sábado, 30 de agosto de 2008

LAMIENDO LAS PROPIAS HERIDAS

SED

Emma Lucía Ardila

Eafit. Medellín. 1999. 63 pp.

“How carefully I’ve shaped you in the solitude of days”

Andrew Fairley

LADO A

Esta (increíble & desconcertante) novela toca un par de temas preciosos, la inocencia como territorio fértil en el que se lleva a cabo la acción, y la locura, camino al que finalmente todos los caballos –yeguas en esta ocasión- se dirigen.

Raquel, la protagonista, está habitada por cuatro personas más: Sara, la avanzada; Olga, la conservadora; Aura, la arriesgada; y Alejo, el único hombre que puebla ese extraño mundo femenil. “Somos muchas”, dice en la primera parte del libro, lo que no deja de evocar esa máxima bíblica de la Legión. Aquí, en lugar del acantilado por el que son enviados los cerdos plagados de espíritus diabólicos, son los fríos y blancos pasadizos de un hospital mental en dónde vemos finalizar la posesión. O mejor, acompañamiento, porque en ningún momento se hace alusión a algo que no se quiere y sí que se maneja a un antojo sospechosamente batallador, cediéndole el turno a la voz que quiera mandar en tal o cual momento.

Ardila, con esta, su primera novela, se acerca a ese mundo que va narrando Albalucía Ángel en obras como “Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón” o “Misiá Señora” en lo relativo a esa furia masculina contra el enigma que guarda la mujer, y conjuga el paisaje estilístico que Tomás González plantea en sus obras. Lo que quiere decir que el cuidado que hay que prestarle a la escritora bumanguesa es de los de colección.

Raquel es una niña sumida en su propio ser, observando atenta a quien posiblemente es su única verdadera conexión con el mundo real, su hermana Leonor. “Sabía que si te miraba me iba a conmover, porque eras hermosa. Me emociona ver algo bello, es como una tristeza que me llena y todas nos quedamos mudas, presenciando.” Dice, en una escena aterradoramente bella, cuando le exigen a Leonor, hermana mayor, que bañé a Raquel.

La lectura se torna en un recorrido silencioso, denso y cercado; es imposible retirarse de allí una vez se comienzan a dar los primeros pasos.

Recorrido que se agradece de muchísimas formas, porque la historia que parte desde la infancia, sinuosamente va atravesando diferentes campos genéricos: las manifestaciones púberes y los cambios hormonales; la vergüenza por la llegada de “eso” que marcará la distancia entre la niñez y la etapa mayor; una terrible incomunicación con los padres y un ardoroso deseo de descubrir a dónde la llevarán la alas que sabe que tiene; el descubrimiento de esa sed que finalmente la llevará a escoger entre la libertad o la sumisión; un primer novio y la locura desatada entre las diferentes voces que la pueblan; la desintegración familiar a causa de la estrecha benevolencia, miedo eterno, de una madre coagulada en una única casilla; la imposibilidad de conectar con su padre; el abandono al que se ve obligada por las convenciones sociales, “cuando me siento puta me pongo a llorar”, dice sin haber tenido todavía su primera relación sexual; un matrimonio que resulta convertido en una expresión del horror; un camino silencioso, lento, inocente y directo a la locura; la indirecta comulgación consigo misma.

Ardila logra una pequeñísima obra digna de ser puesta en un lugar especial dentro de la bitácora de cualquier lector atento y consecuente que marche sobre el territorio colombiano.

El sueño, la duda, el diálogo en cada rincón de una noche inhóspita.

El mundo que Ardila empieza a zanjar deja ya huellas estrictas dentro de este camino que se aventuraba aún desnudo para ella.

Y el reflejo de una cadencia social que se repitió durante generaciones y que aun sigue siendo uno de los elementos favoritos al momento de pretender seguir una ruta, cualquiera, que indique que esta es nuestra vida.

LADO B

Hace tres años, cuando los primeros síntomas de una carrera por la calidad empezaban a llegar a un puerto fantasma, empecé a indagar a por esas mujeres que resultarían las salvadoras dentro del delirio mágico de mi mente bífida. No hubo respuestas que me convencieran de la forma en que pretendía partir y seguir ese rumbo. Y aunque podría empezar aquí, espacio preciso para las confesiones, a decir por qué mujeres y por qué no simplemente alguien que escriba, seguiré con mi necedad y diré –a gritos tal vez- que Albalucía Ángel es un punto aparte dentro de la ecuación que sigo como un pájaro bobo.

Y si hace tres años, alguien que no supo darme una respuesta satisfactoria, me hubiera dicho el nombre de esta mujer, seguramente hubiera corrido a buscar su nombre para empezar a seguir un rastro, una premonición. Pero, ya sabemos, todo llega a su debido tiempo, y nadie muere el día de la víspera.

Lo más importante, quizás, sea el haber descubierto que sigo creyendo en una literatura de géneros. Que “Madame Bovary soy yo” es pronunciada por un genio”, y que muy pocas personas pueden darse el lujo de tornar sus visones de vida al amparo de una cuestión eminentemente estilística. Hay mujeres que escriben, así como hay hombres que escriben, y cada una de las partes, por más genética, defensa o ceremonias de iniciación que pretendan imponer, son diferentes. Lo importante, se sea de una o de otra corriente, es hallar su propia voz, y después empezar a construir el hechizo que, lectores, esta vez sí asexuados o bisexuados, ustedes escogerán, hemos de radicar.

Y finalmente, saber que las promesas editoriales siguen siendo sólo eso. Que se necesita tener muchísima suerte para poder llegar a estas lejanas orillas de paisajes “la tierra aparecía dudosa entre la vida que resumaba sus jugos por todas partes, verde y renovada” perpetuos, en los que cabe casi cualquier cosa, excepto la loca manía de pretender ser una estrella de las letras.

Así que deposito mi tenue confianza en este territorio fértil y, por lo que leo, aparentemente abundante dentro de la escasa visualización de las letras nacionales. Y mientras clavo una bandera en algún descampado, y empiezo a montar la tienda de campaña para pasar una buena temporada aquí, mi mente empieza a planear las armas a escoger para cuando me toque el turno de regresar a la palidez memorable de la protohombría y marchar a la lucha, al ritmo que me pongan esas estructuras que veré colapsar, porque mi sangre ya está curada a otro nivel; y la lucha sigue. This is a fuckin’ war.

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Culmino el ciclo de Agosto, Vientos Femeninos con esta obra.....