¡CAVIATIVÁ! O COMO DESAPARECER COMPLETAMENTE
Mauricio Loza
Arango Editores. Bogotá. 2007. 333 pp.
Diré, para comenzar, que como ejercicio mero de muestra de producto eyaculado debido a una imperiosa necesidad focal de masturbarse, está bien. Supongamos que el chico que escribe este libro ya está aburrido de derramar su semen en puntos vacíos dentro de su territorio auténtico o propio, y poco a poco, con una maestría artesanal que se ha de confundir con calidad, su producto es llevado a un siguiente nivel de prueba real: ¿seré capaz de que mi sustancia llegue hasta el punto X previamente escogido? Tras largas y quizás rutinarias sesiones de acople manual consigo mismo, con una música de fondo que se puede leer al principio de cada unos de los capítulos, nuestro autor empieza a dar en los blancos previamente escogidos e incluso diseñados con ayuda de sus amigos. Aquello que queda como señal confusa pasado un tiempo y cuando el autor ya está en otra clase extraña de maroma vital es ¡Caviativá!, y es lo que le corresponde hacer al lector, inocente en la mayoría de los casos, al recorrer el libro: atender una serie de llamados de una cultura decadente perfectamente identificable, oír cómo se quiebran algunas cosas, bostezar y, limpiar el producto derramado. Y no, no culparé de todo esto al pobre muchacho Loza que al menos hizo el intento de lucir bien en la foto que acompaña al libro en la solapa. Sería fácil hacerlo así. Pero ya lo dije al principio, el mero ejercicio es bueno, y ya que no quiero volver a empezar este artículo ni contradecirme, entraré en esa fase riesgosa en la que trato de explicar el por qué.
Aunque Oasis, el grupo de los hermanos Gallagher no hace parte de la Banda Sonora Original del libro, me sirven para un chiste: alguna vez, en plena efervescencia por el Brit-Pop, en plena guerra de costas entre ellos y Blur, y con apenas dos álbumes a cuestas: el indiscutible “Definitely Maybe” (Creation, 1994) y el simpático “(What´s The Story) Morning Glory?” (Creation, 1995), una batucada de bandas lambonas, decidieron crearle un tribvto a esos reemplazables Beatles. Los datos del resultado se resumían en lo siguiente: el álbum era tan malo, que a lo sumo, la mejor de esas atribuladas bandas debería recibir un puto puño en la puta cara por parte del mismísimo Noel, dueño de Oasis por aquel entonces.
Y esta larga introducción no es más que para preguntar ¿quién diablos será el que le parta la mula a Loza desde la novela de Palahniuk, “El Club De La Lucha”? Porque si bien gente tan respetable como Shakespeare no hacía más que alimentarse de historias de terceros, una cosa es hacer la adaptación de una guía que bien puede hacerla difícil al público, pero otra es una copia casi descarada o, mejor aún, una manera de acercarla a la cultura colombiana, en donde cada pieza del complejo rompecabezas no es sino deslizada hacia algún taller de libre expresión ética y luego pretender que el producto o resultado es original, incluso un poco más que el mismo del que se basó.
Y Loza lo sabe hacer bien, puesto que en ninguna parte del libro agradece a esa peculiar influencia que, a todas estas, me hace formular la pregunta en tono de apuesta, ¿Cuál será el escritor de moda norteamericano, leído en su idioma original, en el que Loza se basará para su segunda producción? Me arriesgo a decir que continuará con el mismo Palahniuk.
Un coolhunter, que vendría a ser un cazador de tendencias, hijo de un ex senador de la república, con un sustancioso pago en euros, crecido bajo esa perfecta capa protectora que más que nihilista es inconsciente para con el resto de colombianos –léase estrato 6-, en compañía de su gran amigo mascota, el percutido G., empieza poco a poco una caída libre víctima de una confusión coctélica de emociones estiradas hasta el más absurdo límite que se pudiera imaginar alguien y que van desde la novia oficial –por esos días en Londres-, la amante –hija del dueño de la empresa en la que trabaja- y un prospecto de víctima en el cuerpo de una patinadora de estrato bajo cuyas piernas envueltas en medias veladas de supermercado enloquecerían a cualquiera. Pero claro, hay mucho más, mucho mucho más que no me voy a tomar la responsabilidad de repetir en este tibio espacio, y que tiene que ver con esa condición suicida de la gente que desde pequeña lo tiene todo y cuyos motivos para luchar se van agotando con el correr de los meses, antes de que cambien los dientes de leche, por ejemplo.
