viernes, 26 de marzo de 2010

PARTE DE TRANQUILIDAD

BREVIARIO DE SANTANA

Fernando Herrera Gómez

Universidad Externado de Colombia. Bogotá. Marzo de 2010. 74 pp.


Parto con dos ideas extraídas de columnas de opinión: la primera de Ana María Cano acerca de Vallejo y el ventarrón usual que levanta a su paso. Hay una anécdota del escritor colombiano que la repitió en una de sus conferencias bogotanas de temporada; pregunta si hay alguien entre el respetable capaz de recitar un poema de Paz o de Gómez Jattin, y ante el lúcido silencio del auditorio, Vallejo confirma en la imposibilidad de creer en la poesía contemporánea (Sic). La segunda, de Juan Gabriel Vásquez, en torno a Rodrigo Fresán, habla sobre el peligro que representa creer en la Historia hoy en día y al mismo tiempo en la inminencia de contar lo sucedido para crear dicha Historia.

Entre tener que creer en la mentira –la única verdad oficial de nuestros días- y afrontar la realidad, lo fácil, según las encuestas, es asentir siempre, de forma solapada y veloz.

No hay espacio para las minorías. Y tanto detractores como opositores, deben declararse personas no gratas, no santas, no nada: invisibles que llaman; mendigos sociales; desharrapados de los medios de comunicación.

Sentirse parte (segura) de los ríos del tiempo presente es dignificante. Perder las emociones que eso conlleva, por el contrario, es un lamento extenso.

La tercera idea, también de una columna de opinión, es del también escritor Juan Carlos Botero, en el que confesaba no ir a conciertos en los que el compositor simplemente oprimía un botón para soltar su obra. Se refería, claro está, a la música concreta.

Vallejo se da el lujo de recitar sonetos tras decir que la rima dio ya todo de sí, por lo que la poesía está muerta y el acto que la contiene yace en la narrativa.

Curiosamente a Vallejo se le conoce como un hijo muy de su tiempo, el genio que removió la senda eyaculada por el realismo mágico y que sentó las bases para que en la pútrida patria se descubriera que había violencia.

Como si no se supiera que el fragmento viene de tiempo atrás; que la sangre derramada ya corría en tiempos inmemorables; que la cultura está sentada sobre una pila de huesos anónimos, astillados y sufrientes.

Contra el Terrorismo, bueno es demostrar miedo. Y frente a las nuevas formas emergentes de expresión –algunas con más de 150 años de antigüedad- el ataque frontal o el corte de raíz es la mejor opción.

Aunque de la Vanguardia será el presente de 70 años adelante, el hoy pertenece a lo formal, lo conocido, lo aceptado.

Aunque todas las partes tiene por igual culpa, todas quedan exentas por el acuerdo tácito con el momento.

No siendo más la introducción, pasaré a la (buena) queja:


Fernando Herrera Gómez ganó el Premio Nacional de Poesía de 2007 con la obra “Breviario de Santana”.

Como suele suceder, la editorial de la Universidad Nacional publicó el título en la jugosa colección de poesía, en el extracto Libro Inédito; y ahora la reedición le corresponde a la Universidad Externado de Colombia.

El recorrido es lujoso, sensual, calmado y narrado. (Vallejo tenía razón. La novela –que murió hace mucho tiempo, mató a la poesía que ya dejó de decir lo que ya dijo).

Fragmentado como el que más, Herrera -¿el eco posmoderno?- traduce la fantasía de habitar un lugar alejado incapaz de alcanzar la aspereza zen obligada en una ciudad grande.

El camino, bello, limpio, sutil, antepasado y poderoso –aunque ya en obligado retiro- es el mensaje que transmite el delicado libro.

Por donde se mire, algo tiene para decir: geométrico y eficaz, el mensaje pasa –por momentos- por encima de la intención, de tan leve que es.

Así que pregunto ¿por ese motivo le dieron el Premio nacional de poesía?

Al principio pensé que el Ministerio de Cultura –recuerdo que el presidente en una reciente alocución referida al problema de las reformas a la salud, ordenaba un lenguaje claro y directo, sin riesgos de confusión, “tal como los poetas populares de antaño”- mandaba un mensaje certero a la contemporaneidad, indicando el camino oficial que debería tomar el arte poético, alejado de los vicios de forma, desacato, ruina y sinrazón que tanto pueden llegar a confundir del presidente para abajo.

Pero tras cruzar un par de cables, la verdad resulta ser otra acorde a la política nacional: hay que poner de primero lo menos muerto que hay.

Razón por la que la prosa elegante de Herrera, narrando su visión bucólica, se impone por encima de todas las demás.

Bien por esa, muchachas.


El camino de la poesía, en esta zona del mundo, quizás no sea tan diferente de la de otras laderas. Aquí, por ejemplo, se dice que los premios de poesía están amañados y desde antes de lanzar la convocatoria se sabe el ganador –de hecho, las características a seguir dependen de la dichosa obra que ya va a ganar-. Mal sería que desde una instancia gubernamental del gobierno que resultó incapaz de abordar siquiera el tema de la corrupción se fomentara tal práctica. Pero acá todo eso y mucho más es posible. Aunque siempre sea difícil de creer.


No hay nada nuevo bajo el sol. Y seguramente el siguiente ganador nacional volverá a ser Juan Manuel Roca, algún Jaramillo o algún nadaísta –ni siquiera pongo las risas pregrabadas porque el chiste puede resultar real-. En el poema El sótano, hay una frase que describe muy bien ese mal ambiente idílico nacional –fractal de ruina-: “Todo está pintado de otro tiempo en la penumbra de ese añoso bodegón”.

Creo que quedó bien copiado: Otro Tiempo, Añoso, Bodegón.

Tags de nuestra amada –por obligación, deuda o lástima- Poesía.

“Colombia Tierra De Locos”

1 comentario:

Horgen M'Intosh dijo...

Ya pasó todo. Tranquilidad al otro lado del espectro. Sin la rigurosidad imaginaria de antaño -lo uqe podría llamarse una primera parte- paso ahora a regar palabras como pepitas escupidas tras disfrutar la fruta. Que la crítica la hagan los demás. Que las reseñas las sigan pagando mal. Que patatín y que patatán. Si leer deja de ser una diversión y se vuelve en una suerte de prisión, mejor opto por regresar a la sanidad integral de la mente. La literatura, definitivamente, no deja de ser un chiste de pésimo gusto.