sábado, 25 de abril de 2009

A QUIÉN PUEDA INTERESAR

CARTAS DE LA PERSISTENCIA
VV.AA.
Alcaldía Mayor de Bogotá. Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Secretaría de Educación. Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Libro al viento # 50. Bogotá. Septiembre de 2008. 149 pp.

Si bien el artículo anterior pertenecía a otro paquete que finalmente llegó a este espacio, la fecha original de su factura se ubica a mediados de agosto de 2008. Y contiene una idea tan provocativa como absurda o atrevida: oír no las voces delicadas y preparadas (¿programadas?) de los escritores ya cansados de andar trasegando –neonómadas- de Festival en Festival, sino las voces de la gente el común, la que yace a ras de tierra –la crónica quedaba por fuera del pacto-.
Pues esa petición se responde con este título.
Las Cartas de la Persistencia fue un proyecto liderado por la Biblioteca Luis Ángel Arango que buscó “incentivar la escritura epistolar”, “para animar a los colombianos a contarle a otros su historia cotidiana y personal sobre cómo se enfrenta la adversidad en Colombia”, y estuvo abierta desde abril a septiembre de 2007, con motivo de Bogotá Capital Mundial del Libro.
Lo que se lee, es lo que se oye, tal cual. Sin mucha edición ni efectos especiales. Una voz más dispuesta a no esperar algo que no sea la lectura, la escucha. Una voz que se derrama en pasión al intentar una cierta salvación por medio de ese redescubrimiento como lo es la palabra escrita, esa fuente de agua en medio de un oasis artificial o en el que exigen ciertas condiciones para entrar y disfrutar.

Divididas en capítulos: sobre el diario vivir, cartas a los muertos, cartas familiares, cartas a amigos o amantes, la ausencia, el conflicto, se está frente a una bella muestra de realidad pausada, enmarcada y vital.
“(..) historias que me han llenado de fuerzas para no desvanecer, para no rendirme”, le dice Layla a Ivette; “Y por eso he seguido soñando, soñar aún en el desierto, soñar aún en la soledad, soñar aún en el dolor, porque eso es fuerza para levantarse y ver otras opciones”, le dice Tadi a la maestra Vianney; “Tu confianza me da ganancia”, le dice María Juliana a Dios.
El dolor, las huellas de un tiempo que se antoja infinito, ecos o resultados; sueños o esperanzas. Momentos o instantes precisos. La muerte. El día. La vida o sus sombras como compañía vital. Palabras que gota a gota forman una clase de río presente desde la ausencia o distancia. Un poder. Un altar. Una sugestiva clase de magia que se incrusta y antes del primer latido ya ha diseminado sus semillas raíces por doquier.
Un hábito silente. Una manera desprevenida de presentir aquello que va a tener respuesta. O salida. O salvación.
Después no queda más que seguir habitando un lugar exacto, que muchas veces cambia por motivos diferentes y extraños, irreales. Pero ese momento escrito, la palabra, la vida, la sangre, la esencia, sigue y sigue, sin necesidad de mutar bajo otras realidades o características propias, excepto por los ojos de aquella persona que se acerca a beber en su orilla, ese pasado consignado para siempre en un presente anhelante de seguir adelante.
Eso son estas cartas.
Un agradecimiento colectivo por ser escuchados por medio de la escritura, como dijo Karen Daiana.
“Ya mañana sabremos la verdad.”

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"