LA MARAVILLOSA VIDA BREVE DE ÓSCAR WAO
Junot Díaz
Mondadori. Bogotá. Septiembre de 2008. 309 pp.
¿Qué es primero, el desastre o el miedo?
¿La alienación o la colonización?
¿La marginalidad o la invisibilidad?
Después de presenciar cómo algunos soles se apagaban más pronto de lo estipulado, el panorama desolado que se percibía según lados de la figura geométrica dejada a manera de abandono, mostraba señales inconfundibles de un crecimiento acelerado desde otras ópticas. Visiones de quienes caminaban con sus bártulos al hombro, inconexos, sin prisa, bellos, residentes.
Algunas ideas o propósitos quedaban atrás, muy alejados de la realidad recordada, acabada de sucederse.
La Tierra Firme lejos, así que los movimientos se medían por oleajes, por maremotos, por los ecos oceánicos que retumbaban en las sienes.
¡Y el color!
Elemento invaluable dentro de la ecuación.
La Trampa había sido burlada.
De un tiempo para ‘cá, sujetos de diversas indolencias se habían propuesto descubrir el misterio que yacía debajo de la carcajada pregrabada que sometía a las naciones tropicales.
Generación misteriosa de nómadas, seguían –como zombies- rastros de lo incompleto, como si la adulteración de los microchips implantados al momento de nacer en esta parte del mundo surtiera efecto y el control se diseminara por los conductos de prueba o de ensayo y error en las luchas no mortales que sostuvieron en universidades de cierto renombre o diferente idioma al materno, mezclando todo con todo, como se hizo en un principio, como se seguiría haciendo hasta el final de los tiempos.
Permitirse ser. Cuando se creía que toda Misión (auténtica) estaba destinada a perderse en las insondables arenas de lo Global.
Las luces indicaban que todavía existía eso llamado Patria o Nación. Y como un apéndice, innecesario pero imposible de extraer, la identificación, la llamada silente de la sangre, de la barrera genética, de la tradición que pesaba cada vez más con cada siglo que pasaba de largo y proveía a los vivientes temporales de otros códigos para ser identificados, para ser reunidos en caso de extracción de los seres vivientes del Planeta.
El Mito había cambiado, pero no desaparecido. Las costumbres se mantenían intactas, muchas de ellas como una forma de Gozo Poderoso, pero las nuevas, las de la diáspora o adopción, también ocupaban un digno lugar en el espacio cerebral emocional del huésped de turno. Y era imposible plantear una lucha en contra de.
Lo vivo había sido reemplazado por lo irreal, pero una vez hechas las conversiones exactas desde el pálpito de la emoción, las respuestas equivalentes eran las mismas, o casi; pero la duda frente a la opción no se consideraba.
Lo nuevo, ese camino. Lo nuevo, esa respuesta.
Díaz, junto a Bisama y Medina Reyes, pertenece a esa clase de nerdo freak que sucumbe ante los cómics y al igual que Bob Dylan o Raúl Gómez Jattin, convierte la fuente popular en un dechado de poesía (o)culta, elevando de categoría cualquier elemento sónico que haya tenido una posibilidad de ser asimilado por la fuerza narrativa.
¿Pero ya Shakespeare no lo había puesto en práctica?
Seguir el camino de la familia Cabral es delicioso. Doloroso, es cierto, trágico, terrible, delirante, ofuscado, pero tan real, como cualquier saga dictada desde el reducto último de Macondo.
Los mentirosos no son los que cuentan, sino los que no creen. Que exageran los alcances o los límites de una aventura arriesgada, es cierto, pero no por ello, increíble.
Y claro, todo parte desde qué porción del alimento se escoge para no ser eliminado del reality eterno.
Es desde esa arista, muchas veces enana o marsupial, que la raíz alcanza el punto del no retorno, que no es otro que el del punto de partida. Bucle divino: sin retorno –al igual que la migración-; punto de partida –el nowhere man correspondiente a cada apartado nacional-.
Y ya lo dijo la abuela de Blades: las sorpresas que da la vida son los fuegos artificiales del futuro más próximo, que ante el abandono débil y cobarde de algunos, puede ser del auténtico, y no por ello “macho”, pero si quizás, más humilde en el sentido de considerarse parte del rompecabezas que ni esta ni la siguiente ni la próxima generación se atreverán a armar. No todavía.
La novela ganadora del Premio Pulitzer 2008 me hace recordar cantidades a ese otro monstruo de nuestra era llamado “Mantra”, del polifacético argentino radicado en Barcelona Rodrigo Fresán, y mientras se sucede la historia del dominicano, me respondo en silencio esa pregunta: ¿por qué no Rodrigo recorre el mundo tal como lo hace Junot? Y vale, la respuesta es más sencilla de lo habitual, porque mientras Díaz habla sobre un freak, Fresán convierte a sus lectores en esas figuras tan aterradoras a las que la gente normal, del común, transnacionales, lectores normales de la vida de Wao, le huyen como a la peste. Pero Centro definitivo de las mejores opciones para el futuro –Nuestro- inmediato que no alcanzaremos, lo repito, a vivir a plenitud.
¿Pero acaso, a Galactus, le importan esas vidas breves, anónimas, apabullantes, discordantes, bellas, silentes?
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