DIEZ (POSIBLES) RAZONES PARA LA TRISTEZA DEL PENSAMIENTO
George Steiner
Fondo de Cultura Económica + Centzontle + Siruela. México D.F. Marzo de 2007. 83 pp.
Sucede al rozar la superficie. Entonces el agua parece cambiar de ánimo y tocar con mayor suavidad. Con una calma desconocida. Pero para obtenerla, se necesita hacer el gesto perfecto de la brazada. De lo contrario, la lejanía será insalvable.
En realidad, es tan escasa la posibilidad de sentirlo, que tiene más visos de mito entre las comunidades acuáticas. Se dice, cuando la luz apunta a la cara, que generalmente surge en horarios inverosímiles: demasiado temprano, o en esa locura de la noche profunda.
Siempre creí que la persona que lo hiciera, lo transmitiría al instante y todo el mundo se enteraría de ello y podría, por fin, demostrarse tal fenómeno.
Pero resultó que nunca nadie dijo nada, y no lo hicieron, sencillamente porque todas las personas tenían una concepción diferente de la manera de performar el brazo en el agua, lo que significaba que el gesto como plantilla general no existía, o era invisible; uno más –único, personal- entre tantas maneras y estilos por cabeza se produjeran.
Podría hacerse una vez al día por alguien que practicara el rito de la velocidad; podría hacerlo cada ciclo que se le veía a tal o cual atleta.
No quedó más que callar el descubrimiento, y como si de Papá Noel, dejar que cada generación expandiera su conocimiento en ese territorio mistérico.
La clave, así lo quiero sugerir, reside en el tiempo transcurrido, en ese pasaje atmosférico, biológico, físico, liviano que se atraviesa.
La memoria, quizás. Y detrás de ella, sosteniéndolo todo, el pensamiento. Es decir, según Schelling, la tristeza.
Ver, pero no tocar. O vivir, pensar, pero jamás alcanzar.
Ese infinito gesto que sirve de cuartel general.
Esa infinita contradicción que nos limita porque nos contiene, y al sostenernos, nos hace ser lo que somos.
“Nuestra taxonomía, notablemente en el medio sociopolítico actual, tiende a lo igualitario. ¿No disfraza y falsifica esto una jerarquía evidente, pero en la que se repara escasas veces y con incomodidad?”, dice Steiner.
El miedo a mirarse a esa figura pensil. A sumergirse en un terreno que nunca alcanzará a ser explorado ni intuido. Mucho menos pensado.
Lo curvo natural pretendidamente recto, y en fila ordenada.
La retórica abandonada para ceder el espacio al silencio y provocar otra deliciosa inundación.
“Somos seres humanos, hijo mío, casi pájaros,/héroes públicos y secretos”, dice Roberto Bolaño al final del poema “Godzilla en México”.
El lenguaje a ser el enemigo natural más despiadado del pensamiento permite a Steiner imaginar que esa es la razón por la que los grandes simios no lo han desarrollado.
Los animales, las animalas….¿Será una manera soterrada de permitirse una venganza en zancadilla debajo de la mesa por la distancia –tranquila- en que se hallan las bestias?
¿Será una forma más o menos coherente de explicar el despilfarro del pensamiento?
¡Esa manía de buscar ser nosotros!
Al final parece que lo único que queda, como imagen, es la caída por la ventana tras tropezar con el espejo.
Pero para proponer consecuentemente la ecuación, hace falta la sustancia del desprendimiento, y por lo visto, el círculo se completa para, al morderse la cola y no tragarla, enfrentarse a esa verdad de diferentes colores.
He ahí la tristeza. Descubrirse la naturaleza rota que como seres humanos –y no pájaros- cargamos en nuestro también opaco o infinito código genético.
Lo que significaría otra razón para empezar a tropezarnos o liarnos a los golpes con otra sustancia física y palpitante del Planeta Tierra….La Lava, por ejemplo.
Y de nuevo, la fluidez se hace presente.
Y antes de que la esencia suba hasta un límite preferiblemente prohibido en el acantilado, opto por cerrar la puerta, aunque las ventanas queden pacíficamente abiertas.
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Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual"
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