EL VIAJERO EN EL UMBRAL
Gabriel Jaime Alzate Ochoa
Alcaldía Mayor de Bogotá-Secretaría Distrital de Cultura, Recreación & Deporte. Bogotá. Mayo de 2007. 183 pp.
“Si me pregunto ahora, justo cuando
parece no haber salida alguna, cuáles
fueron las razones para haber emprendido este
viaje, no las tengo muy claras. Puedo decir que se
trata de la fuerza de un sentimiento que desconozco.
Quizá sea una parte oculta de mí que trata de manifestarse:
el traidor, el héroe, el aventurero, el tahúr, el perfecto asesino,
el ladrón elegante, el monje…”
Son pocas las cosas que se saben de Alzate Ochoa. Lo básico. Aquello que figura en las solapas o contratapas de los libros que llevan su tag. Antioqueño terminado de formar en Cali. Profesor universitario. Alguna vez director de una Biblioteca. Corredor de medio fondo en las carreras de premios literarios. En fin. Lo básico, repito, que quiere decir lo justo. Lo que debería ser. Lo necesario. Lo que (casi) cualquier escritor que se precie de ser llamado de tal (ignominiosa) forma debería tratar de alcanzar. Una (hoy en día) extraña manera de decir que a un narrador se le debe conocer por su obra, nada más. Quizás una absurda forma de compromiso como lector. Quizás caduca. Quizás arcaica. Quizás, por qué no, revolucionaria.
La obra que nos corresponde tratar en la sesión del día de hoy, no es otra que la novela ganadora en el Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá en 2006, lo que empieza por decir gran cosa de lo que trataremos. Y sí que lo es. Realmente lo que más sorprende no es que se trate de una buena novela sino de que es algo que provoca alguna sugestiva clase de eco, y afirmar eso implica un nivel un poco por encima del común con que se podría tratar una obra, una cualquiera, otra, pero no esta.
“Interesante metáfora sobre el caos y el escepticismo del mundo contemporáneo…”, dijeron los jurados –Luz Mary Giraldo, Luis Fernando Charry, Juan Diego Mejía- sobre la obra. Para aquellas personas que no hayan tenido el sumo placer de acercarse a la obra del antioqueño, basta con esa corta frase para describir aquello de lo que se trata el asunto. Las responsabilidades, como ocurre con algunos de los invitados a este espacio, corren por cuenta de ustedes, lectores. Y ya avisados, pues nada. Como sucede con el Techno, ese inubicable género musical, o se le ama o se le odia casi por partes iguales, perfectamente sincronizadas que, si se colorearan, harían una curiosa forma de metamorfizar en otra clase de arte la lectura. A propósito, ¿cuál es su color favorito al momento de provocar el eco de la lectura? O, ¿cuál cree que es el color que derrama sumercé mientras hace lectura?
Partiendo de un hecho bastante común, una enfermedad, el continúo trabajador de una editorial de gran poder como corrector de estilo, descubre que las cosas en los últimos años, con el correr desesperado de los tiempos y los aumentos de cápsulas paranoides, han sufrido ligeras modificaciones. Algo empieza a colarse en las entrelíneas de la novela, ¿será cierto todo eso que dicen de quienes realmente detentan el poder detrás de las Casas Editoriales? La lista de ataques, contables en todo caso, por parte del autor, empiezan muy temprano. Editoriales, correctores de estilo, editores, escritores, estudiantes, pasantes, lectores… ¿es tan difícil el mundo interno de la literatura? Sí, parece ser la respuesta tras los agrios comentarios que se van encontrando en medio de la fuga, cerca del precipicio, sitio favorito para que Alzate Ochoa demuestre de qué es capaz, de qué va la cosa.
Nuestro protagonista pronto se ve rodeado por una familia que lo empieza a cuidar para que vuelva a la horda laboral. ¡Todo ordenado por la misma editorial para que no se disminuyan las producciones de títulos a producir! El deseo del corrector de escapar de su propia rutina, pronto se convierte en una lucha por su vida, puesto que la aparente inocente familia que lo cuida se transforma en una especie de cazador de recompensas de tres cabezas, capaz de dividirse en dos para lograr su objetivo, el trabajo está muy escaso y es necesario mantener hasta el límite máximo posible al paciente que genera los ingresos básicos para sobrellevar la sobrevivencia.
Mediante una serie de tretas, nuestro protagonista logra escapar, y con la ayuda de dos mujeres: Milena y Clara, se embarcan en un riesgoso camino que los llevará a la costa atlántica, todo, aparentemente dentro de los límites barbáricos de una Colombia sugestivamente retratada, pero completamente peligrosa. Lo que nos remite a la segunda tanda de lecturas entrelíneas de “Umbral”, el riesgo que conlleva estar vivo aquí & ahora.
Lo que sucede a continuación, es la clase de novela que podría llamarse de carretera, pero que con los tintes que adornan la desgracia contemporánea no dudo en llamar prepostapocalíptica. No es nada nuevo esto. Y creo que tampoco lo es para Alzate Ochoa. Pretender una búsqueda desde este presente de miedo que se alimente de lo griego, lo épico, lo medieval no es malo en sí. Quiérase o no, se es hijo de una época, y las repetidas misiones que van en pos de lo Histórico, incluso, cargan el germen abusivo de la contemporaneidad. A veces es agradable saber que no se tiene miedo frente a las excusas del tiempo. Y sí se sale vivo de allí, pues que mejor que adentrarse por medio de la lectura. Los nutrientes que se necesitan para avanzar por el camino están en diferentes puntos, escondidos, pero vitales y brillantes.
Los mismo jurados en el acta que lo dio ganador, confiesan que se trata de una novela de difícil lectura. Algo monumentalmente distante a lo que leemos de las caras que firman desde las Casas Editoriales Transatlánticas. Lo que me lleva a decir algo: hay una literatura paralela que merece ser leída, a la vale la pena acercarse, que por algunos ecos muy especiales es anotada dentro de las listas objetivas de lo que se escribe en este país.
A veces el poder se mide en cifras que permiten enviar mensajes estadísticos a la gente que –lea o no lea- compra libros. Siempre es interesante ver quién ocupa -¿okupa?- el número uno. Más tarde –décadas de por medio- la verdad de la calma sale a flote. La calidad llega a su madurez, y la obra en sí es capaz de abandonar su estancia secreta para ser retomada por manos y ojos que quieran sentirla. Por esa razón prefiero a los escritores que no sólo evocan un prestigioso continuum literario cargado de riesgo, que los que desde siempre han estado rodeados por los mi(s)mos de la crítica (bueno, es un decir…) o de las Empresas Editoriales. Más caras, un poco menos de firmas.
¿Qué sucederá con Alzate Ochoa si de él estamos tratando de exponer su caso? No lo sé. Tras un par de novelas y algunos libros de cuentos, lo más importante es que ya tiene una obra que se puede considerar sólida, y que si se lee título tras título, un árbol frutal ha de quedar sembrado. Aunque con un producto no muy dulce ciertamente, y si sumercé, que lee estos párrafos es casado/a, le repito: entre bajo su propia responsabilidad. Al fin de cuentas el escritor debe reflejar preferiblemente lo conocido o lo que más le interesa. Y la radicalidad seca de “El viajero en el umbral” puede que cauce un serio escozor en la piel de los ojos lectores. Pero es parte del juego de la literatura. Una extraña clase de aparato explosivo cuyo mecanismo, esquivo, se le abre sólo a cierta clase de lectores, en este caso, a los más juiciosos, pacientes y atrevidos.
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