sábado, 1 de marzo de 2008

SURREAL DE DISEÑO MEXICANO

SENSACIONAL DE DISEÑO MEXICANO

Juan Carlos Mena (Feat) Óscar Reyes

Trilce Editores + CONACULTA. México D.F. Mayo de 2002. 347 pp.

Hay un dicho en Colombia referido a la falta de enraizamiento nacional, por no llamarlo patriótico, y que da cuenta de cómo la clase alta busca ser francesa, la clase media busca ser gringa y la clase baja busca ser mexicana. Es un chiste viejo y quizás ya un poco desenfocado al atravesar la década perturbada de los 90 dónde todos lucharon en el mismo ring contra todos, ya fuera por el honor, el orgullo, el reconocimiento, la máscara o la cabellera. Desde pequeños la información bombardeada sobre nuestras poco usadas mentes viene cargada de zonas extranjeras muchas veces aceptadas por el gobierno que rige, sin importar el contenido. Basta con que la etiqueta diga made in para que las puertas se abran, así que muchas cosas de las culturas foráneas, para bien y para mal, no nos son indignas, ajenas o desconocidas. Desde las películas de mariachis o protagonizadas por grandes cantantes de música popular, hasta los cómicos inmortales como Cantinflas, Capulina o Chespirito, las generaciones colombianas se han visto atravesadas por esa sensación mexicana de la distancia. ¿Pero puede un colombiano con ver sólo películas a la distancia entender lo que significa ser mexicano? Por supuesto que no, de hecho, supongo que tras vivir mínimo un lustro en aquel enigmático país alguna idea se puede empezar a crear para que se convierta, tarde o temprano, en una raíz; o como en el caso de GGM, vaya a saber sí por quedar bien con su anfitrión Carlos Fuentes, que tras un par de horas en un museo mexicano de la capital mexicana, dijo que ya entendía lo que era ser mexicano. Para escépticos como yo, una obra como “Mantra”, de Rodrigo Fresán, ayuda a la causa; incluso más que “La región más transparente”, porque a partir del desconocimiento, se llega a un punto de equilibrio no peligroso en el que una ligera idea permanece en el inconsciente.

Y hago esta introducción para tratar de decir que la locura que exuda un libro de imágenes como este, dentro de un contexto popular colombiano no causa un distanciamiento de considerables proporciones, porque los elementos tercermundistas que se plantean para una especie de propaganda de bajo presupuesto, es muy similar a la acontecida acá. Pero, creo, difiere en un ligerísimo sentido del humor no trágico que conmueve por lo malignamente natural con que se da y se ve el resultado.

En el pasado issue hablábamos de la función orgánica del esténcil hoy en día y llegábamos a una conclusión minimal de que lo menos era más. Sí el esténcil con el paso del tiempo, de las promociones, de los patrocinios, de los permisos y del derrumbe de otras barreras llega a una meseta que puede entrar a la galería de arte, la publicidad de bajo presupuesto lo hace gracias a otra clase de ayudas incluidas dentro de la misma labor de quién ejerce el dibujo, aunque esa persona difícilmente llegue a saberlo. “(..) arte bruto, arte naïf, outsider art o dadaísmo(..)” lo nombra Hervé di Rosa. En tiempos en los que el dibujo ocupa un mínimo y relegado por no decir despreciado lugar dentro de la cúpula del arte, tanto el esténcil como esta clase de publicidad no son más que los “museos vivientes” para las clases menos favorecidas o menos interesadas en la realidad artística contemporánea. Alguna vez el gran Humberto Junca decía que algunas personas no estaban dispuestas a leer el mamotreto de 400 páginas para entender una pequeña obra de arte, y que era una opción válida. En tiempos en que las manifestaciones artísticas llegan a límites que colindan con el verdadero absurdo, encontrar algo que no necesita más que el interés de algún transeúnte, es casi un milagro. Y no se tiene que leer nada escrito, sino aquello que circunda la obra dentro de un ambiente (im)puramente urbano. Hay una relación entre el mensaje que se expone como una forma de invitación y la persona que lo lee, una especie de inclusión que sirve de línea invisible para quien sea capaz de atravesar algún bosque de cemento y pretenda sobrevivir por sus caminos pavimentados.

