RADIO ZUDACA SURSYSTEM-Crónicas de viaje subjetivo
Harold Pardey Becerra
Editorial Sindicato Iniciativas. Calibabylon/Tercer mundo/Planeta Trampa. Septiembre de 2007. 304 pp.
“La vida es un estado emotivo en permanente ebullición”
Nunca deja de ser hermoso el encuentro con esta clase de elementos de alto contenido político, roce seguro con lo prohibido, porción de cultura ácrata, diáspora creativa de una generación colindante con la nuestra, aunque, claro, no se deba compartir absolutamente todo lo que esta emisora nómada, trashumante y clandestina propone, algo seguro esta dicho desde el comienzo, “la fuerza está en la unidad de la diversidad y la diferencia”, algo hemos de compartir desde puntos alejados dentro del plan de flujo.
Sobre Pardey Becerra, a quien ya habíamos invitado en este espacio con “Crónicas Callejeras del Dobleupunto” (2006), valga decir que es un periodista caleño nacido en 1978, fiel a un estilo de narración experimental y perseguidor incansable de historias aledañas y muchas veces silenciosas ante la avalancha diaria de productos aparecidos en los mass media.
De hecho, “Radio Zudaca…” es un homenaje al fanzine como promotor cultural en todo el sentido amplio de la palabra. Tanto así, que la emisora a la que se refiere Zudacaboy, no es otra cosa que su propia grabadora digital en tránsito (re)colector de las diferentes clases de voces que alimentan un proyecto surgido del corazón.
“Cronista de bajo presupuesto”, Pardey como suele suceder con tantos oficiantes de la palabra, se rebusca dentro de su inconsciente, lo que lleva a cabo, esté dónde esté: “esquizofrenia comunicativa posmoderna”, “experimentaciones narrativas de viaje mestizo”, “ensayo/reseña/manifiesto”, “surfing psíquico”, surgidos de sus “desordenados sentidos emancipatorios” que de alguna manera le anunciaron que su ciudad natal le quedaría chiquita al momento de empezar a nutrir su propia Obra.
Lo que leemos dentro de las 300 páginas son miradas –polaroids las llama él- con el obturador abierto, lo que permite el movimiento dentro de la crónica sencillamente porque sus protagonistas –siempre incluyéndose él- son capturados con una naturalidad inocente que deja muy pocos momentos para la duda.
Desde el laberinto emocional que le permite vivir, Zudacaboy pronto hace de tripas corazón y se larga a dar a conocer su universo cargado de referencias reales tomadas de manera indirecta de la música, las lecturas, la calle, los encuentros, los sueños, las victorias y las ruinas. Y no tiene reparo en volcarlo todo dentro de unas pocas páginas para que el lector, a veces, se de gusto entre tanta confusión, paralelismos y vías contradictorias.
Las barras bravas de fútbol, por ejemplo. Pardey ama a La Mechita, y no es un colado o infiltrado dentro de BRS para luego extraer alguna peripecia periodística capaz de ser llevada a los estrados jurídicos de algún premio nacional de periodismo.
¿Se puede ganar un Premio nacional de periodismo desde la esquina feliz de un fanzine?
Tras cansarse de cargar féretros desde los 14 años, sin que ello signifique que deja la pasión por el América de Cali, las crónicas empiezan a mutar hacia la gente que compone la barra, generalmente punkys y esa manera un tanto vandálica hacía ellos mismos de ver el mundo sin (su) futuro. De la persona se pasa muy pronto al grupo, y aún sosteniendo la remera de su equipo sobre una delgada capa de piel que protege un espíritu en constante ebullición, termina en esa manera de reunir a los punks como si de una cárcel del desahogo se tratara, el concierto. De nuevo, Pardey no hace cara fea cuando el editor lo envía al centro de la batalla para perseguir la esencia del baile tóxico. Pardey sabe defenderse sin necesidad de hacer alarde de ello, y tras unas pocas situaciones anómalas –muertes de por medio por vicios heroicos- nuestro protagonista vuelve a mutar, una vez más, incansable.
El destino esta vez es la capital colombiana, un territorio frío para Zudacaboy, pero que debe o necesita visitar para beber de las pócimas culturales –generalmente musicales- que sólo se consiguen a 2600 metros sobre el nivel del mar. Poco a poco la confianza que da el levitar sobre Bogotá, los contactos más y más certeros con miembros de culturas como la RastafarI le permiten alimentarse de forma espiritual como sus guías consejeros y entes protectores se lo exigen.
Cada vez las responsabilidades son mayores.
El paralelo 34, al sur del continente es el que lo llama: durante gran parte del 2005 comenta en una forma bastante abierta, incluyendo correos electrónicos que cuentan estados de gracia paroxísticos o situaciones cruentas en los que desde una botella invisible lanza un mensaje a quién bien lo quiera recibir.
De regreso a su comarca donde es recibido como todo un héroe, pronto hace maletas para Venezuela, a recibir instrucciones desde un nuevo Foro Social, esta vez las consecuencias son desastrosas: lo embriagan, lo roban, lo rasguñan. Y tras algunos intentos desesperados por invocar la ayuda necesaria, está de vuelta una vez más como si del retorno a su casa, vía marítima, se tratara.
Los momentos finales del libro están referidos a la captura de conciertos de gente muy valiosa para él y ellos y algunos de nosotros –Manu Chao, Attaque 77, Alika, Todos Tus Muertos, de tal forma que el viaje no deja de ser una captura temporal, porque lo que él realiza, continúa en estos momentos en algún lugar no tan secreto de la esfera terrestre.
