sábado, 21 de noviembre de 2009

PROHIBIDO HACER SUS NECESIDADES AQUÍ –Estado presentual de la Lit. Col.-

DISTURBIO

Miguel Ángel Manrique

Seix Barral. Bogotá. Mayo de 2009. 195 pp.

I.

El “héroe problemático” Manuel Martínez se vuelve un ser entrañable. Capaz de rozar el oído del lector. De acompañarlo por los pasillos de una buena novela. De permitirle indagar por lo que yace más allá de una piel invisible.

Incluso sus compañeros de pupitre lo hacen tan jodidamente bien, que hasta los besos dados en medio de una rhumba iniciática comunican imágenes.

Y siendo formales con este género de la reseña, pediría explicaciones a los diálogos, puesto que carecen de la fuerza que mantiene a lo largo de las casi 200 páginas de vida la obra. ¿Pero no habíamos quedado en que es una falla perenne en nuestra literatura? ¿En que son poquísimos –García Márquez, Vargas Llosa, Molano Vargas- los capaces de sobrevivir impunes ante el embate par?

La novela gira sobre una clase de crítica literaria en donde “habita el horror”. La profesora, Victoria Trujillo, paradigma de la rancia clase elitista de la academia, mantiene una terrible –y entendible- dualidad con su profesión: casada con una vieja –ya fallecido- eminencia de las letras, descubre las infidelidades de su respetado esposo en medio de una crisis de pasión y deseo solitario, lo que la pone en una nueva situación de cazadora de nóveles alumnos; e incapaz de reconocer una cierta nueva tendencia literaria que rompe con todo lo sacro canónico que ha alimentado las ruinas de unas facultades a lo largo de casi todo el vetusto siglo XX.

Martínez habla de Stephen King y de Kalimán, seudoposmoderno cuando todavía los bebés necesitaban de las manos adultas para realizar cualquier acción requerida para seguir con vida.

Los conflictos, pues, a la orden del día.

Lo interesante es que Manrique juega con esos problemas intrínsecos colgando tal o cuál grafiti o rayón de pared o pupitre o baño.

Agregándole noticias a manera de recortes de prensa que distribuyen el tiempo de la obra.

Al final, cada loco con su tema, es perseguido por la inclemente pluma del autor hasta dejarlos en una orilla tristemente oscura muy acorde con cada una de las santas caricaturizaciones del deber por cumplir.

“(..) y los miembros de la “comunidad uniandina” tendrán que esperar otra glamorosa celebración de la historia para poder actualizar la memoria de una forma cotidiana, ágil y sugestiva, alterna a las sesudas investigaciones constreñidas al fuero de la excelencia, retóricas que logran obtener el reconocimiento académico pero tienen poca incidencia en la vida nacional.”, dice un aguerrido Lucas Ospina en su página. http://lucasospina.blogspot.com/2009/11/escuela-de-rebeldia.html

Lo que, creo, permite resumir parte de la intención de Manrique.

Pero dejemos la parte aburrida de la reseña –contar o señalar aquello que se ha leído y se aspira a hacer leer- y demos paso a la seducción por el azar o ♥freecore♥ que llaman los editores de este espacio.

II.

¿Qué –más allá de todo el espectro- representa esta obra?

Empezando, una bofetada a parte de la docta literatura canonizada a la fuerza por la rancia prensa nacional, perezosa por lo demás, incapaz de mirar más allacito de lo supuestamente popular u obligatorio por cuestiones contractuales, de presupuesto y posibles alianzas estratégicas. Cero independencia, nulidad para la proyección alejada de las vanas luces del espectáculo. En fin…

Y un escupitajo a parte de los héroes naturales del cercado paisaje o del neodesconocimiento de lo que se escribe por estos lares.

Las pretensiones de nombrar una Bogotá de calles coloniales que hace que García Ángel? escriba esos esperpentos queda, menos mal, apagada a partir de la página 84 –hasta la 86, cuando cierra el trance con el “aquí nos tocó, qué se puede hacer” correspondiente.

Las pretensiones de albergar una neoviolencia del azar sangriento y ciego que ha llevado a Mendoza a publicar siete novelas que van tras la misma mágica sombra, queda reducida a unas sucias risas pregrabadas ante lo leído acá.

Y las pretensiones de capturar el ambiente vil universitario de un bisoño Gamboa, son mandadas a recoger ipso facto ante las confesiones de este autor que se erige como un vocero no atendido en las puertas de un infierno de piñata.

III.

Después llegan las preguntas.

Y no, no espero a que las respondan ellos.

Es decir, pueden gritar y vociferar lo que quieran, que no se les atenderá.

Aunque, aclaro, las puertas permanecen abiertas.

Efecto Boomerang y esos chistes tan pasados de moda.

Que cada cual piense lo que quiera.

Latino o no.

Colombiana o no.

Lo que sea.

Lo Que Putas Sea.

Ante la bella manifestación de la no viabilidad de algo digno dentro de la narrativa, lo mejor es presenciar el atardecer de una era mientras luchan infructuosamente contra su porvenir helado en una historia que hará sonrojar de la risa a quienes –pobres- la lean en unos 20 ó 30 años.

Todo el olvido, todo el polvo, toda la noche eterna en la que se cayó y no hubo posibilidades de emerger.

Orgullosamente dando la espalda a un sol artificial, lo mejor es leer desde la mismísima playa de los santos muertos vivientes en el que muy de vez en cuando llegan a abrevar especímenes brillantes.

Después, podremos seguir respirando, alejados de la formalización, de las presentaciones, de la utilización, de la elegancia, de las flores y las luces.

A la verdad, a veces, le basta con ella misma y ya.

Y no todos vivirán para defender cada vez que salgan a la palestra pública sus bodrios.

IV.

He dicho.

V.

Que se los coma el perro, Vana Literatura Colombiana.

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