lunes, 27 de junio de 2011

LOS PERROS MOSTRANDO LAS SOMBRAS DE SUS DIENTES

TRECE CIRCOS Y OTROS CUENTOS COMUNES

Antonio Ungar

Alfaguara. Bogotá. Febrero de 2010. 221 pp

Dudé en reseñar este libro simplemente porque dudé en leerlo, después de año y medio de estar en la lista de espera, y desinflado, una vez en mis manos, me llaman a un funeral, y como tenía que pasar la noche en algún lugar del vasto Sur, se hizo uno con mi compañía, tinto tras tinto, cuento tras cuento.

Hay que confesar que parte del desencanto se debe a que lo hallado en esta clase de óghabe, es reciclado: Ningún cuento que no haya sido leído previamente. Pero muerto es vacío, y simulando ese reciclaje al que todo cuerpo fallecido se verá alguna vez practicando, comenzamos:

Aparte de agradecer las coordenadas de las fugas artificiales que acompañan cada guía, se ofrece el año en que fueron, aparentemente, firmados. Y dada la confusión -ambas simulan el endiablado 2000, vía Norma- entre los "Trece circos comunes" y "De ciertos animales tristes" (Ambos títulos a un precio irrisorio en algún supermercado de alguna ciudad colombiana; ambos títulos firmados por el autor en un evento de magnitud latinoamericana en 2007; ambos títulos no devueltos por mi amante tras una de las consabidas peleas que involucraban trasteos, heridas menores y el envío a "spam" de cualquier pretensión de reintegro al sistema -por lo que me es difícil confirmar pequeños detalles y asuntos extras-), el año promedio en que fueron compuestos ambos tomos da el de 1996, lo que, wikipedia de por medio, la memoria por un lado, y lo recogido a lo largo de los años por el otro, establecerá ciertas coordenadas antes del desamparo exiliar al que el bogotano se dio, corriendo en mano, y del que, ya con hijos de por medio, no hay avisos de detención.

Primero, hago de cuenta de que Ungar no se ha ganado el prestigioso Premio Herralde.
Segundo, aprovecho para confirmar los primeros dulces pasos de un escritor que prometía la rareza, la sinuosidad, la vulgata, la esperanza que limpiaba el oxígeno dentro del túnel voraz.
Tercero, una búsqueda incipiente que permitía meter la cabeza, o las narices, donde a uno no lo habían llamado.
Cuarto, y con esta me acuerdo de Luz Mary Giraldo, la furiosa carga de pesimismo masticable que, leídas las cosas desde este primitivo 2011, permite rememorar las fechas tenaces y difíciles de una sombra de concreto que se cernía sobre la cultura preapocalíptica colombiana.

"Miserable, húmedo y oscuro"
"Debajo del invierno helado de la ciudad"
"Pero no había nadie en Bogotá. Nadie (..)"

¿Qué hay después de 15 años?

El juicio, que puede traducirse en disciplina, o en convertir cada uno de los viajes, pueblos o estadías en una forma de narrar(la). Y tras la lucha endiablada de la que poco o nada nos damos cuenta, la filtración de que de la generación de 1973 a 1975 si son dos los que quedan después de contados los años con los dedos de las manos y de los pies, son muchos.

Sin treparme, o más bien bajándome del bus misterioso que acompañaba a un Antonio hasta "Orejas de lobo", al tomar el atajo más que profético absolutista -recuerdo que la editorial había reformulado cierto título de cuentos de otro escritor colombiano bendecido por algún premio intercontinental-, sirve para llenar el estante con el dichoso libro, aunque nuestros tomos originales se echen al lamento, y junto a ellos, una valiosa relación de la que ya hablé demasiado.

Nuevamente con las bases llenas, mi siguiente turno al bate será premiado, eso lo sé porque no hay de otra.
Y ya como de risas estamos hasta la enfermedad, no me queda más que engalanarme y salir a buscar con quién pasar un ratico mientras anochece y me da cierta hambre, y con ella, atraigo el gallo de pelea de la desesperación capaz de mutilar de una vez por todas a la depresión, ente mudo y poco visible, del que mejor será alejarse siempre dando pasos al borde del precipicio siniestro...

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