HAPPY DAYS
VV.AA.
La Silueta Ediciones. Abril de 2009. 76 pp.
A
La idea, según la entendí, era recoger el libro del piso y como si de una limosna se tratara, enchoclar unas monedas en el frasco de vidrio ubicado estratégicamente en la mitad de ese sector de la Galería Valenzuela & Klenner, dónde se llevaba a cabo la exposición “Happy days”, del joven Juan Mejía. Una exposición que intenta alcanzar el punto en que la formación se nota a tope y no importa la perfección del resultado. Algo que es muy común ver en las obras de los recién graduados de ciertas carreras artísticas, en lo que prima el interés por una nota o un comentario que sostenga la endeble fachada del destino y no una necesidad más profunda, quizás real.
El libro mencionado era una recopilación de textos convocados por el mismo Mejía a algunos cercanos amigos y conocidos para expandir la idea que le daba título a su exposición: los días felices que dan tanto de que hablar y/o pensar.
Entre los exponentes, se encontraban: Víctor Albarracín, Sandra Rengifo, Humberto Junca y Manuel Kalmanovitz, entre otras personalidades.
Y el contenido, como se puede suponer, era libre. Corto, eso sí, pero libre.
Por lo que se pueden leer algunas reflexiones que de sencillas ocultan lo hondo que pueden llegar a cuestionar: ¿Qué tanto de día de 24 horas puede tener o permitirse un “día feliz”? o ¿Cómo encontrar esa “flor” de felicidad en un jardín de piedras?
Algunos experimentos mágicos, como el “Happy Days” (fragmento), de Bernardo Ortiz, o el mensaje poético de Eme.
Realidades hiperconcentradas, como la de Humberto Junca, confesiones falaces y al mismo tiempo indagatorias de búsquedas obligadas en períodos claves de la vida, como el de Sandra Rengifo, nostálgicos como el de Alejandro Navarro, o irónicos como el de Alain de Beaufort.
La felicidad, al parecer, da para muchas variadas cosas.
B
¿Qué es la felicidad?
¿Existe acaso eso?
¿Se puede escapar de ella?
¿Vale la pena echarle una mirada de cerquita?
¿Y después no preguntar por aquello que se encontró dónde no se buscaba nada?
Lo curioso tanto del libro como de la exposición, es que nunca me había preguntado si era o no feliz, y después de revisar amabas cosas, no sólo no me lo pregunto, sino que tiendo a seguir con mi vida –feliz o no- tal como la llevaba antes de ese grato hallazgo.
¿Es tan difícil confesarse feliz?
¿Es, como algunos de los intervencionistas, un estado metafórico? ¿Irreal? ¿Surreal? ¿De la infancia?
¿Cómo es ser feliz después de los 30?
¿En los 40?
Así como el sexo después de los 50 empieza a ser visto como una anomalía por jóvenes e incluso por los mismos protagonistas temporales, ¿está prohibida la felicidad después de tal número de años o X período en la vida?
¿Y no dizque “semos” el segundo o tercer país m+s feliz sobre la faz de la Tierra?
Por lo que veo, este escrito pálido se fue por una serie de recovecos que no pude salvar.
Seguramente tendría que seguir las indicaciones de la manera correcta de hacer una reseña, pero en lugar del blablabla de rigor, decidí untarme un pie de la propuesta del artista y jugarlo lejos del playground de la convocatoria.
¿Será un gran riesgo decir que soy feliz?
¿Y será obligatorio empezar a decir el por qué?
¿Seré a raíz de eso un sospechoso?
C
No fue mucho después, cuando me senté con calma, por primera vez en diez años, a beberme esa infusión, que mirando el cielo desde la ventana de la casa, sentí algo que había sentido muy pocas veces en mi infancia y siempre había confundido con un objeto o con un momento. Tanto aquella lejana vez como aquella tarde de agradable soledad, supe que el motivo de mi sensación interna era poder ver ese cielo móvil y abierto, tan veloz y sugestivo que trataba de decir algo o tal vez nada, pero cuyas formas –así lo vi- podrían significar algo. ¿Qué? No lo sé. Sentirnos seres humanos es una de las más profundas experiencias que se puedan tener, y poder ver el cielo desde la sala de mi casa fue una epifanía. Y por ello ahora trato de capturar diferentes estados del cielo en diferentes circunstancias o motivos y eso me hace feliz. No sé si todo el tiempo o un ratico o de día o de noche, pero el guardarlo en mi cerebro, y sin que nadie más lo sepa, hasta ahora, me permite alcanzarlo cuando quiera, o cuando me acuerde, y el revivirlo, me hace Feliz.
D
Al fin de cuentas, según el sincronario de las 13 lunas, basado en el Calendario Maya, estamos en un período de la Historia en que el “tiempo es arte”, y acercarse a la fuente de las palabras para que los artistas expliquen su razón o motivo, no es tan discordante como podría pensarse o imaginarse.
Acaso, ¿algún día pasarán de moda las palabras?
¿El color?
¿La imaginación?
¿Los recuerdos?
¿La posibilidad de?
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