pareja de ancianos de aspecto eslavo justo cuando su padre se le arrima y pretende obsequiarle un abrazo. ¿Qué cómo lo conoce? Por fotos, y sospecho, por esa guía instintiva que hace reconocer quién es quién dentro de las cercanías del círculo genético. El hijo lo rechaza, sabe que debe disparar, pero el hijo se ha encariñado con el chico de la tabla, y descubre que es su hermanastro, por lo que no tiene más opción que darle un golpe en la pierna a su padre con la cacha de la pistola y tomar prestada la tabla para refrescar su mente, mientras gira por la plaza. El golpe y el contexto, es brutal.

En “Dragi sol”, única palabra que el hijo venezolano conoce del croata, y que traduce “Querido o algo así”, el libro termina con un cuento llamado Mary Monazin. Dentro del paquete de cartas hay fotos, y hay una en la que aparece una mujer que no tiene otro calificativo que el de hermosa. El hijo, por alguna razón, se entera de que ella, Mary Monazin esta en Valencia, Venezuela, y la busca. Pretende aclarar las diferentes teorías que le rondan la cabeza: ¿es la misma mujer que fue novia de su padre? ¿es la hija de ambos?

¿es la hija de esa señora y otro hombre? ¿es una sencilla coincidencia? El hijo, tras seguirla unas cuantas cuadras, no tiene más remedio que presentarse y, enamorado por la belleza de la chica, enterarse de que, efectivamente, es la hija de esa otra Mary Monazin pero con un oficial nazi que logró escapar a los Estados Unidos, pero que, curiosamente, su madre es la actual compañera de su padre.

Una parte del círculo se cierra, y una parte de las cartas, ciertas o falsas, sí tenían un destinatario que existía, y que aún vive, y que vive con su padre.

La chica debe regresar a Indiana, Estados Unidos, y él se queda prendido de ella, año tras año, pretendiendo, desde su cuarto, convertirla en su pareja para que, al tener una hija, le pongan el mismo nombre y continúen la tradición.

En “583104”, una obra de carácter más experimental, el final, interesante en la manera en que va dando espacio a voces y voces que parecen no necesitar llegar a ninguna parte, el narrador se casa con una prostituta, y aunque lo hace porque imita, en un espectáculo de cabaret, a Mayte Moreno, ex miss Venezuela, tiene una cicatriz en la sien izquierda, que es la misma que detenta su padre en el parque, en el momento del encuentro del mediodía.

¿Es la forma de conseguir alguna clase de entendimiento con respecto a esa maraña de sentimientos que se mezclan una y otra vez frente a una situación de tal abandono?

Algo así no puede acabar, aunque le haya pretendido poner punto final a esas historias. Pero, claro, estoy hablando de obras del siglo pasado que, por publicación, ya van a alcanzar los 20 años de vida, y el adolescente que las escribía, ya es un padre de familia cercano a los 40 años, y “Círculo Croata”, la novela publicada en 2007 en Venezuela, como una de las “Tres Novelas” (Editorial El Otro El Mismo), aún no llega a mis manos, y sospecho que parte de los interrogantes se verán disueltos ahí.

Pero, vaya, que no deja de ser interesante introducirse por esa clase de vericuetos que, en un tono posmoderno, no hacen más que, como telenovelas, panfletos o cuentos, mantener en vilo al lector, número tras número, capítulo tras capítulo, aunque se trate de espacios, diurnos o nocturnos, que demoren 20 años en cerrarse…¿o continuará?

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"