sábado, 30 de enero de 2010

“WHEN ACTING AS A WAVE”

TRAICIONES DE LA MEMORIA

Héctor Abad Faciolince

Alfaguara. Bogotá. Diciembre de 2009. 265 pp

En una de las entrevistas que Abad Faciolince concedió con motivo del lanzamiento del libro que nos ocupa el día de hoy, confesaba cierto triunfo al saberse autor de un libro de esos que pasa la barrera y se convierte, más allá de un fenómeno literario, en una acción de tintes sociológicas.

La suerte de Colombia, el destino, el azar, la planeación, siempre parece apuntar en la misma dirección y es la de la violencia.

No hay, hoy en día, una sola persona viva nacida en este pútrido suelo patrio que haya podido presenciar una época extensa de tranquilidad, paz o bienestar común.

Tres largos años atrás, el crítico peruano Gustavo Faverón Patriau fue encargado por una prestigiosa revista española para escribir un artículo que girara en torno a la literatura de la violencia en su país de origen; dos escritores, Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo habían ganado premios internacionales con obras que tocaban el tema de la guerrilla senderista, a lo que, Faverón, avisaba que si creían que estos autores abrían una brecha reciente, solamente adelantaban un camino que había partido a mediados de los 70 y que anunciaba, de manera terrible, candente y profética, lo que se venía encima que comenzaría diez años, más o menos, después.

Siempre me llamó la atención, antes de conocer esa historia peruana, que los tres representantes de B39, del Perú, antes o después, presentaran obras signadas por el germen de la violencia, mientras que el plató colombiano jugaba a reconocerse en fiestas de disfraces y laberínticos antros con baja asistencia oxígenal.

¿Qué sucedía en nuestro país?

Se narraba otro tipo de violencia.

Una que iba más allá de la presentada por los peruanos, puesto que por ella hacía mucho tiempo habíamos pasado como nación, y los radares apuntaban hacia otros sectores, quizás más cercanos, como las ciudades, las pandillas, las paranoias, la confrontación con la actualidad (su)real.

Por eso “Los Ejércitos” de Rosero Diago y “El olvido que seremos” de Abad Faciolince viraron la barca a un destino al que se le empezaba a dar la espalda irremediablemente.

Revisarse siempre trae malas noticias, pero es la única forma de sentirse verdadera parte de algo.

Una pieza orgánica de ese rompecabezas humano que alguna vez estuvo completo vivo y palpitante.

Hagiografías dulzonas aparte –la intensidad de “El olvido que seremos”, y lo más significativo, a título personal, se sucede en las páginas finales del libro- el rescate de la víctima, la confesión en estado puro y la voz de una nación incapaz de ser escuchada por sus congéneres, hizo de ese libro un título más para poner en la biblioteca justo en la sección de autores canónicos.

Tal fue el impacto del libro -¿sacó la cara por dos o tres generaciones degeneradas de escritores colombianos?- que marcha por la edición 22 ó 23, incluyendo una de lujo con fotos de los protagonistas y en caja dura, y ahora sale el making off del asunto, según dice el propio autor, para erradicar de una vez y por todas ese capítulo catártico.


La liana que escoge Abad para desarrollar dicha continuación, parte del poema que da título al libro que narra la muerte de su padre y la confusión que empezó a desatarse tras el amplio recibimiento que tuvo la obra.

Harold Alvarado Tenorio se declaró autor del dichoso poema, cuando el mismo hijo lo había extraído del bolsillo de su inmolado padre justo a los pocos minutos del atentado.

La curiosidad, la desconfianza y cierto cariño por una clase de verdad hicieron empujar a Abad Faciolince a una llanura investigativa que dio como resultado parcial en una conferencia a mediados de 2009 y que sólo sirvió para despertar el oleaje vasto que se propagó entre los ciertos circuitos seudointelectuales del país, y llevó al desespero, la pelea, el encono, la rabia, la renuncia, la agitación, mientras fuera del ring, recostado en una poltrona mullida y muy bien cubierto del frío de la capital colombiana, Alvarado Tenorio sostenía su férrea rutina y muy de vez en cuando levantaba la mirada para burlarse un poco del buen caos que había creado.


Abad mantiene, y no es solo en este libro, un tono torrencialmente cálmico, ferozmente ordenado, contenido, enemigo del desatamiento.

Respetado aún cuando trate temas peligrosos entre comillas como el sexo, la infidelidad, el cuerpo, la volatilidad de las sustancias orgánicas.

