sábado, 26 de julio de 2008

UN MAPA DEL DESASTRE DE LOS DÍAS (Y OTROS POEMAS DE ACERA)

JAMÁS TANTOS MUERTOS Y OTROS POEMAS

Nicolás Suescún

Universidad Externado de Colombia. Bogotá. Julio de 2008. 73 pp.

Finalmente, ¿cuál será el lugar que ocuparán los poetas tras el fin del mundo?

¿Quién quedará en pie para contar el mundo?

¿Lo que se vio?

¿Lo que se sufrió y/o gozó?

La atemporalidad que ambienta estos pocos poemas es aterradora. Y sádica, puesto que crucifica al lector contra una pared. No importa si desvencijada o nuevecita o recién lavada por algunas manos anónimas y juiciosas.

Esa es parte importante de la ecuación –universal- que alberga a esta clase de escritor.

Claro, Suescún tiene una cantidad bastante respetable de cuentos y hasta una antinovela muy comentada en su momento y que aún despierta no pocas curiosas curiosidades…

La ventaja de “una antología poética escogida por él mismo”, en este caso específico, es el orden.

Impecable. Como pocas veces se puede leer en algún tomo que se encargue de reunir poemas.

Y eso lo hace, curiosamente, narrativo.

“¿Qué sigue? ¿A quién invitará a continuación?”

Suescún, por momentos, parece dejar a un lado algún tema –como la infancia o su poco agradable capítulo familiar: “Pequeño poema a mi padre en espera de una larga y tendida conversación que muy probablemente jamás tendrá lugar” y la adusta “Ocaso familiar” que tiene un ritmo aguerrido como este: “el sucio mantel sobre la mesa/y los fantasmas de la familia/nos despiertan de noche/con despiadadas intenciones de exterminio”.

Y a veces hace el amague de dejar de hablar sobre algo que podríamos denominar Curiosos Anónimos Transeúntes, para retomar al rato la misma senda: puro cemento, es cierto, y contrario a lo que se puede suponer, no lo nombra para alabarlo sino para entristecerse aún más. Otro poco.

“Una beata”, “Un viejo en un café”, “Un vagabundo”, “A un vendedor de lotería”, “El lunático”: “y mira entonces la luna, que es su tierra”.

Parece descansar, el poeta, de aquello que mira mientras camina.

Pero la realidad, es que la curiosidad está alimentada por el miedo a ser como él(llos).

Llega a su casa y sigue mirándolos por la ventana.

Ese delgado límite. Esa mínima diferencia. Esa (i)realidad.

Suescún, nacido en 1937, parece escapar de casi todos los tópicos que generalmente inundan a “nuestros” bardos.

En la variedad está la confusión.

Y antes que encontrarlo en antologías que hablen o demuestren la validez de su ejercicio, se halla en algún rincón de algún libro de otra índole como traductor.

“¡y con cantidades

de libros

en la cabeza!” dice en “Cosas del oficio”.

A veces basta con mirar por la ventana o salir a dar una vueltita para descansar o cambiar de aires.

Lo que, precisamente, parece que le ayuda a Suescún.

Eso, y vivir en Bogotá.

Porque la ciudad siempre está presente detrás de todo. Como un telón de fondo que no se puede cambiar o cuestionar.

En cambio, aquello que sí invoca ironías que no llegan a puerto alguno, son las referidas a la sociedad, de la que poco o nada se escapa.

Y bien esa puede ser la labor del poeta.

Contar. Y dejar que otras personas tomen las decisiones a partir de estos enigmáticos informes: “Las cosas que he ido escondiendo/bajo las piedras,/entre los esqueletos,/en el polvo, en las sillas, en los papeles,/entre pecho y espalda”.

Profetizando “que se avecinan/millones de hechos aún más lamentables”, mientras sus escogidos esta(ra)n a salvo: “Iba por la calle como quien va por un desierto,/sus ojos fijos en bellos espejismos”.Los otros, serán los condenados, aunque ya presencien el presente en permanente castigo: “vivo sin vivir en mí”, dice en “Lamento de un terrateniente”.

Y así va completando espacios: “Jamás tantos muertos”, “El ángel caído”; “Anticristo in pectore”; “Profeta antiguo se suicida”, “Viaje al futuro”, “Reporte económico” y “No esperes nada”.

Capítulo aparte merecen “!Qué dicha vivir en este país tan bello!” y “Los pájaros de Colombia”. El maravilloso verde de todos los colores ha sido reemplazado “¡Qué hermoso país es éste/con tantos matices del rojo,/aunque la sangre con el tiempo/se vuelve negra”.

¿Es esta una poesía social? ¿O política?

No parece. Y eso la hace mucho más valiosa. Porque lo que molesta al poeta no es lo que nombra sino lo que ausenta con lo que nombra.

Sin consignas, crea seguidores, a lo sumo silenciosos como él mismo.

Tal vez como debe ser. O debería ser.

Sin esperanza, ¿qué queda?

Seguir escribiendo, seguir caminando por ahí, tratando de encontrar algún fondo marino para descansar de todo hoy, seguir viendo, seguir añorando ese afuera, …

Calvin ya lo había dejado muy bien dicho: “Nada es tan malo desde que puedas salir de casa”.

Esa dicotomía que nos presentan estas fechas, por ejemplo.

Pero de contradicciones estamos hechos como seres humanos, y es esta la manera en que comenzamos a bordear el lado B de esta existencia, abrazando ese tipo de cosas que maravillan, y sorprenden, y a las que hay que agradecer con la revisita en muchas muchísimas ocasiones, y que debe indicar que el alcanzar una de estas orillas, provocan la obtención de más puntos para seguir adelante en este extraño y paranoico juego que hemos, nosotros mismos, llevar adelante hasta que no se pueda insertar una –otra- moneda.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"