Quizás Loza aporta el ser capaz de perseguir ese pálido fantasma que forma una especie de triada que marca a todo aquel que pisa estos tiempos: el desasosiego, la incertidumbre, la incredulidad, desde lo que se podría considerar un retorno al Nuevo Realismo (“El Nuevo realismo no puede vivir al margen de lo anterior, de lo ya dicho, es un parásito hambriento y por tanto, precisa de la cita, a veces, incluso, de la cadena de citas”) y aunque no (se) permite ir más allá que de una simple caricatura que, vale, divierte por pequeños instantes, se le abona lo que ha construido, bajo los efectos pesados de esa droga de nombre Chuck.
“Promiscuo, onanista, compulsivo y clasista”, el pequeño y poco irreverente viaje en el que nos sumerge el protagonista de esta historia continúa de una manera más aterradora el camino que Margarita Posada ya había recorrido con su poca obra prima “De esta agua no beberé” (Ediciones B, 2005), con drogas, excesos, abatimientos y ecos presentuales de un estado en permanente agonía que parece ser divertido –más para el lado del creador que el del lector- de traducir en formato novela.
Algo para alentar al autor: si bien la novela cae en un sopor no más pasado el capítulo cuarto, jamás entra en la decadencia que retrata, por lo que baches para tragar enteros no existen, sólo grúmulos –páginas & páginas de declaraciones científicas para hacer mucho más creíble la historia-, pero eso a un primerizo fronterizo se le perdona.
¿Qué viene ahora? Espero que las ganas de mostrarse -“tal vez sólo quiero que me pongan atención” – hayan sido superadas y para la próxima, descaro total de copia a una obra mayor incluida, los rastros de las huellas no sean tan fácilmente identificables para el lector común que no forme parte del círculo de amigos del autor. Tal vez un poco más de soledad al momento de la creación; quizás, como la madre del protagonista con los niños desplazados, menos tiempo pero de mayor calidad al momento de la escritura; quizás más confianza de los asesores si es que los va a volver a tener; a lo sumo, un poco más de silencio, pero eso sólo lo da la experiencia; tal vez, que no deje de escribir ni se deje enfriar la mano; y como último recurso, que dé el salto de las letras de canciones modernas y vaya a la poesía verdadera para que la fluidez sea parte combusticable de su prosa.
No. No soy yo quien deba partirle la mula por este producto, pero si lo pondría a limpiar sus propios desechos orgánicos aunque con ello significara que me ganara un enemigo más. Pero a esta clase de chicos astutos, irreverentes y vanguardistas, hay que darles duro, para que vayan dándose cuenta del lugar al que decidieron meterse.
Además, no deja de ser un sparring preparatorio para su propia profecía: la generación Jackass, a quien esperaremos con ansia para retratar la sangre que derramarán en su propio cuadrilátero.
Alguna vez Bolaño describía la sensación que le provocaba el saberse criticado de manera negativa por sus colegas generacionales. No dejo de sentir una parte de los mismos síntomas al leer esta clase de representación “real” de la Lit. Col. Contmp., pero que se puede hacer. Uno más para la fila interminable de aspirantes a quedar licuados por la voz de algún crítico con la suficiente fuerza como para traducir al común de la gente. Pero de ahí o de Facebook, donde existe un grupo de fanáticos de la novela, no creo que vaya a trascender, quizás sea el miedo generacional a esa palabra, algo así como un terror total a un “te amo” surgido desde las mismísimas entrañas del cuerpo presente, ¿pero no era esa una forma sútil en la que el narrador de la obra robada para este caso termina sus diálogos con la humeante Marla Singer? Motivo más que suficiente para esperar, con pocas ansias la verdad, el siguiente capítulo Loza.
1 comentario:
Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
Publicar un comentario