sábado, 5 de julio de 2008

LA MESA DE LOS SANTOS (Crónicas de viaje subjetivo)

LOS CULPABLES
Juan Villoro
Editorial Anagrama. Barcelona. Febrero de 2008. 164 pp.



Muchas veces, en otros espacios, me he referido al significado de “Santander” y de “santandereano”, ambos de la única manera en la que me puedo relacionar con ellos: distante desde el mismo centro, lo que no quiere decir objetivo. Aquí eso no existe. Quizás frentero. Aunque eso signifique asumir otro estado. Y llegaba a una conclusión: son las insalvables distancias geográficas las que (nos) hacen así. Muy pronto la diversión se termina para darle paso a la sobrevivencia. Uno logra maravillarse frente a qué cosas, se ríe un poco aquí o allá, estrecha manos callosas, duras o secas, se despierta frente a un paisaje verde o árido, con una serpiente minúscula o un colibrí atrapados dentro del cuarto, no importa de a mucho, ambos animales se sacan con cuidado para que la naturaleza siga su curso, y a eso es a lo que me voy a referir. A la naturaleza de los cursos o a los cursos de la naturaleza. Hoy no me importa aclarar mucho las cosas. Porque eso pa´ qué, o como por qué.
Ocho días antes hablábamos de la necesidad de un nuevo coleccionista de arte que compra escritores en ciernes para adornar los catálogos que manejan aquellos amantes de las expresiones más contemporáneas. Y decía que era un buen negocio, porque no exigen mucho, y se contentan con poco. Es decir, se dejan seducir muy fácilmente por los detallitos brillantes del poder, y sueltan la mano, el cofre, los secretos casi al mejor postor que viene siendo el primero.
Pero cuando se esta frente a la historia, a la verdadera, frente a aquella que el ser humano a duras penas comprende o intuye, muchas cosas cambian. Y nada vuelve a ser lo mismo.
Es como aprender a nadar, o probar un pozo nuevo sin fondo, o escuchar –una vez más por primera vez- el “Heartwork” de Carcass. Lo repito, ya nunca nada vuelve a ser lo mismo.
Santander es una tierra seca, según se mire. Y sus habitantes no tienen la culpa. En algunas regiones el frío es imaginario. Y nada más. Lo líquido se lleva adentro. Y se debe aprovechar todo del cabro, por más bichos lindos que parezcan.
Entonces, ¿qué es un libro editado por una editorial española frente a un Cañón que tiene algunos varios miles de millones de años?
Caminando en busca de unos pictogramas que los indios Guanes hicieron mucho antes de la conquista con una tinta indeleble de color rojo intenso, en medio de un filo hermosamente fresco y peligroso, con cuevas estrechísimas, oscuras y profundas untadas con el olor más inédito que haya podido probar, y acompañados únicamente por cientos de caracoles de tierra verdaderamente expertos en aparecer cuando menos se esperaba, me puse a pensar en una efectiva manera de servir de reseñista de libros: se lleva el libro hasta algún filo de los allí existentes, se abandona como si se olvidara –es decir, de una forma bella y natural- y luego, a una o dos horas de camino, se piensa en sí se devuelve uno a por él o no vale la pena.
¿Qué será del jet lag, del neonarcotráfico, de las estrellas de fútbol, de la TV que sólo transmite ceniza, de la desolación emocional, de los estudios de género en unos cuantos miles de millones de años?
En estos bellos –cuando se puede uno escapar de ellos- tiempos de incertidumbre, quizás resulten siendo los cronistas los fugitivos del presente, los que finalmente contarán lo que vivimos y atravesamos, lo que comemos y dormimos, reproducimos y regurgitamos.
Pero para saber con certeza eso, aún falta mucho tiempo, y lo más probable es que no estemos vivos para descubrirlo o saberlo con certeza.
Confieso, eso sí, que extrañaré “Mariachi”, aunque lo recuerdo con algunos buenos detalles y con eso me basta, y tuve la prevención de fotocopiar “El silbido” para mostrar a un grupo de lectores.
¿Cuánto tiempo podrá soportar un libro editado por una editorial española a la intemperie?
Y lo que me causa mayor inquietud: ¿Pasará alguien y lo recogerá? ¿O se fundirá para siempre con el paisaje amplio y oirán nuestros bisnietos el susurrar de voces que necesitaban con urgencia escapar de sí mismas porque era el único contacto que tenían con la realidad seca que los rodeaba y que era de lo que verdaderamente pretendían huir?
A la historia, a la verdadera, a la que no necesita contar lo que le sucede, “sólo le basta su mundo interior”, y nosotros jugamos poco frente a ella, o en ella.
Así que para qué preocuparse sí jamás saldremos vivos de esto.
Al regreso, insolado, sostengo una sonrisa y acepto, cosa rara en mí, una cerveza para aligerar la hidratación.
El verdadero secreto es entre Juan y yo.
Y hasta la próxima mi amigo mexicano imaginario, apuntaré a una época pretérita y a lo mejor resulte más afortunada.
¿O no, güey?

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"