Lo curioso de esto es que ese mensaje, esas palabras que se exponen a la contaminación, no son planteadas como arte y están dirigidas a personas que no lo leen como arte. Es una transacción. No más. ¿Entonces a qué viene todo el espectáculo que se arma alrededor de esa fogata? El escándalo proviene de las mentes académicas, aunque ellos no lo quieran, de quienes ven eso con otros ojos. Y al compararlo con lo que usualmente se entiende como propaganda, notan un abismo de considerables dimensiones que los lleva a decir: esto es arte, no lo entendemos, así que es arte; como si fueran ahora ellos lo que necesitaran del mamotreto de 400 páginas para declarar sí si es o no es. ¿Las manos en aquella cueva argentina, las imágenes de cacerías o los reflejos tallados en piedra de mujeres adultas no son la prehistoria del arte? ¿Se ha llegado a un punto tal de sofisticación y especialización en el arte como en casi cualquier otra manifestación humana que per se la vida busca algún camino natural que la devuelva a lo básico, a los tres acordes, a lo monocromático, a la necesidad de leer no un mamotreto sino un órgano llamado corazón? ¿Volvemos al inicio y no nos enteramos de ello?

Excluyendo lo propuesto por Monsiváis y dedicándome a lo que dijo Mena, Kerlow, Byrne, Heller, di Rosa y Pérez Cruz, hay una conclusión: esto es real, hablando desde la voz experimentada de la agencia de publicidad. Lo grande, lo brillante, lo multinacional, es muerto o es fallecido.

Me agrada, de alguna manera, esa idea. Pero llama la atención que todos los que tuvieron oportunidad de anotar algo para esta segunda edición del “Sensacional….”, coincidieron en lo mismo. Y supongo que cada uno venía desde un lugar separado, apartado. Lo que me lleva a pensar en que las apropiaciones de los oficiales miembros de la cofradía de la publicidad, jamás va a alcanzar los topes de virtuosismo machaco de las academias “de madrazo”. Y eso tranquiliza de alguna forma. Porque no creo que jamás la imperfección se convierta en bandera. O bueno, hablo de esa clase de gloriosa y auténtica y sobre todo sana imperfección que nos identifica como seres humanos. A menos que cada uno de los de bajo presupuesto y alto renombre sea un Picasso, y ya sabemos que genios, aunque abundan, no lo son todos.

Igual, al momento en que la imperfección comience a ser dominadora de unos ciertos paisajes majestuosos de los mapas ultramodernos que habitamos hoy en día, alguien desde alguna oscura parte, y dominado por la Vida misma, iniciará el consecuente rito de búsqueda de un nuevo cauce para el desarrollo para la salvación de la civilización. Tal como ocurre en la naturaleza, porque formamos parte de un núcleo, y no somos bolas de cañón que van girando sin ton ni son, aunque muchas veces demos la sensación de que sí.

Ese dibujo, esa palabra, esa apropiación manual e imperfecta es el reflejo de lo que somos en el fondo: unas criaturitas nerviosas que aún están en un proceso de adaptación terrible a una naturaleza que optan por combatir y no entender, y que de fachada, para que otros seres iguales de imperfectos vean, ponen algo lindo y maravilloso, brillante y ordenado, para que la sangre febril que corre bajo nuestros pies empiece a bullir y haga otra de sus obras maestras naturales. Porque sólo provocamos eso, diálogos que nos buscan enseñar que la humildad sí puede llegar a ser perfecta, aunque la perfección a la humildad sea lo que menos le importe a ella. Le basta con la humildad por sí misma. Y ya.

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