sábado, 27 de diciembre de 2008

DEAD LEAVES AND THE DIRTY GROUND

27 RELATOS COLOMBIANOS
VV.AA.
Planeta. Bogotá. Septiembre de 2006. 393 pp.


La anécdota es imprecisa. A Jack White le piden participar en un álbum tribvto a uno de sus ídolos (vivos) del blues, pero ni siquiera lo va a poder disfrutar, porque se trata de entrar al estudio, tocar la canción y ya. Lo que quería White era flirtear con el músico y extender hasta la iluminación el jam para disfrutar realmente aquella experiencia.
La palabra clave, pues, el día de hoy, es jam. Una palabraclave en todo esto de la música, pero que no tiene una traducción exacta en el español. Improvisar, quizás, pero la verdad es que va más allá. Porque en un jam, se navega, se desliza, y por lo tanto, se descubre. Algo. Y ese algo es lo que buscan los músicos. Lo que en otras zonas se podría catalogar de verdad.

Carlos Soler en el Boletín Bibliográfico del Banco de la República número 66 reseña dos antologías: los doce relatos eróticos y los cuentos caníbales, y habla cortésmente en torno a la figura siempre palpitante de la reunión de algunos autores alrededor de una hoguera. Soler nombra las antologías regionales, temáticas, convencionales, generacionales, innovadoras…Y la verdad es que siempre va a ser difícil tener la última palabra en torno a una de ellas.
El fenómeno editorial colombiano de la última década dará mucho para hablar. La verdad, como suele suceder en el terreno de la literatura, se verá en tres o cuatro décadas, cuando el suelo (de ruido) se asiente y se vean las furias reales nadando sumergidas allá –indómitas- muy cerca del poco fondo.
Mientras tanto, a quienes vivimos en esta cuerda floja a la que hemos de llamar presente, no nos queda más que respirar “el olor de la era”. Gústenos o no.
Y parte de ese rompecabezas viviente, es esta antología.
Por un lado, hecha como regalo a sus “suscriptores” por una de las más poderosas casas editoriales en español de la actualidad. Por el otro, hecha de nacionales, lo que la hace interesante, guiadora o diferente. Y como los peligrosos alcances que una casa editorial capaz de embolsillarse el diario de circulación nacional vocero del gobierno de turno no tienen cabida en este artículo, no me queda más que referirme a la parte que, parece ser, menos importa a la hora de la verdad dentro de esta ecuación: sus protagonistas.

Cuando de literatura contemporánea se trata, nadie puede tener la última palabra. No sé la razón de eso, pero así es. Algunas velocidades, posiblemente.
Acostumbrados a –cito una vez más a Soler- antologías generacionales, es grato ver a gente reunida en torno a una (inútil) idea de nación. Aunque, para aquel entonces, todos vivos.
Los años treinta, los cincuenta, los sesenta, los setenta. Perfectamente tres generaciones compiladas en un libro. Eso suena interesante. Rompe mitos y fresquea las cosas. Sin afanes. Sin extremismos.
Es decir, la idea de la antología es lo interesante. La antología en sí, no.
Hay cuatro fuentes para las ponencias: revistas –tanto virtuales como reales: Abad (Ala de cuervo) + Burgos (Conversaciones desde la soledad); los fragmentos de obras ya publicadas –mayoría-; los fragmentos de novelas inéditas: Cardona y Castilla; y los inéditos, que podría traducirse como en lo más interesante del libro y por lo que vale la pena guardarlo con el resto del chucrut.
Ahora, -vuelvo a Soler- lo que no entiendo de los negocios, es la no dialogación de datos. Si el cuento de Botero es extraído de un libro de ediciones B, ¿por qué ponen el cuento de Gamboa –Urnas- como inédito cuando se conoce desde el siglo pasado y estuvo en “El cerco de Bogotá” que pertenece a ediciones B?
Soler se quejaba de la falta de seriedad en las antologías reseñadas por él y hacia el llamado de atención para que ese tipo de faltas no se repitiera. Pero eso es imposible. Lo que puedo ver en esto es que se vuelve a lo mismo que es tan frecuente en Colombia: lo actual es lo real, lo que quiere decir que detrás no hay nadie en la fila. Como espontáneo. Como si la historia no hubiese sucedido. Como si el elemento protagonista del momento tuviera toda la razón.
Igual sucede con el cuento de Silva Romero, editado previamente en una antología del Fondo de Cultura Económica y que se lee desde el 2003 en la página virtual del bogotano.
Pero lo repito, no tengo ni la mínima idea del por qué de esas cuestiones. Y no me queda bien especular.
Caso contrario, en Mendoza y en Sanín, cuyos relatos aparecieron más adelante en otros espacios. El cuento de Mendoza en la reedición de su primer libro de cuentos, “La travesía del vidente”, y el cuento de Sanín en esa antología –solo para jovencitos- “El futuro no es nuestro”.
¿Ah?

Pero me refería a los protagonistas del libro y decía que no era una muy buena antología. Y no lo es, porque –como suele suceder últimamente- el afán y la codicia prima sobre la calidad o la paciencia.
¿Qué tienen esas obras griegas que emocionan tanto? Comparándolas con esto leído, el mito. Es decir, esa fuerza invisible sobrehumana que se aposenta sobre unas pequeñas muestras y las hace inmortales. ¿Y hay algo de eso aquí? Seguramente. Y tal vez sea nuestro deber el descubrir esos casos, como tal vez sea nuestra misión el atender ciertos llamados que hace la misma naturaleza de las obras.
Por ejemplo, descartar a autores de tajo. Por más nombres o recursos que tengan. Pero hacerlo de una vez por todas: Becerra, García, Gossaín, Quiroz, Vargas. Gente que es mejor oír cada mañana o leer en divertidas columnas de opinión, o hallar en espacios siderúrgicos.
O por ejemplo, destacar a autores que lo hacen muy bien, y que se convierten en favoritos de todos los tiempos y que hacen introducirse en este tipo de obras, por ejemplo: Medina, Mendoza, Pérez, Sanín.
O confesar ese coqueteo con Burgos, Botero, Serrano, Silva, que va y viene todo el tiempo.
O el descubrir a Tafur, a Lara, a Restrepo.
O ese repasar femenino de Castilla.
O ese humor furioso de Constaín.
O despertar esa frescura que se sentía en la adolescencia frente a Castro.
Pero más, no creo que se pueda hacer.
Yo trato de armar un rompecabezas que se está moviendo todo el tiempo por fuera de mi cabeza. Y con eso quedo contento.
Pero meterle muela a una obra y sentir un gusto maluco, es parte del juego.
Como un tiburón, que necesita sentir con su boca aquello que le puede servir. O no.

A veces, por más poder que se tenga entre manos, se hace lo que se puede con los ingredientes que se encuentran en la cocina. Es lo que sucede con esta antología. El problema del poder es que sigue unos densos patrones protocolarios y a veces hace que un movimiento que necesite ligereza –léase riesgo- se demore o se dificulte.
Lo repito: las décadas que vienen mostrarán quién tenía la razón.
Una carrera loca al infierno es esto que vivimos hoy en día.
Allá afuera cada una de las personas tiene un método para….y funciona para ellxs.
Desde este ring de lucha libre, me divierto. Un resto. Y ese foco de risas, que también produce escalofríos de vez en cuando, es lo que me emociona. Un sentimiento clave en la época que se quiera o se busque.
¿Pero quién puede quitar lo bailado, lo comido, lo leído?



(esta columna continuará….)

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"