Ya lo había profetizado Kavafis, por más que trate de huir de su ciudad lo único que conseguirá será echársela encima y tenerla presente por siempre. Desde el “trópico embrujado” hasta la “psicotrópica kalikalentura”, la relación amor-odio con esa Cali que tan bien coloca, Pardey Becerra, como paisaje de fondo, jamás termina. “Fragmentada, despedazada, repartida entre unos pocos”, denuncia. “Amo tanto a Kalicity porque me embruja con el harapiento y dulce sabor de sus calles, con las curvas noctámbulas de sus especie noctámbulas”, confiesa. “Rumbacity, pletórica en metáforas asquerosamente violentas”, se queja. “La ciudad del odio social, la ciudad de los guerreros urbanos, ciudad desgarrada, quebrada y lacerante”, reitera. No deja de ser, para el lector, curiosa esa manera de comunicar siempre, de confesar, de extraer, de compartir. ¿Pero no es esa una manera de definirse escritor? Porque la siguiente pregunta tendrá una perfectamente debatible respuesta: ¿El Zudaca es más periodista que narrador? O, ¿qué tanto tiene del uno como del otro? Un hambriento caníbal cazador de fragmentos momentáneos de la vida que no quiere dejar de devorar con cada poro de su piel es una posibilidad vertiente del cauce mayor.
Quizás parte de la respuesta se vea reflejada en la capacidad de nuestro héroe de soportar soledad. Porque aunque se le vea cariacontecido, triste y hasta con el corazón quebrado, siempre tiene su racimo de seres dispuestos a acompañarse entre sí. Soledad No Quero No!, decía su admirado Manu Chao en algún punto anterior a 1990 con su banda Mano Negra. “Guerrerxs de Zión en el Planeta Trampa”, y si no están cerca, no importa, “se buscan guerrerxs soñadores para guerrilla trashumante”, los “distintos mutantes urbanos” siempre tienen un lugar sagrado dentro del campo prosaico de Zudacaboy: “cuerpos mestizos, mitad harapientos, mitad marginales, mitad ángeles, mitad demonios” o “ser soñadores es su mejor problema en esta realidad absurda”. Poético y que tales. La advertencia estaba desde el principio “El Zudaca escribe su propia versión del mundo y lo hace con tal dedicación que apenas sí distingue su vida real de la escrita”, la “necesidad vital de perseguir utopías on the road” lo lleva a ciertos puntos extremos poco visibles para alguien que no cuente con el suficiente apasionamiento para la labor que desarrolla El Zudaca, por ejemplo, diseminar el mensaje que se transmite desde las páginas del fanzine Sursystem, hecho con pulpa valluna.
¿Pero tras leer el libro que queda?
La banda sonora del mismo, por un lado: 23 temas de agrupaciones sugestivas que ahondan en la hechura de una mente más acorde a las coordenadas de la emisora, y una suite de palabras grabadas desde alguna de las grabadoras que nuestro héroe expone entre Foros Sociales Mundiales, conciertos de punk o reggae o esperas interminables a partidos de su equipo de fútbol.
Pero también se acogen, desde la mente lectora, un mágico experimento capaz de presagiar buenas cosas en medio de tanto alboroto frente a la diferencia. “Somos los invisibles para la tribu de Babylon”, dice al final del libro, en una clara muestra de la condición paria que se asume como compromiso vital frente al ancho camino que conforma la vida.
Sí, ya sé. Una jodida reseña jamás llegará a hacer sentir la sensación de la lectura completa del libro, aunque esa sea parte de la idea, mucho menos en esta reseña que es como si toda la historia del viaje a través de Suramérica la debiéramos imaginar a partir de unas cinco o siete fotografías un tanto movidas y con poca gracia.
La carátula dice lo que representó para Pardey Becerra el recorrido: en Argentina se da cuenta, por el frío que se le empieza a colar por un agujero, que sus zapatos Puma ya no pueden dar un paso más. Debe pedir ayuda familiar para seguir de pie, y una prima le envía algo de guita para que haga lo suyo: unas converse naranjas que, muy pronto y en medio de un pogo de cancha de fútbol entera, comienzan a sentir los rigores de un chico que pisa fuerte. He ahí, pues, el resultado.
Español, portugués, letras de canciones, experimentos narrativos, correos electrónicos, confesiones poco atroces, la compañía que crea este libro es una de las auténticas fortunas que se tienen al recorrerlo. Aunque, claro, no se debe usar como una guía de viajes por consideración y sanidad mental para quién lo pretende intentar, para ese caso, Pardey debería filtrar cientos de miles de referencias a chuzos, bares, recintos, antros, bebidas, sustancias, colores, encuentros, acciones…y dejar el camino limpio para que el asunto se vea como algo familiar, lo que no dejaría de ser un arriesgado experimento que, ahí sí, acercaría más la cuestión a un estilo más Thompsoniano de lo que nunca fue este.
No sé si Pardey aún lucha por ser ese infinito bucle adolescente, pero a lo largo del libro, la persona va madurando, aunque haya otras firmas latentes dentro de las páginas. Quisiera despedirme con una frase que, resume parcialmente, esa óptica de vida, parte fundamental dónde quiera que se asiente cualquier proyecto del tipo que sea, y no queda más que esperar a seguir cazando sus aportes a cuanto fanzine suramericano pueda caer en sus manos.
“En cada encuentro se gesta, inminente, un drama. En cada drama, se teje una historia. En cada historia una nueva posibilidad de sentido, de dirección y de riesgo. En cada riesgo, una mirada que se quiebra y se abre, una forma nueva, una metáfora”.
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