Lo que me hace recordar la frase de Medina Reyes comparándolo a esas señoras que se reúnen en las tardes a tomar té y a jugar canasta.

Entonces meterse con el autor más querido por estos días –Abad parece una voz capaz de señalar el dolor pero distante de marcar la desazón que produce el vivir entre estas ruinas de valores- puede ser contraproducente, aunque las ventajas que da el sobrevivir en una nación de poquísimos lectores, es que nadie se va a enterar de estos comentarios, porque sólo un pequeño porcentaje de compradores del dichoso libro lo culminará de principio a fin o de fin a principio.

Por cierto, Abad descubrió unos poemas muy menores de Borges que ya otro grupo reducido de personas había adjudicado al glorioso ciego dorado, pero que siguen en la clandestinidad hasta justo la muerte de la abadesa Kodama.


Los otros relatos/ensayos/confesiones giran en torno a su vida como exiliado en Italia y a los pensamientos sobre lo que nunca llegamos a ser porque fuimos otra cosa que es lo que somos; es decir, el puente para llegar a ese olvido que tanta mención hace a lo largo de su obra.


“(..)una memoria solamente es confiable cuando es imperfecta, y (..) una aproximación a la precaria verdad humana se construye solamente con la suma de los recuerdos imprecisos, unidos a la resta de los distintos olvidos.”


Pero volviendo al tema de la imagen que representa hoy Abad Faciolince, me hace pensar en la multiplicación de las víctimas y su consiguiente impunidad. En la eterna voz de los desplazados y la necesidad de contar aquello que sucedió y que cambió para siempre las condiciones de vida de una serie de personas afectadas por la primera línea de la sordidez.

En eso, tal vez, se diferencia Colombia del resto de naciones afectadas por una crudeza interminable o de hoguera sugestivamente alimentada con más candela por parte del gobierno de turno y trueno.

La literatura entendida como gesto que marcha en contravía de lo oficial, que propone una salida de emergencia, demuestra el abandono estatal, y la identificación, así sea inconsciente, con un dolor que se ha de expresar calladamente, allende las fronteras o “cuando los implicados estén muertos” y ciertos esbozos de la verdad absoluta se pueden confesar sin temor a represalias reprimidas incapaces de lanzarse al vuelo del perdón.

Quizás ese es el valor meritorio de la obra –completa- de Abad Faciolince, que no pretende imponer, sino que sólo cuenta y se deja, manso al fin & al cabo, pescar o acariciar, recoger o llevar. Y ese indicativo, sutil maná, sacia la sed de terror de quienes lo leen.

Si adicionaron fotografías a modo de documentación, ¿cómo se verá “El olvido que seremos” en formato gráfico? ¿Será el siguiente paso para continuar con la tradición anual de sorprender y no dejar que la obra caiga en el olvido? Si ”El relato sustituye la memoria y se convierte en una forma de olvido”, ¿estarán preparando esa siguiente escala que, de lo que resta de mortalidad, tendrá que permanecer de forma obligatoria en el campo astral de todo colombiano que se respete?

Y la más trascendental de todas ¿Se hará justicia?


PD:


Basura 1:


Quizás leí mal o no descubrí el puente entre líneas, pero parte de la lerda prensa de este país presentaba “Traiciones de la memoria” como el siguiente libro de Abad, cuando en 2007 publicó “Las formas de la pereza” (curiosamente por Aguilar, una subsidiaria del grupo Santillana que es la que maneja las riendas del autor hoy aquí) y en 2008 el libro de cuentos “El amanecer de un marido” (último título a manera de anexo para cerrar el ciclo de la década con Seix Barral y esa boca que lo devora todo –al mismo tiempo que lo premia todo- Planeta).


Basura 2:


Abad se especializa en libros que no encajan en los dichosos géneros literarios, como “Tratado de culinaria para mujeres tristes”, “Oriente empieza en El Cairo”, y “El olvido que seremos”, a cuya lista se le añadirá, ahora, este título.

Pero dentro de una escala armatodo o lego, es decir, una pirámide de fichas/libros, debajo de “El Olvido…” punta de la estructura, qué formación tendrá hasta sus cimientos, y mucho más allá abajo, hasta las catacumbas o los laberintos inconfesables subterrráneos?

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Publicado originalmente en "El Cotidiano", en la columna "Lector Ritual