AQUELLA VIDA DE MAGO Y OTROS RELATOS
Johann Rodríguez-Bravo
Ediciones Axis-Mundi. Popayán. Agosto de 2004. 135 pp.
Hay una anécdota. Rubén Varona iba a ser premiado en el Segundo Premio de Cuento y Poesía Radio Universidad de Cauca e invitó a sus más preciados amigos a tal momento –para algunos- sublime. Uno de la lista de los Very Important Friends era Johann, ¡y cuál no sería la sorpresa al escuchar aquel nombre como otro de los finalistas del concurso payanés! “Johann siempre fue una persona de gratas sorpresas”, dijo Mauricio Muñoz.
Johann: el silente.
Hay un dicho oriental. El que sabe, calla.
Me pregunto si hay alguien, en cualquier parte del mundo que sabe con sólo mirarlo una vez si esa persona, hijx de vecinx es escritorx.
¿Qué características físicas puede diferenciar a un escritor del resto de mortales que pueblan la tierra?
A veces, el silencio.
No sólo el de la ausencia de palabras, sino ese cúmulo de tiempo que se va posando sobre una obra, protegiéndola o aguardándola para tiempos mejores.
El porvenir.
Johann, en ese aspecto, era silente.
Mi abuela decía que había que tener cuidado con las personas calladas…auras rodeadas de misterio que eran pasajes directos a lo diferente, a lo desconocido.
Algo a lo que, a veces, no estamos acostumbrados, y ya se sabe: el temor lleva a la acción y casi siempre es el rechazo.
Miedo puro.
Lo que voy a decir es un anacronismo.
Alguna vez le oí decir a Abad Faciolince, sobre Molano Vargas –otro de mis amores confesables-, que a un escritor sólo se le debe conocer por medio de la lectura o de su obra. Nada más.
Estoy en plena cuerda con aquella premisa.
¿Charlas? Sí, muy bien.
¿Conferencias? Vale, una que otra.
¿Talleres? ¿Reuniones? ¿Presentaciones?
La sospecha sólo hace aumentar y los ánimos empiezan, prontamente, a decaer.
El silencio, creo, es el único motivo de salvación real.
Por más bulla que pretendan hacer o nacer alrededor de una figura desvencijada llamada escritor, sólo el silencio del paso del tiempo es quien da el verdadero veredicto. El juicio. Dar A Cada Uno Lo Que Es Suyo, ¿cierto?
Así que me atrevo a hacer una pregunta: ¿quién es Johann para nuestra literatura?
Un silencio.
Un espacio.
Un vacío inmenso que tardará mucho tiempo en ocuparse de nuevo.
Un ejemplo de lo que sería muy chévere encontrar hoy en día en un terreno pantanoso donde existen algunos otros códigos, muy pequeños por cierto, pero poderosamente puestos en casi cada esquina del accidente (geográfico).
El cuento que resultó premiado aquella vez en
Johann sólo vio publicado este tomo, aunque algunos de sus cuentos fueron incluidos en sendas compilaciones que hoy son objeto de culto que perfectamente puede conllevar a la separación de conocidos.
Es fuerte.
Es muy fuerte.
Pero necesario.
Hace poco el extraño Pablo Arango en alguna reseña publicada en alguna revista cultural en nuestro país, traía a colación un diálogo: Rulfo le confesaba a Monterroso que estaba aburrido de la pregunta de siempre sobre los únicos dos títulos que publicó. El mexicano se respondía a sí mismo con un argumento que de sencillo resulta macabro: si son dos libros buenos, ¿para qué voy a pretender un tercero?
Y Arango lo acomodaba de la siguiente manera: si un escritor sigue escribiendo después de haber publicado un libro, significa que ese libro fue un intento fallido, una mera aproximación a una pretensión.
Me es difícil pronosticar el futuro cuando ha dejado de correr en alguna clase de presente vectorial.
La obra supera siempre a su autor.
Y muchas veces a los lectores que habitan en ese pálido instante, y muchas veces a las más circundantes generaciones que empiezan, compulsivamente, a llegar.
Saber, escoger, predecir. Eso es un don.
Los cuentos reunidos aquí, datan de 1998 y se expanden hasta 2004.
Lo que para muchos podría ser una prehistoria, aquí se convierte en lo que es.
En el asunto sin ambages. En una especie de plenitud.
Porque adentrarse en este pequeño objeto, silente, provoca una de las más vitales muestras de que no todo puede ser controlado y la sorpresa está ahí, acechando, esperando a su presa semanas enteras, meses, ¡años!
Clase diferente de reptil constrictor.
Y vaya extrañeza, casi todo el libro puede considerarse perfecto.
El universo Rodríguez-Bravoano se distingue con suma facilidad: ecos, auras, encuentros, inesperaciones, la palidez, inocencias en algún momento, confesiones, el paso irremediable del tiempo –ese asesino silente-, su ciudad, algún anhelo, deseo, la carne en ciernes. Pero se escurre por entre los ojos del lector cuando se pretende asir.
Es la puesta en escena de que algo grande esta sucediendo.
Como el final de “Chat” en el que una historia es necesaria para atar a diferentes generaciones en un solo lugar. O la de “Una noche de mil novecientos ochenta y cuatro” sobre la negación al borde de un abismo. O “R.E.M.” sobre los fantasmas que cualquiera de nosotros nunca pudo dejar sueltos en el océano de los días que ya pasaron. O la sorpresa que guarda “Confesiones de un torero” a medida que se va corriendo por la pista asfaltada de palabras.
“todo lo suyo, sin excepción, es un río invisible que sigue sonando toda la vida”, se le lee decir en el cuento que le da título al álbum.
Hace más de un largo año dije lo que tenía que decir sobre Johann, y ahora debo agregar algo más. Una última cosita.
Creo que hemos sido afortunados al poder leer a este joven escritor.
Independiente de los motivos o líneas de acercamiento que se hayan producido.
Aquí estamos frente a una ecuación ya resuelta. De nuevo, por el silente paso del tiempo. Bolaño decía, en “Godzilla en México”: “¡Somos seres humanos, hijo, casi pájaros!”. Nadie nos puede culpar por querer volar. Por querer ir un poco más allá de lo que nuestras férreas coordenadas de entrada y salida indican. Y no se debe tratar mal a los pendejos que creyendo seguir la luz de la inmortalidad quedan atrapados, polillas al fin & al cabo, en los focos poco reticentes de las cámaras fotográficas poco inocentes.
El caso de Johann, ya expuesto en multitud de esbozos de fragmentaciones íntimas, es un ejemplo de lo que debe ser. Las imágenes se vienen a la cabeza, otra vez, y un fuerte estremecimiento se siente por la columna vertebral. El libro tiembla. El libro aúlla. El libro se resiste a apagar su natural fosforescencia, por más palidez que quisiera haberle inyectado el autor.
Es, hasta el momento, el último espejo al que se debe mirar, son profundo respeto y magnífico silencio, antes de dar ese paso definitivo.
Porque no sólo ahí afuera se mide el carácter, sino que se debe danzar de forma tan auténtica, que es esa la indispensable condición de quienes se suben, siempre solos y en la más completa oscuridad silenciosa, al ring de la despiadada belleza siempre en construcción.
1 comentario:
Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
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