domingo, 29 de noviembre de 2009

“NOSOTROS, EL SILENCIO, DONDE INICIA LA DANZA SIN CENTRO”

MIRAR EL AIRE

Felipe García Quintero

Editorial Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Agosto de 2009. 100 pp.

A veces me pregunto qué sucedería si el poeta nacional no fuera Silva sino de Greiff. Qué tanto de la idiosincrasia mutaría bajo esas claras señales impenetrables de signos oscuros o palabras que llaman los que saben y conocen.

Pasar de las sombras largas a la cacería de crepúsculos. Y en lugar de diseñar mapas sobre la piel, tomarse un minuto del tiempo de la vida para recordar dónde diablos está tal o cuál libro.

Neil Young lo había advertido a finales de los setenta: Es mejor arder que oxidarse.

Así que dejemos ciertos íconos quietos y junto a ellos, a las personas que arrodilladas (les) rezan, y salgamos a la calle, a la realidad. A esos golpes tan lúgubres, tan lúgubres. A recibir las vagas noticias que indican cierto porvenir presentual de carácter obligatorio y no devolutivo.

Habitar el laberinto no es malo. Quizás, una parte, sea el tener que dar cada paso auspiciado por un mapa, o estar tan completamente descocado que cualquier parte es lo mejor.

Algunas de la inquietudes serán atendidas por la intuición. Las otras, jamás tendrán una respuesta satisfactoria. Quizás una mirada muy por encima del hombro, una sonrisa compasiva un tanto burletera, y a seguir presenciando el espectáculo.

¿Pero salir? ¿Escapar?

Nah. Todavía hay mucho por aprender.

Felipe García Quintero, afortunadamente, existe. Y eso parece ser suficiente.

Payanés, gestor cultural, mecenas de ese Fuego Inolvidable llamado Johann Rodríguez-Bravo, provocador desde la Editorial Axis Mundi, profesor universitario, es un delicado eslabón dentro de esa vasta y torrencial historia de la poética colombiana, afortunadamente tan al margen, que a su orilla llegan a beber justo las personas escogidas por un macabro azar, deleitándose en medio de tan extraño efecto: el silencio.

De la visceralidad de un Rojas Herazo a la organicidad de Cadavid, incluso con tiempo para un sugestivo guiño del ojo a su propia obra, “mirar el aire” es un canto de los elementos para una persona reconocida como parte de un mundo que también vive, se agita, respira y tiende a recordar más de la cuenta.

Sin la poesía el pensamiento no podría existir, dijo Beckett.

Sospecho que tampoco la naturaleza.

Dividido en dos partes: “Viento escrito” y “Arrullo insomne”, el fractal semeja a un río que va recorriendo parte de una región o zona tan disímil como tejida dentro de sus mismas diferencias, siempre atento a cada paso dado, a cada huella –delicada- dejada para el futuro avizor.

El tiempo esquivo –que siempre ha llamado la atención de García Quintero-, los ecos permitidos aunque imposibles de una infancia a cada segundo más distante, la búsqueda de un camino invisible que promete un encuentro consigo mismo, y hasta posibles –y no comprobados- elementos de un desastre anunciado y poco visitado desde otras orillas literarias: la muerte dolorosa, el calor de la sangre viva aún desconcertada por el inútil derramamiento, la fe descompuesta en una parábola social, la culturización de la tristeza. La caída de varios metros para dejar todo atrás en manos, ojos, almas de los demás.

REY EN SU TRONO

Desbocado en lo inmóvil

el grito al que nadie presta sus ojos

paisaje extinto por el que ninguno pregunta.

Así de profunda es la oscuridad

cuando del aire brota lo enterrado.

Esa poesía que es capaz de crear un diálogo silente con algunos de los ingredientes poco empleados en el devenir cotidiano es mucha de la que se construye hoy en día: los puentes de huesos que hay que atravesar como si de cuerdas flojas palpitantes, de Lucía Estrada; la sinfonía cupular celestial siempre ahí tan presentes y mutables –sin ortografía- de Jorge Cadavid; o la realidad corporal humana, patentada por medio de las huellas de una manos juguetonas sin principio ni final: señales dignas de un camino que memorias ya recorrieron, pero que a otros sólo les resta seguir con pisadas de diferentes sensaciones. “Cuán bello es yacer bajo esas sombras/que gotean de la mano abierta.”

La sensación al recorrer este paisaje es densa. Un tanto viscosa, quizás. Pero bella e inasible, como todo eso natural que queda todavía por descubrir. Sin avisos, sin propagandas, sin anuncios o cronómetros, con las luces propias atentas al devenir de las situaciones, en soledades amplias, profundas y espectrales, en santa desnudez, con la prisa del agua que va indagando caminos, sombras mutables perfectamente empinadas, figuras fantasmales que ya no evocan distancias, piezas de un rompecabezas infinito que van cayendo en sus justos lugares como hojas secas desprendidas de un árbol anciano.

La historia humana es ir de orilla en orilla buscando donde asentar su espíritu nómada.

“Lo demás, hace parte de lo demás”.

“Palabras que no dicen lo que el silencio habla”

Y si es esa la razón de una actualidad invisible, ¿por qué el presente está tan manchado del pasado –afortunadamente- ya caduco en estas estancias del juego?

Vocablo a Vocablo, desapareceremos sin dejar rastro…

Próxima Estación: Ausencia.

(Todos estáticos)

(Fin del primer acto)

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual